David Bereit, de 40 Días por la Vida: «Dios sabe cómo estas campañas marcan la diferencia»
El próximo otoño, se cumplirán diez años desde la primera campaña de 40 Días por la Vida, organizada por un puñado de personas en una ciudad tejana de apenas 100.000 habitantes. El crecimiento desde entonces ha sido tan espectacular, que los organizadores viven continuamente asombrados. Ya son 539 las ciudades de Estados Unidos y 24 los países donde, dos veces al año, miles de personas —la mayoría católicas— rezan y ayunan por el fin del aborto. «No creo que hubiéramos tenido tanto éxito, ni de lejos, sin la implicación de los obispos» y sacerdotes. El fundador de esta campaña, David Bereit, está visitando España
¿Por qué ha venido a España?
El principal motivo de esta visita, que empezamos a pensar hace dos años, era hacer parte del Camino de Santiago con mi mujer, mis hijos y, en principio, con un amigo sacerdote que no ha podido venir porque ahora es obispo. Pero un segundo objetivo era reunirme con los organizadores de 40 Días por la Vida en España. Siempre que voy a algún sitio donde se organiza una campaña, me reúno con los organizadores, tanto para sentirme animado por ellos como para animarles por el trabajo que hacen. Así que estamos aquí para agradecérselo, para preguntarles qué podemos hacer por ellos y cómo podemos rezar por ello. Este trabajo es duro, a veces te desanima mucho, y te anima ver que puedo venir aquí, incluso sin hablar español, y poder ver que Dios ha usado 40 Días por la Vida para influir en España. Luego, puedo volver a casa y decirle a la gente de Estados Unidos: «En España están rezando por vosotros, vosotros tenéis que rezar por ellos». Y así nos vamos empujando unos a otros.
¿Cómo nació esta iniciativa?
Yo me impliqué en el movimiento provida gracias a Margaret, que hoy es mi mujer. Nos implicamos en el grupo provida que se formó en nuestra ciudad, College Station (Texas), cuando se abrió un centro abortista. Ninguna de las cosas que probamos tenían éxito, y el número de abortos seguía subiendo. Un día, nos juntamos con otras tres personas para comentar lo frustrados que estábamos. Así que decidimos rezar durante una hora sobre qué podíamos hacer. Lo primero de lo que nos dimos cuenta es que, hiciéramos lo que hiciéramos, queríamos enmarcarlo en el marco de 40 días, por el significado tan profundo que tiene: Noé en el Arca, Moisés, Jesús en el desierto… Y decidimos que las tres cosas que íbamos a hacer era: rezar y ayunar nosotros por el fin del aborto, e invitar a la comunidad a hacer lo mismo; celebrar vigilias de oración de 24 horas al día, todos los días, delante del centro abortista; y participación comunitaria: llamar a las puertas, invitar a la gente a participar, hablar en las iglesias, contactar con los medios. La primera campaña fue en otoño de 2004, hace casi diez años.
¿Qué tal resultó?
Fue mucho más allá de nada que hubiéramos imaginado. Dos semanas después de empezar la campaña, había más de mil personas implicadas. Al comienzo del año siguiente, el número de abortos había bajado un 28 %. Así que estábamos muy contentos, pero al terminar no habíamos pensado en volver a hacer nada similar en ningún sitio. Pero una a una, otras ciudades empezaron a copiar lo que nosotros habíamos hecho, sin que nosotros lo hubiéramos planeado. La primera fue Dallas, en Texas también, a tres horas de distancia. La gente de allí había oído lo que habíamos hecho, se reunieron con nosotros y nos preguntaron cómo lo habíamos hecho. Lo hicieron, y alguien de Gran Rapids (Michigan) lo oyó y ellos lo copiaron. Houston (Texas) fue siguiente, y luego una ciudad del estado de Washington. Y siempre era de la misma forma: la gente oía lo que había hecho una ciudad, lo replicaba, otros lo oían… Se hicieron siete campañas entre 2004 y 2007, y en 2007 nos dimos cuenta de que había que organizar una campaña nacional. Pensábamos que quizá se unirían 15 ciudades, pero se apuntaron 89, de 23 de los Estados. Nos sorprendió muchísimo, y ha continuado ocurriendo así desde entonces. Al año siguiente empezó la primera campaña fuera de Estados Unidos, en Canadá. Ahora, hay campañas en 539 ciudades en todos los estados de Estados Unidos, y en otros 24 países.
Precisamente en el centro ante el cual organizaron la primera campaña, trabajaba Abby Johnson, que en 2009 se hizo famosa por dejar su trabajo y convertirse en activista provida.
