Cuatro mártires en la estela de Óscar Romero - Alfa y Omega

Cuatro mártires en la estela de Óscar Romero

La catedral de San Salvador acoge este sábado la beatificación de Rutilio Grande y otros tres mártires «que derramaron su sangre en medio del fragor de la guerra»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Marcha en memoria de Rutilio Grande como preparación de su beatificación. Foto: Efe / Rodrigo Sura.

El 30 de junio de 1979, a pocos meses de su asesinato, el obispo de San Salvador, Óscar Romero, declaraba que «sería triste que, en una patria donde se está matando tan horrorosamente, no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes, como testimonio de una Iglesia encarnada en los problemas del pueblo». El anhelo del santo salvadoreño encuentra respuesta en la beatificación este sábado, en la catedral de San Salvador, de los sacerdotes Rutilio Grande y Cosme Spessotto, y de los laicos Manuel Solórzano y Nelson Lemus. La ceremonia tendrá lugar precisamente en la explanada donde, el Domingo de Ramos de 1980, una multitud despidió a Romero en una Misa de exequias que acabó con francotiradores disparando desde las azoteas y 35 muertos a manos de los militares.

Tres años antes de aquellas palabras de Romero el jesuita Rutilio Grande, gran amigo del obispo, junto al monaguillo de 16 años Nelson Lemus y el catequista Manuel Solórzano, de 72, eran acribillados mientras acudían a la localidad de El Paisnal a celebrar la Eucaristía. Cuando san Óscar Romero –nombrado obispo de San Salvador tan solo una semana antes, en una celebración en la que Grande hizo de ceremoniero–, se enteró de la noticia, canceló todas las Misas del siguiente domingo para organizar una única celebración en la catedral. Allí, ante todo el clero diocesano y 100.000 fieles que desbordaban el aforo del templo, exigió a las autoridades «dilucidar este crimen», y denunció que su amigo murió porque «a la doctrina social de la Iglesia se la confunde con una doctrina política que estorba al mundo».

Romero, Rutilio, Nelson, Manuel… y así hasta 26 sacerdotes, religiosos y religiosas, y cientos de laicos comprometidos con la justicia social, fueron asesinados por militares y paramilitares al servicio del régimen desde el asesinato de Grande y sus colaboradores, en 1977, hasta el de Ignacio Ellacuría y los jesuitas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en 1989.

Perdonó a sus asesinos

Apenas dos meses y medio después de la muerte de Romero, un franciscano rezaba arrodillado en un banco de la parroquia salvadoreña de san Juan Nonualco. En medio de su oración, dos hombres disfrazados con pelucas se le acercaron por detrás y lo ametrallaron hasta matarlo. Se trataba de Cosme Spessotto, un fraile italiano que también será beatificado este sábado.

Nacido en 1923 en Treviso (Italia), Spessotto había intentado la aventura misionera en China, pero no se dieron las circunstancias apropiadas y sus superiores le enviaron a El Salvador, a un pequeño enclave entre montañas donde levantó una iglesia en la que organizaba la catequesis de más de 1.000 niños de la zona. También construyó una escuela y un taller donde los jóvenes podían aprender un oficio para ganarse la vida. Eran los tiempos en los que dedicarse a los pobres era visto por los escuadrones de la muerte como una actividad comunista y peligrosa, y por eso lo mataron.

Tan solo unas semanas antes de morir, Spessotto escribió que tenía «la sensación de que de un momento a otro personas fanáticas me quitarán la vida», y por eso rezaba al Señor «que, en el momento oportuno, me conceda la fuerza para defender los derechos de Dios y de la Iglesia. Morir como mártir sería una gracia que no merezco, un don gratuito del Señor». Y concluía con una declaración que, a pesar de tantos años de distancia, conserva todavía la fuerza con la que fue escrita: «Ya, desde este momento, perdono y pido al Señor la conversión de los autores de mi muerte».

Para los obispos salvadoreños, la beatificación de estos cuatro mártires supone «que podamos venerar juntos a un jesuita salvadoreño, a un franciscano italiano y a dos laicos de nuestro pueblo, un joven y un anciano, que tienen en común el haber derramado su sangre por Cristo en medio del fragor de la guerra».