De Belén al mundo
Es bueno volver la vista al pesebre y detenerse en las figuritas para descubrir que Dios viene a nuestro lado
Al inaugurar el belén que la Asociación de Belenistas de Madrid ha instalado en la Puerta del Sol, la presidenta autonómica, Isabel Díaz Ayuso, incidió en que es una forma de celebrar «el nacimiento de Jesús de Nazaret», con el que «medimos los siglos y se funda nuestra civilización». Según subrayó, constituye un recordatorio de que «Dios se hizo hombre» y de que «cada uno es insustituible y nadie puede quedarse atrás». Estas declaraciones se viralizaron rápidamente. Lo sorprendente, con todo, es que sorprendan.
El belén es una tradición profundamente arraigada en España, que ha sobrevivido a otras prácticas importadas. Muchísimas familias lo han colocado en sus casas en el reciente puente de la Inmaculada y ese gesto, en palabras del Papa, es una reivindicación de «la ternura de Dios». Es bueno volver la vista al pesebre y detenerse en las figuritas para descubrir que Dios viene a nuestro lado, también en este tiempo de pandemia.
Como escribió Benedicto XVI, es una escena maravillosa en la que un «hombre irrelevante y sin poder se revela como el realmente Poderoso, como aquel de quien a fin de cuentas todo depende». A su lado, María «contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo», detallaba Francisco el año pasado, y con sus palabras («He aquí la esclava del Señor») da «testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios». También cerca –añadía el actual Pontífice– José aparece como «el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia», un «hombre justo» que «confió siempre en la voluntad de Dios».
Pendientes de esta situación ya entonces estaban los pastores, que representan «a las almas sencillas, los pobres, los predilectos del amor de Dios», usando palabras de Benedicto XVI, y los Magos, «buscadores de la verdad». Como ellos, tenemos que recibir a Dios con humildad, en nuestra pequeñez, y con el deseo de hacer nuestra su propuesta de vida. De Belén al mundo.