De las drogas a hacer jabones en una cooperativa parroquial
San Sebastián de Pomar, en Badalona, ha puesto en marcha Con+Pasión, una iniciativa a través de la que da trabajo a once laicos y funciona «a modo de monasterio urbano»
«Se puede dar de comer a una persona, e incluso facilitarle un techo, pero lo que realmente dignifica al hombre es sentirse útil, y esto pasa por tener un trabajo». Esta reflexión se la hizo Felipe Simón, párroco de San Sebastián de Pomar, en Badalona (Barcelona), antes de embarcarse en Con+Pasión, una cooperativa con la que, en sus palabras, se cierra el círculo de toda la acción social que desarrolla la parroquia. La mayoría de los trabajadores, once, son laicos «que viven aquí bajo el ora et labora» porque Con+Pasión funciona «a modo de monasterio urbano».
Con+Pasión es una obra de la Fundación Domus Misericordiae San José, puesta en marcha en 2017 para fortalecer y consolidar la actividad social que se llevaba a cabo desde la parroquia de San Sebastián. Y aquí entra la marca eminentemente eucarística. «Habíamos hecho una obra social, pero queríamos que llevase a la gente a Cristo». Felipe Simón había llegado al barrio en 2010, a una parroquia «casi hundida, dividida, en condiciones fatales de acondicionamiento» y con una feligresía que no era tal «porque la gente no iba a Misa». Una zona «muy dura espiritualmente» y, ante esto, el nuevo párroco se acordó del santo cura de Ars: «Hay que rezar, rezar y rezar». Así surgió la adoración. En ocasiones estaba él solo, cuando ya no podía más y se cogía el saco de dormir para pasar la noche junto al Señor sacramentado. El punto de inflexión fueron los retiros de Emaús que llevó a la parroquia. «Se llenó la iglesia y se empezaron a hacer nuevas actividades de apostolado». Y entonces, hace siete años, montaron la primera capilla urbana de adoración perpetua de toda Cataluña. Una «locura colectiva» en un barrio tan descreído que rápido se convirtió en «nuestro tesoro» y que, como en el fondo había «sed», lo ha cambiado todo.
La cooperativa tiene cuatro líneas de negocio: FilGod, de ropa y ornamentos litúrgicos, en la que hay ocho personas trabajando y cuyo espacio está presidido por una gran talla de san José, «el jefe»; Sabe a Gloria, de alimentación; Bigger Things, de productos publicitarios personalizados, y Salvia Vera, de jabones y cosmética. En este último espacio encontramos a Marius, 33 años, mirada franca y sonrisa en la boca. Se le ve estupendo, pero no siempre fue así. «Yo estaba en 50 kilos», señala nada más comenzar a hablar. Es el maestro jabonero, en su día rescatado de la calle por el párroco y un grupo de voluntarios. Siete meses consumido por las drogas de los que apenas tiene recuerdos. Más claro ve su declive, que vino de la mano del mundo de la noche —«todo mi entorno estaba enfermo»—, y más reveladora ha sido su resurrección. «A mí me salvaron la vida». Le vienen como flashes de aquella época de bajada a los infiernos, «el padre y los chicos» llevándole comida, hablando con él… «Me invitaron a venir a Misa» y Marius no sabe bien qué pasó ese día porque, además, no entendió nada de la celebración. Solo que, como el ciego del Evangelio, antes no veía y a partir de ese momento sí. «Todo cambió cuando pisé la iglesia. No volví a consumir, dejé de fumar… Soy yo mismo, pero todo es diferente». Él, que «pensaba que los cristianos eran unos frikis», ya no pasa sin su Eucaristía. A veces se pregunta por qué Dios le ha hecho pasar tanto para llegar hasta donde está ahora, pero rápido le sale la respuesta: «Él tiene sus planes». Y Marius, que ha vivido lo suyo, lo hace ahora «disfrutando cada día como si fuera el último» en medio de sus jabones.
Nadie diría, mientras va explicando el meticuloso proceso de elaboración de cada pastilla, que no sabía nada de este arte cuando empezó con Salvia Vera. Agua y sosa cáustica más aceites, todo ello bendecido. «Se gana lo suficiente para vivir», porque Con+Pasión no nace para enriquecerse. «Os doy un préstamo —les dice el sacerdote—, pero me lo tenéis que devolver para poder ayudar a otro». A Marius le haría feliz, por ejemplo, generar suficientes ingresos como para llenar de personal su taller. Gentes que tuvieran, como él, «una segunda oportunidad en la vida».
Ahora Marius duerme en Santa Marta, un piso de acogida cerca de la parroquia en el que viven cinco personas en total. El jabonero destaca el ambiente de familia. Algo que se percibe también en el comedor y las cocinas donde los empleados de la cooperativa almuerzan a diario y donde preparan las raciones que el equipo de voluntarios, unos 40, lleva a las personas sintecho. Entre 150 y 180 cada viernes para las distintas rutas. Todo está cuidado al detalle, hasta la decoración. En una de las paredes hay colgada una rodaja de tronco con la palabra ruah, el término hebreo con el que se designa al Espíritu Santo en la Biblia. Mucho hay del Espíritu entre estos muros. También vemos el huerto urbano instalado en las cubiertas del edificio, donde se cultivan todo tipo de plantas aromáticas. A las puertas del templo nos despide David, compañero de Marius en Santa Marta, mientras riega las plantas. «Aquí, dándole vida a las rosas». Para vida, la de la parroquia.