De dos en dos
Martes de la 29ª semana del tiempo ordinario / Lucas 10, 1-9
Evangelio: Lucas 10, 1-9
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”».
Comentario
El Señor «los mandó delante de Él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él». Ellos son la preparación de la presencia de Jesús. Tienen una relación tan íntima que viene con ellos. Recibirlos en el hogar, escucharlos, darles de comer, estar con ellos… todo ello era lo más cercano a la visita de Jesús. Inmediatamente después llega siempre él. De algún modo el Evangelio de Lucas es siempre para nosotros esa misma preparación. Tenemos que hacernos con su texto, con su manera de hablar, cada acento, cada adjetivo, su manera de explicar, darle tiempo y espacio en nuestra vida. Cuando hacemos eso, se desliza inmediatamente después la presencia de Jesús. Hay que conocer a Lucas, recibirle, para poder encontrar a Cristo.
Esto mismo debía suceder ya antes de su muerte. Jesús lo envió con otro, de dos en dos, porque entre sí también eran preparación de la venida de Jesús. Uno para el otro debían significar la presencia de Cristo, darse fuerzas, reconfortarse, alentar e inspirar. Y eso Lucas lo tomó muy en serio, porque estaba atravesado por la misión que Jesús le había conferido. Él quería ser la memoria viva de Jesús para aquellos que acompañaba, porque sus recuerdos de la vida de Jesús confortaban siempre su propia alma. Jesús nunca le abandonaba, su memoria le invadía en cualquier circunstancia. Por eso, cuando todos abandonaron a Pablo, Lucas no le abandonó: quería ser la presencia de Jesús para él. Por lo mismo, tampoco a nosotros quiso dejarnos sin su compañía, y escribió su Evangelio para acompañarnos a todos en nuestra tarea cotidiana, recordándonos el amor que Cristo nos tiene.