De todos supo recibir, para a todos poder dar
Don Eugenio Romero Pose († 2007) fue un estrecho colaborador de don Antonio María Rouco como arzobispo de Santiago de Compostela y, posteriormente, desde 1997, su obispo auxiliar en Madrid. En 1998, cuando don Antonio fue creado cardenal, monseñor Romero Pose evocaba así, desde estas mismas páginas, la etapa santiaguesa del cardenal Rouco:
Don Antonio Rouco, como peregrino que salió de su Galicia natal para recorrer caminos hispánicos y europeos, llegó a Compostela, meta de peregrinaciones, y en ella permanecería dieciocho años; los ocho primeros, como obispo auxiliar, y los otros diez, como arzobispo de la sede apostólica jacobea.
La milenaria Compostela le acogió joven, y él le imprimiría juventud. Recorrió todos los caminos de la Iglesia jacobea dejando en ellos la cercanía y la alegría de quien se siente en medio de una familia de hermanos. Su ir al encuentro, su sencillez y fidelidad a todos fueron una siembra de amistad que, para siempre, quedaría grabada en su alma y memoria. A Santiago supo traer a sus amigos de lejos para unirlos a sus amigos de cerca.
Los corazones grandes son el mejor favor para las grandes empresas. Y si al corazón se le une una mirada inteligente, los programas son más posibles. Don Antonio, con no menos inteligencia que corazón y con largura y generosidad, acertó a animar y cuidar con mimo las mejores herencias de la más que milenaria Compostela, para caminar hacia el futuro con pie firme y mirada serena. Con su fina y apasionada sensibilidad por la Historia, admiró la dedicación, y en cuanto pudo la impulsó, de las personas y centros que cultivaban la historiografía.
Su trayectoria y talante universitario hacía que su mano estuviera siempre tendida hacia los claustros del saber. Su cercanía y su ser para todos le conducía a estar en medio de los sencillos. Y, no en último lugar, su inquebrantable amor a la Iglesia le impulsaba a defender, a toda costa y en todo momento, su libertad y la búsqueda de la colaboración con los que proponían el bien común. Su lema y su tesoro más preciado ha sido, y es, el de la comunión y la unidad.
Compostela, meta de peregrinaciones, conserva en su recinto, junto a la memoria del apóstol Santiago, cuanto don Antonio hizo por sus personas e instituciones. De las personas, sólo Dios lo sabe todo. De las instituciones, entre otras muchas, guardan sentido recuerdo los Seminarios y el Centro de Estudios Teológicos. A unos y otro, regaló silenciosos esfuerzos, proyectos y tiempo.
A don Antonio se le debe el haber llevado a buen puerto la reconstrucción material del más importante conjunto monacal hispánico -San Martín Pinario- para que las distintas instituciones académicas diocesanas y las más importantes manifestaciones culturales de la Galicia actual pudiesen contar con un lugar digno y, al mismo tiempo, renovado.
Camino y Meta
Compostela y peregrinación caminan siempre unidas. Don Antonio supo mantener viva la memoria de que Camino y Meta, peregrinación y basílica, son inseparables. Con pulso firme reclamó la dimensión espiritual del peregrino, revitalizó y cuidó con mimo el Centro de Estudios Jacobeos, no escatimó medios para mantener viva la revista Compostellanum y apoyó con decisión el Archivo Histórico Diocesano, puso los cimientos para el futuro Museo sacro, preparó con esmero los Años Santos, supo aunar lo mejor que ofrecían las Iglesias particulares para que no olvidasen el significado de la Casa del Señor Santiago, acercó a todos al alma de la peregrinación con la pastoral de su palabra y de sus escritos, y, en todo momento y por encima de todo, supo querer a sus presbíteros dejando en su legado un hogar sacerdotal.
La Galicia de sus preocupaciones fue la Galicia de todos, no la de unos pocos. Sin fisuras ni equívocos, traslucía su convencimiento de que Santiago ante todo era, con resonancias agustinianas, patria espiritual. Como hombre religioso, expresó el dolor por las agresiones al alma religiosa del hombre gallego.
Santiago, locus apostolicus, en 1982, fue lugar de visita de Juan Pablo II. Don Antonio, junto con don Angel Suquía, entregaron lo mejor de sí mismos para que la visita se hiciese encuentro que dejase su impronta en España y en Europa.
Uno de los momentos estelares de su servicio episcopal en Compostela de Santiago es, sin duda alguna, la Jornada Mundial de la Juventud, en la que Juan Pablo II se encontró con jóvenes de todo el mundo en el Monte del Gozo, el verano de 1989. Estoy cierto que ha sido uno de los momentos más esforzados y gozosos en la vida de don Antonio. Aquel nuevo Pentecostés fue punto de llegada y de partida para una singladura de la que aún quedan huellas dentro y fuera de los muros de Compostela.
Don Antonio, desde la meta del Camino, siguió abriendo caminos y, en 1994, fiel a su condición de peregrino universal, emprendió su andadura a Madrid. No dejó Compostela porque, como católico, a todos pertenece. Con motivo de su nuevo servicio, como cardenal, nos alegramos porque su cincelada entrega será una preciosa ayuda para el cuidado de la plantación de Dios que es la Iglesia católica. Y, al alegrarnos, damos gracias a Dios y a él porque de todos supo recibir, para a todos poder dar.