Cuando eso ocurrió, yo ya no vivía en Texas, sino en Virginia, como coordinador nacional de toda la campaña. De hecho, estaba dando una conferencia en Mississippi cuando Sean, que era el que dirigía la campaña en Brazos Valley, nada más irse Abby Johnson de su oficina el día que dejó su trabajo en Planned Parenthood, me mandó un mensaje diciendo: «No te vas a creer lo que acaba de pasar». Le llamé, y ese mismo día hablé por teléfono con Abby para ofrecerle ayuda, porque la conocía de los años que habíamos coincidido. Cuando ella empezó como voluntaria del centro abortista, yo todavía dirigía la asociación allí. Estuve con Abby hace dos semanas en Texas, y sigue haciendo un montón de cosas maravillosas. Se ha unido a la Iglesia católica, porque en su día fieles de esta Iglesia se acercaron a ella y la mostraron amor a pesar del trabajo que estaba haciendo.
Conocemos los tres pilares de la campaña, pero, ¿cómo funciona realmente cada uno?
Tenemos a gente de muchas tradiciones cristianas distintas. Durante la campaña preparamos devocionarios ecuménicos. Alrededor de tres de cada cuatro personas que participan en las campañas son católicos, y el resto son de denominaciones evangélicas y protestantes. Creo que esta cantidad de católicos se debe en gran medida a que la Iglesia católica ha estado implicada en la cuestión del aborto siempre, desde el principio. Estamos muy agradecidos por el liderazgo de tantos católicos. El ayuno es muy personal, así que no indicamos una forma concreta de hacerlo. Invitamos a la gente a que, durante la campaña, renuncien a algo.
Para la vigilia de oración, les pedimos que elijan un lugar para hacerla. Normalmente, será un centro abortista. Algunos lugares lo hacen las 24 horas del día, otros menos, según el horario y la cantidad de gente que tengan. La mayoría de los lugares donde se organiza, hay una persona designada para ir todos los días a la misma hora; por lo que sólo necesitan 24 personas. También puede haber personas haciendo varias horas. Hemos visto a gente organizar la oración durante todo el día con un puñado de gente, pero que invertía allí muchísimo tiempo. En la mayoría de los casos, se implican unas 200 personas, algunas de las cuales se comprometen a ir todos los días, y otras sólo alguna vez a la semana. Creo que la campaña con más participantes he tenido 6.000.
En cuanto a la implicación comunitaria, en la primera campaña un grupo de estudiantes fueron llamando puerta a puerta en toda la ciudad: un total de 35.000 hogares. Otras ciudades no tienen un número así de hogares, o las personas para visitarlos, así que esta labor puede tomar muchas formas. Pueden hablar en las iglesias, ir a los colegios, aparecer en los medios… Entrenamos a la gente para que hagan lo que sea posible en su comunidad para implicar a la gente. Se trata de hacer algo proactivo para llegar a la gente e invitarles a unirse a la campaña.
Además de rezar ante un centro abortista, ¿se intenta asesorar a las mujeres que van a abortar?
Sí. Damos a la gente información muy básica sobre cómo actuar. También les decimos que si no se sienten cómodos, que sólo recen, porque es lo más poderoso que pueden hacer. Pero si quieren, pueden decirles a las mujeres algunas palabras, o darles un folleto para que las chicas que van a abortar sepan que hay otras opciones.
En este asesoramiento a las mujeres, ha cambiado mucho el estilo en los últimos años.
Se trata, simplemente, de hablar a las mujeres con compasión. Abby Johnson, en su libro Sin planificar, describe muy bien cómo antes, al menos en Estados Unidos, había mucho conflicto y confrontación fuera de los centros abortistas. Pero nosotros queremos ayudar a las mujeres que entran en ellos, y también a quienes trabajan en ellos, si quieren dejarlo. Eso es lo que sucedió con Abby Johnson. Por eso, intentamos tratarlos como amigos, como me gustaría que nos trataran a nosotros. Nuestra conversación con las mujeres que van a abortar empieza diciendo «Estamos aquí para ayudarte». Muchas veces, descubrimos que las mujeres que van a abortar están siendo presionadas. Nosotros les ofrecemos ayuda en especie y económica, atención médica, lo que necesiten.
¿40 por la vida tiene esos medios, o remiten a otras entidades provida?
En la mayoría de las comunidades, hay ya centros de atención a la embarazada. Contactamos con ellos, y les decimos: «Vamos a estar delante de este centro abortista. ¿Cómo podemos invitar a las mujeres a que acudan a vosotros?». Y ellos nos dan la formación sobre qué decirles, lo que ofrecen, nos dan folletos… En algunas comunidades, no hay otras asociaciones provida, y lo que hace el equipo de 40 Días por la Vida es poner en marcha, como una labor separada, un centro de atención a la embarazada, que colabore con la campaña. Así que hay varios centros de ayuda que han nacido gracias a nuestra campaña. No podemos ofrecerle ayuda a la mujer si no tenemos nada que ofrecerle.
Aquí en España puede extrañar que una campaña de oración surja de una asociación de la sociedad civil. ¿Cómo colaboran con las distintas Iglesias?
