De Benedicto XVI a Francisco, continuidad - Alfa y Omega

De Benedicto XVI a Francisco, continuidad

El abrazo entre el Papa Francisco y Benedicto XVI dijo mucho más que mil palabras. Esas imágenes se han convertido en la mejor respuesta a los interrogantes que algunos planteaban sobre la convivencia entre el Papa y su predecesor

Jesús Colina. Roma
>El Papa Francisco y Benedicto XVI se abrazan, a la llegada del primero a Castel Gandolfo

Los expertos en protocolo, en esta ocasión, no tenían demasiadas recetas. Todo era nuevo. La sencillez y la humildad fueron la clave con la que ambos afrontaron la cita, a mediodía de este pasado sábado, en la residencia pontificia de Castel Gandolfo. Una nueva página en la historia de la Iglesia.

Sólo en un momento pudo constatarse la incertidumbre. Hasta ese momento, todo había sido sumamente natural: Benedicto XVI se acercó a dar la bienvenida a su sucesor, al bajar del helicóptero, que le había traído de Roma. Al Papa emérito se le notó dificultad para caminar, pero se pudo también apreciar su rostro más descansado, y la misma lucidez aguda de su mirada que siempre le ha caracterizado.

Juntos subieron al vehículo que les llevaría a la villa pontificia: el Papa sentado detrás, a la derecha, como acostumbra a hacer un Papa, y Benedicto a su izquierda. Luego tomaron el ascensor, saltándose una norma de protocolo, pues un Papa no acompaña en ascensor a su huésped o anfitrión.

La duda

Pero, cuando llegaron a la capilla, surgió la duda. El Papa se había adelantado un poco, con un paso más rápido. Joseph Ratzinger, que caminaba lentamente con el bastón, se encontró al entrar ante el reclinatorio reservado al Pontífice. Lo lógico sería que ése fuera el lugar reservado para el Papa; éste rompió la duda acercándole la mano e invitándole a rezar juntos, atrás, uno al lado del otro. «Somos hermanos», le dijo.

Los dos, arrodillados en el mismo banco ante el sagrario y la imagen de la Virgen de Czestochowa: otra imagen destinada a pasar a la Historia. En ella se resume el momento histórico que ha vivido la Iglesia, con la renuncia de Benedicto XVI y la elección del primer Papa del continente americano. En esa imagen se pudo ver la continuidad de ambos pontificados. Y es que, quien ha estudiado algo de historia de la Iglesia comprende que la clave de compresión del cristianismo está en la continuidad, y no en la ruptura, una de las grandes lecciones del pontificado recién concluido.

Continuidad, no ruptura

Hasta ese momento no habían faltado tentaciones a los medios de comunicación para hablar de ruptura, al hacer referencia a dos personalidades que, como es obvio, tienen temperamentos diferentes. Es muy diferente la manera de comunicarse del teólogo y profesor de Baviera y la del jesuita y arzobispo de Buenos Aires. Los gestos del pastor argentino y los del alemán, claro está, son diferentes, como también lo fueron los de Karol Wojtyla. Pero hay un paso de relevo, no hay rupturas.

Entre el Papa Bergoglio y el Papa emérito hay una evidente continuidad no sólo a nivel teológico, sino también en la enseñanza ética. Cada uno ha sido escogido por los cardenales (el creyente sabe que con la ayuda del Espíritu Santo) para responder a momentos precisos de la historia de la Iglesia.

El cardenal Joseph Ratzinger continuó la obra de Juan Pablo II, el Magno. Al Papa de los históricos gestos le siguió un Papa de la palabra. Sus casi ocho años de pontificado han servido para profundizar en el corazón del misterio cristiano.

Su sucesor ahora ha conquistado los corazones con humildad y sencillez.

La grandeza de la humildad

Benedicto XVI, meditándolo profundamente en la oración, llegó a la conclusión de que le faltaban las fuerzas para seguir afrontando los enormes desafíos que se plantean a la Iglesia. Ahora, al ver la foto en la capilla de Castelgandolfo, todo parece claro. Los hechos han dado la razón a Joseph Ratzinger. Un gesto enorme de valentía y humildad puede permitir una renovación en la Iglesia reconocida por propios y extraños. En menos de mes y medio, la Iglesia ha recibido un impulso insospechado poco antes.

Un momento del encuentro entre el Papa y el Papa emérito, rezando juntos en la capilla

El Papa reconoció que no le fue difícil escoger el regalo que le llevó a Benedicto XVI: un icono de María, Virgen de la Humildad. «Nada más verla, pensé en usted. He querido hacerle este regalo, por los numerosos ejemplos de humildad que nos ha dejado». Joseph Ratzinger le dio las gracias y le apretó las dos manos, mientras el Papa repetía una de las palabras clave de este pontificado: Ternura.

Rostros conocidos

El Papa llegó acompañado por su nuevo secretario, el sacerdote maltés monseñor Alfred Xuereb, quien fue durante cinco años segundo secretario del Papa Benedicto XVI. Además de Benedicto XVI, les recibió el arzobispo Georg Gänswein, secretario del anterior Papa y hoy Prefecto de la Casa Pontificia. Él también subió al coche y participó en el almuerzo. Las cuatro Memores Domini, mujeres consagradas que viven la espiritualidad de Comunión y Liberación, quienes ayudaban a Benedicto XVI en el Vaticano y ahora le asisten en su retiro, prepararon una comida frugal.

