De Su Santidad el Papa, a Papa santo
Con Juan XXIII y Juan Pablo II, habrá 80 Papas reconocidos santos, pero sólo 7 de ellos ejercieron su pontificado en el segundo milenio. Pese al título de Su Santidad, no es fácil ser Papa y santo
En el primer milenio de la Iglesia se reconocía a los santos por consenso manifiesto, es decir, por aclamación popular, con proceso asegurado por los obispos como lo equivalente a la actual beatificación; se inscribían en una lista, o canon, y de ahí viene la palabra canonización. En la canonización de Papas no se trataba de un simple automatismo porque hubieran sido Papas, pues de los 138 de ese primer milenio 73 fueron tenidos por santos y, en cambio, 65 no; hay que tener en cuenta, además, que los primeros Papas desde san Pedro fueron mártires (16 de ellos fueron sepultados en las catacumbas de San Calixto). Resulta llamativo que un antipapa, Hipólito (reconciliado con la Iglesia), es también considerado santo.
Entrado el segundo milenio, el Papa Alejandro III reservó la canonización a la sede apostólica; y, ya tras un riguroso proceso, primero de beatificación, y luego de canonización (que, como se sabe, actualmente son llevados por la Congregación de las Causas de los Santos), compete sólo a la autoridad de Su Santidad el Papa declarar definitoriamente quién es santo y, consiguientemente, él decreta inscribirlo en el Catálogo de los Santos. Aunque a todos los Papas, desde antiguo, se les dé el título honorífico de Su Santidad, o Santo Padre, para ser declarado santo ha tenido, como se dice vulgarmente, que ganárselo como los demás; naturalmente, con la gracia de Dios.
Contrasta comprobar que, del segundo milenio, de los 126 Papas (en realidad, son 124 personas, pues Benedicto IX fue Papa en tres ocasiones distintas) han sido canonizados solamente 7: León IX, Gregorio VII, Celestino V, Pío V, Pío X, Juan XXIII que hará el número 79 y Juan Pablo II, el 80, a la vez el primero del tercer milenio; y del segundo milenio hay 9 Papas beatificados: Víctor III, Urbano II, Eugenio III, Gregorio X, Inocencio V, Benedicto XI, Urbano V, Inocencio XI y Pío IX; además, del siglo XX, que ha visto unos pontificados magníficos en medio de las dificultades de la historia mundial, están ultimados los Procesos para la beatificación de Pío XII y Pablo VI, e iniciado el de Juan Pablo I.
La santidad: tarea de todos
Es bien conocido que en el santoral hay bastantes Papas, cardenales, obispos, presbíteros y diáconos; muchos religiosos y consagradas; y también algunos seglares, entre ellos pocos reyes, que también es difícil; no obstante, proporcionalmente destacan los religiosos y religiosas, quizá porque sus institutos se preocuparon de introducir los Procesos correspondientes y, sin duda alguna, porque abrazaron lo que entonces se llamaba el estado de perfección y como tal lo vivieron.
Ser santo por unos minutos no resulta difícil; lo difícil es serlo durante toda la vida. Ser santo llevando y soportando tareas humildes y determinadas no parece fácil; pero más difícil parece ser Papa y santo; primero, porque cuanto más arriba se está, más soledad se experimenta, incluso a la hora de tomar decisiones y de no poder mantener amistad con tantos amigos; segundo, porque cada Papa, con tantos encuentros en su ministerio y con tantas opciones que competen a su responsabilidad, es mirado por muchas personas, no sólo con cualquier lupa, sino con microscopio atómico; y tercero, superar el examen: cuantos más testigos lo han conocido y tratado y, al ser contemporáneos, han declarado sobre sus virtudes, más recientes y vivos permanecen todos sus recuerdos; saltaría a la vista, en estos casos, cualquier imperfección para que el promotor de justicia y el promotor de la fe (los antiguos abogados del diablo), en sus respectivas comisiones impidieran continuar el proceso de canonización.
En esta próxima canonización de dos Papas, con la autoridad del Santo Padre Francisco, quien finalmente lo decide, hubo previo consentimiento extendido y convicción muy común de que Juan XXIII, a quien se le llamaba el Papa bueno, vivió una santidad ejemplar que se capta nada más acercarse al Diario del alma; y, de la misma manera, sobre Juan Pablo II, seguramente la personalidad del siglo XX que más personas ha tratado en el mundo, cuando ya desde la primera hora de su muerte apareció el grito tan compartido de santo súbito. Los dos, en sus respectivas vidas, comunicaron lo más hondo de su alma, no sólo a pocos, sino ante todo el mundo que los conoció directamente y por los medios de comunicación; nunca sus predecesores pudieron ser tan exactamente conocidos.
Juan XXIII escribió una oración por el Concilio Vaticano II en la que suplicaba al Espíritu Santo: «Haz que este Concilio produzca abundantes frutos: que cada vez se difunda más la luz y la fuerza del Evangelio en la sociedad humana; que la religión católica y su empresa misionera adquieran nuevo vigor; que se alcance un conocimiento más profundo de la doctrina de la Iglesia y un incremento saludable de las costumbres cristianas» (23-IX-1959). Un Papa santo que convocó un Concilio.
Juan Pablo II ha sido el Papa que más ceremonias de canonización y de beatificación ha celebrado personalmente en la historia de la Iglesia y con mayor número de santos y beatos incluidos bajo su autoridad en el canon. Y ahora le toca entrar a él. Estaba convencido de lo que significa la santidad en medio del mundo y en medio de la Iglesia, pues, en la Exhortación apostólica postsinodal Christifideles Laici (1988), escribió: «Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia. Hoy tenemos una gran necesidad de santos, que hemos de implorar asiduamente a Dios» (n. 16, 3). Este Papa santo nos recuerda ahora con toda su vida esa necesidad de implorar nuevos santos -y también Papas santos- a Dios.