En la primera campaña, nos centramos sobre todo en los pastores locales. Se implicaron muchos sacerdotes católicos y pastores protestantes. Pero no se nos ocurrió contactar con el obispo. Cuando la campaña avanzó, vimos que ayuda mucho cuando la diócesis se implica. En todas las comunidades, animamos a los organizadores a ponerse en contacto con diversos líderes de las comunidades religiosas locales; a contactar con la diócesis católica y, a poder ser, con la oficina del obispo; a hablar con los pastores protestantes y con otros líderes religiosos; y a aprovechar esta relación con ellos para presentarles lo que van a hacer, y para decirles que van a tener un enfoque más centrado en la compasión de lo que, quizá, están acostumbrados a ver. Gracias a esto, tenemos una relación enorme con los miembros del clero. Nos han apoyado docenas de obispos, algunos de ellos participando ellos mismos en las vigilias, como el actual Presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Joseph Kurtz.
Otra gran ayuda ha sido que nuestro responsable internacional fue al Vaticano y pudo presentarle la campaña al Papa Francisco, y él, a través del Secretario de Estado, la apoyó. Eso nos ha abierto muchas puertas y estamos muy agradecidos. Aunque la principal ayuda sigue siendo la relación personal con el clero y los obispos locales.
Aquí en España, hasta hace poco sólo había asociaciones aconfesionales haciéndose cargo de la labor provida, aunque la mayoría de sus miembros fueran católicos. ¿Ocurre lo mismo en Estados Unidos?
La mayor parte del trabajo provida lo hacen los laicos. Los centros de ayuda a la embarazada los dirigen laicos, no son centros oficiales vinculados a las diócesis. Algunas campañas de 40 Días por la Vida convocadas directamente por las diócesis, como en Baltimore (Maryland), aunque la mayoría las organiza un laico. Suelo decir que no pedimos a un sacerdote que las organicen, sino que nos dé su bendición y anime a sus fieles a que se impliquen.
La mayoría de las diócesis tienen una oficina pro-vida. En nuestra diócesis, de Arlington (Virginia), hay una monja que dirige la oficina de actividades pro-vida, es una gran mujer, y ha participado en 40 Días… En Dallas, el antiguo obispo puso en marcha lo que se llama el Comité Católico Provida, que en realidad está fuera de la estructura diocesana, pero está asociada a la diócesis. Tienen una gran organización y hacen un trabajo maravilloso, en colaboración con el obispo, que bendice sus esfuerzos y les ayuda.
¿Qué papel tiene la Iglesia en la lucha por el fin del aborto?
La Iglesia tiene una máxima responsabilidad, porque el principal motivo por el que la gente se implica en el movimiento provida es por su fe. Sí, hay una violación de los derechos humanos, pero la mayoría de nosotros estamos aquí porque creemos que la vida es un don sagrado de Dios, y eso nos impulsa a hablar por los que no pueden hablar. La Iglesia tiene una responsabilidad y una oportunidad de no sólo salvar vidas, sino asesorar a sus fieles para que hagan una labor provida.
Cuando la Iglesia se implica, ayuda. Pero nosotros somos la Iglesia, somos miembros del Cuerpo de Cristo. Es responsabilidad nuestra vivir nuestra fe y proteger a las mujeres, los niños y los que trabajan en la industria del aborto como expresión de nuestra fe. Nuestra fe nos impulsa a implicarnos.
Cuando un miembro del clero predica sobre el aborto con compasión, eso guía a la gente. Nosotros les miramos buscando liderazgo espiritual, y cuando nuestros obispos y pastores predican y actúan según sus creencias, es un ejemplo tremendo para los fieles. Cuando vemos a un obispo implicado en una campaña de 40 Días por la Vida, esa campaña siempre tiene más fuerza, aunque eso no implica que uno no deba implicarse si el obispo no la apoya activamente. No creo que 40 Días por la Vida hubiera tenido tanto éxito ni de lejos, sin la implicación de los obispos. Ha sido la clave de nuestro crecimiento y del impacto que tenemos.
¿Espera que la próxima campaña de 40 Días por la Vida en nuestro país tenga más fuerza?
Totalmente. Nunca mido una campaña por la cantidad de gente que participa, o por el número de vidas que salven. El hecho de que cualquier persona rece y ayune durante 40 días marca la diferencia, y Dios escucha esas oraciones. Algunas de nuestras campañas sólo tienen unas pocas personas, pero el centro abortista en el que rezaban ha cerrado, o un trabajador se ha convertido. Dios sabe cómo estas campañas están marcando la diferencia. Es a través de la fidelidad de la gente que la campaña da fruto. Sí, esperamos que la gente y la Iglesia se impliquen más.
Por otro lado, he de decir que nos ilusiona mucho la situación en España, sobre todo por las enormes manifestaciones en defensa de la vida que se organizan aquí, con un millón de personas.