Antes, Francisco y Benedicto conversaron a solas durante tres cuartos de hora, en la biblioteca. En la mesa, el Papa entregó dos sobres y una caja blanca con las cartas y mensajes dirigidos a Ratzinger, que han llegado al Vaticano tras el 28 de febrero.

Fuentes de la Santa Sede aseguran que, en este encuentro, no se habló del Vatileaks, la fuga de noticias por parte de la prensa provocadas por el ex mayordomo del Papa, ni siquiera del dossier que redactaron tres cardenales como conclusiones de la investigación encargada por Benedicto XVI para aclarar aquellas disfunciones experimentadas en la Curia romana.

El padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, ha desmentido categóricamente que Benedicto XVI haya dejado un memorándum de trescientas páginas con observaciones para el Papa Francisco. Y lo ha hecho con mucha firmeza: «No es verdad. No existe y nunca ha existido un documento de ese tipo».

Otro momento del encuentro entre el Papa y el Papa emérito durante su conversación en la biblioteca de Castel Gandolfo.

«Ha sido un buen momento», confesó con una sonrisa el Papa Francisco, quien regresó a a las 14:42 h. a Roma, acompañado hasta el helicóptero nuevamente por Benedicto XVI. Atrás queda grabada esa imagen imposible de imaginar tan sólo hace dos meses: un Papa y su predecesor emérito, arrodillados, rezando juntos. Uno, vestido con la sotana pontificia, con esclavina y fajín; Benedicto XVI, con una sotana de color blanco y una chaqueta también blanca para protegerse del frío.

Ratzinger mostró, de este modo, lo que ya había anunciado al despedirse de los cardenales: «Al futuro Papa, que se encuentra aquí, entre vosotros, le aseguro mi incondicional reverencia y obediencia».

Uno y otro son, como afirmó el padre Lombardi, «una promesa de serenidad y de paz para todo el pueblo cristiano, para la Humanidad entera». Ahora, ambos se enfrentan a dos caminos diferentes señalados por la voluntad de Dios. En realidad, Papa sólo hay uno. Vivirán cerca, pero no compartirán el ejercicio del ministerio del obispo de Roma.

Dos sendas diferentes

Al Papa le esperan grandes viajes, comenzando por su visita a Brasil para presidir la Jornada Mundial de la Juventud, y sin duda continuará simplificando el protocolo vaticano, como ha hecho en estos primeros días de pontificado, subrayando el espíritu franciscano que quiere imprimir.

El Papa emérito vivirá rezando, en el Vaticano, en la sombra, leyendo, escribiendo, como «un peregrino que comienza la última etapa de su peregrinación en esta tierra», según dijo en su último día de pontificado; consciente de que «Cristo sigue caminando, a través de los tiempos y en todos los lugares».

La Virgen de la Humildad, el significativo regalo del Patriarca de Moscú que acabó en manos de Benedicto

A Benedicto XVI le encantó el icono de la Virgen que, en su encuentro del día 23, en Castel Gandolfo, le regaló su sucesor, el Papa Francisco. «Me han dicho —le había explicado el Papa— que se trata de la Virgen de la Humildad. Permítame decirle algo: cuando me lo dieron, pensé enseguida en usted, en los muchos ejemplos maravillosos de humildad y de ternura que nos ha dado durante su pontificado». El Papa emérito, emocionado, le tomó la mano entre las suyas, y no paraba de repetir: «¡Gracias. Gracias. Me conmueve. Gracias!».

Poco después, se pudo comprobar que la imagen es uno de los regalos que había recibido el Papa Francisco con motivo del inicio de su pontificado. En concreto, se la había regalado, el día 20, el metropolita Hilarión, responsable de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, de parte del Patriarca Kiril. La página web en inglés del Patriarcado explica que el icono se llama, en concreto, Mira con favor mi humildad. «Los primeros pasos de Su Santidad después de la elección —explicó Hilarión al Papa— han estado marcados por la modestia y la humildad». El Patriarcado añade que «el Papa Francisco replicó que le faltaba humildad y pidió que rezara al Señor para que se la concediera».

Como el mismo Papa Francisco le explicó a Benedicto, inmediatamente pensó en transmitir un regalo tan significativo a su predecesor, al que ya ha citado varias veces, con gran cariño, en sus intervenciones. El Patriarcado de Moscú confirmó, a través de su página web, que se trata del mismo icono; algo que ya había adelantado el mismo metropolita Hilarión a su amigo Robert B. Moynihan, fundador y redactor jefe de la revista Inside the Vatican.

En su blog The Moynihan Letters, el periodista cuenta que, el sábado, poco después del encuentro de Castel Gandolfo, recibió un correo electrónico del metropolita. El mensaje decía: «El Papa Francisco le regaló el Papa emérito Benedicto el icono que le había regalado el metropolita Hilarión de parte del Patriarca Kiril después de la audiencia privada del 20 de marzo». Ante la respuesta de Moynihan —«Asombroso. ¿Estáis contentos o molestos?»—, el ministro de Exteriores del Patriarcado de Moscú respondió que estaban «muy contentos y emocionados» por el hecho de que su regalo haya terminado en manos de Benedicto XVI, un Papa bajo cuyo pontificado las relaciones entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en general, y la rusa en particular, avanzaron notablemente.

M. M. L.