Daniel Verdú: «El Vaticano es el regalo que lleva incluido la corresponsalía en Roma» - Alfa y Omega

Daniel Verdú: «El Vaticano es el regalo que lleva incluido la corresponsalía en Roma»

Antes de ser nombrado corresponsal de El País en la Ciudad Eterna y el Vaticano, el periodista catalán cubrió diversos atentados islamistas en Francia o el accidente nuclear de Fukushima, en Japón

Sara de la Torre
Verdú llegó a Roma hace siete años
Verdú llegó a Roma hace siete años. Foto cedida por Daniel Verdú.

«En Roma cada jornada es un día grande». Así explica Daniel Verdú Palay (Barcelona, 1980) su trabajo como corresponsal del diario El País en la Ciudad Eterna y el Vaticano. Desde allí transmite la mirada y la vibración del país italiano a través de su ilusión al descubrirlo. Este oficio lo aprendió en la sección de Local de dicho periódico en Madrid. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o el accidente nuclear de Fukushima, en Japón.

¿Cómo se asume informar sobre el día a día de un país donde en el epicentro de la noticia late el hecho religioso?
A descifrar el algoritmo y contarlo con una mirada propia se añade la gran singularidad que tiene la corresponsalía en este país. El Vaticano es ese regalo que lleva incluido este trabajo. Le da una especificidad muy grande y cambia la manera de contarlo, porque tienes dos esferas y, pese a compartir momentos, ciertas interacciones son muy distintas. Además, es todo un reto: si no has hecho información religiosa y no estás familiarizado con la religión, te obliga a estudiar mucho.

¿Es difícil colocar las noticias sobre la Iglesia en un medio como El País?
Para nada. El Vaticano tiene muchos elementos que lo hacen muy atractivo para nuestros lectores. Lo primero, por la influencia geopolítica que todavía tiene, pese a que mucha gente discute si se ha perdido en mayor o menor medida. Y lo segundo, por el propio relato de sus intrigas internas, que son sencillas de contar y fascinantes de leer. Además, por supuesto, de la relevancia que tiene para una parte de España, que todavía es muy creyente y que sigue la actualidad vaticana de forma muy atenta. Por todo ello es un reto. El Vaticano es un género en sí mismo que engloba las dos vertientes: la espiritual y la política. La espiritual se trata con mucho respeto y la política se integra en un mundo que se ha puesto muy complicado. El poder se ha repartido en dos o tres grandes potencias y el Vaticano, por desgracia, como tantos otros, quizá haya perdido cierta relevancia. Es verdad que la diplomacia, no solo la vaticana, se ejecuta en silencio; si no, no funciona. Pero también es cierto, y creo que bastante evidente, que se está complicando. Lo hemos visto en Ucrania, con las relaciones con Rusia e incluso con la larga, compleja y trabajada apertura con China. Respetando siempre esa parte espiritual de la que hablábamos, todo esto ha hecho que el lector menos cercano al mundo religioso haya tenido mucho más interés por lo que estaba pasando en la Iglesia.

¿Cómo ha sido esa inmersión con los vaticanistas en los viajes papales?
Es muy interesante cuando no lo has hecho nunca. Las primeras veces es alucinante: subes al avión y de repente hay todo un ritual. Despegas y el Papa se levanta, pasa uno a uno a saludar a todos. Es el momento en el que los periodistas intentamos retenerle a través de un regalo, una carta, un mensaje de un ser querido, un obsequio… para que pare un poco más y charlar con él. Todo el mundo se las ingenia con una mezcla de cariño y picaresca para, incluso, obtener un titular. Esa es una parte muy divertida. A la vuelta, con la rueda de prensa, tienes la oportunidad de preguntarle directamente por cuestiones que han pasado en los últimos tiempos. Son viajes muy interesantes en los que es necesario también aportar contexto. Además, Francisco ha mantenido muy buena sintonía con los medios hasta ahora. Es verdad que es un hombre hípercomunicativo, es difícil hasta aguantar su ritmo. Eso también tiene su parte delicada: puede llegar a consumir el discurso, ya que es difícil mantenerlo siempre vigoroso.

La Fundación del Español Urgente (Fundéu) ha elegido como palabra del pasado año el término «polarización». ¿Es evidente también esta tendencia en la información eclesial?
Es una tendencia que, por ejemplo, en Estados Unidos se está analizando fuertemente. Por eso, ese horizonte de la objetividad, de la verdad, de la veracidad, al menos de la neutralidad se difumina, porque todo nos obliga a tomar partido. Ya lo veíamos, evidentemente, en la información deportiva. Pero ahora se está contaminando toda la información política, social… Lamentablemente, creo que va a ir a más. Estamos en una situación crítica, con una precarización descomunal en la profesión que elevará esa falta de independencia de los periodistas. Probablemente los grupos mediáticos cada vez estarán más controlados por las presiones políticas. No soy optimista, la verdad. Me gustaría serlo, pero creo que la dificultad de los medios para encontrar recursos que les permitan sobrevivir de forma independiente condiciona muchísimo la información.