Dahabaye ya no podrá ser médico
Entreculturas pone el foco en los problemas de violencia y abandono escolar de los niños refugiados en el mundo, debido a la interrupción de las clases por el COVID-19
«Cuando apareció el COVID-19 dejamos de ir a clase, simplemente nos quedamos en casa confinados. Me siento mal porque no podemos estudiar y ni siquiera hablamos con nuestros profesores. Mi vida antes era ir a la escuela y jugar con mis amigos, pero ahora no se puede y estamos en casa sin hacer nada». La que habla es Dahabaye, una niña centroafricana refugiada en Yamena (Chad). Ella es también una de las víctimas colaterales de la pandemia, pero en su caso lo que está en juego es algo más que sus notas de final de curso.
En la rueda de prensa virtual que Entreculturas organizó este miércoles con motivo del Día Mundial de las Personas Refugiadas, Dahabaye contó que donde vive «muchas personas son analfabetas», y que «las chicas sin acceso a la educación simplemente hacen lo que ven hacer a los demás», mencionando los embarazos no deseados, los matrimonios precoces o el acoso sexual como problemas principales de las niñas de su edad.
Ella quiere escapar de eso y cree que «la educación es buena», porque «una chica que ha recibido educación piensa en las consecuencias de todo lo que hace», y «los padres que tienen una buena educación no casan a sus hijas a esa edad. Son las chicas las que deben tomar las decisiones de su vida». Por eso, su mayor sueño es seguir estudiando para algún día convertirse en médico «y ayudar a la gente, y sobre todo a los pobres».
Sin embargo, los sueños de los niños y niñas refugiados de todo el mundo se han visto amenazados estos meses por el COVID-19. Para Rayhana Itani, coordinadora pedagógica del Servicio Jesuita a Refugiados del Líbano en Baalbek, el cierre de las escuelas está teniendo «mucho impacto» en la vida de estos niños.
Muchos de sus alumnos han tenido que comenzar a trabajar para ayudar económicamente a sus familias, y otros están sufriendo aislamiento y ansiedad a causa de la pandemia. También echan de menos la comunicación personal con sus profesores y con sus amigos, y les faltan todo su contacto social y sus rutinas diarias estructuradas.
«Tampoco pueden acceder al desayuno y al almuerzo que normalmente ofrecemos en la escuela del SJR», afirma Itani. Y el reto de hacer frente a los desafíos tecnológicos —falta de wifi y de dispositivos tanto para familias como para profesores— es poco comparado con problemas como «el aumento de la violencia en el hogar, la posibilidad de exponer a las niñas a matrimonios tempranos o el abandono escolar».
De ahí que Itani señale que «lo que más nos preocupa ahora es cuándo van a poder volver a la a la escuela, porque cuanto mayor es la interrupción en la enseñanza mayor es la pérdida en el aprendizaje y mayores son los retos» a los que se enfrentan estos niños y sus familias.