Cuando una catedral es mucho más que piedras
¿Cuántos hemos paseado, este verano, por delante de una catedral, un monasterio, o la iglesia del pueblo? Pero… ¿nos hemos detenido a saborear la belleza de Dios en sus piedras? Desengáñemonos. No son monumentos que embellecen el paisaje, ni museos con piezas de coleccionistas. Son Palabras construidas, como dice Ángel Sancho en el libro Saber mirar el arte sacro, con el que nos lleva de la mano a contemplar el rico patriomonio artístico de la Iglesia en la diócesis palentina, en particular, y en España, en general. El arte comunica el deseo y la necesidad de Absoluto de aquel que, años ha, se sentó a tallar. A pintar. A edificar
El sacerdote palentino don Ángel Sancho Campo, dedicado toda su vida a trabajar para el patrimonio cultural de la Iglesia, nos acerca, en Saber mirar el arte sacro —edición personal, en colaboración con el Obispado de Palencia—, que bien puede llevarse bajo el brazo en cualquier escapada turística, al significado profundo de la Belleza al servicio de la fe. Nos detiene ante la portada de Santa María, de la catedral de Palencia, «símbolo de defensa contra el Maligno, y signo de esperanza de entrar en la casa de Dios». Nos hace alzar la mirada y contemplar a la Virgen, acompañada por los apóstoles, seis a cada lado. Y en lo más alto, una imagen de san Antolín, patrono de la catedral. «Su simbolismo es claro y bello. Nosotros somos como unos caminantes que aún vivimos en este mundo terrenal, y al pasar por esta Porta coeli, nos adentramos en la civitas Dei, señala.
También el autor nos invita a observar el contexto. La situación de la catedral, en el corazón de la ciudad, cargada de Historia y vida, presenta ya una primera belleza fundamental. Además, casi todas las viejas catedrales están construidas sobre el emplazamiento de un templo anterior. «Hay una vida latente bajo sus muros», explica, como es el caso de la cripta visigótica del siglo VII, bajo la catedral palentina. Otras edificaciones se alzan imponentes en medio del paisaje, aisladas, esperando la visita de algún rezagado turista, o de un ferviente peregrino que recorre kilómetros hasta llegar a ella. Así se encuentra la colegiata de San Salvador, en San Salvador de Cantamuda, Palencia —con la más bella espadaña del románico español—, o la iglesia de San Martín, de Frómista, paso obligado del Camino de Santiago.
Imágenes de Cristo y de la Virgen
De la grandiosidad de la catedral, el libro nos conduce hasta la piedad cristiana volcada en una imagen sencilla. «Cristo no es una idea, ni una imagen, pero el espíritu humano necesita de este fondo, para facilitar el encuentro en el plano espiritual y personal», dice el autor. A Cristo le podemos encontrar representado glorioso. También crucificado, «la figura que más ha penetrado en el corazón de los fieles y ha llegado a ser el símbolo del cristianismo», añade. Contemplar el Cristo del Amparo de la iglesia de Santa María, en Carrión de los Condes, es permanecer ante el mayor gesto de amor divino hacia los hombres, «y es una invitación apremiante». El arte traspasa la mera ornamentación y penetra, directamente, en el corazón del hombre.
María ha sido siempre fuente de inspiración artística. La encontramos orante, o entronizada, como la Virgen con el Niño, de Villarramiel, en Palencia —con sus antecedentes en el arte bizantino—, donde María, Madre de Dios con su Hijo, se concentra en su maternidad divina. Aparece hierática, con rasgos casi geométricos y en posición frontal. «El cara a cara sumerge la mirada en el espectador, lo acoge y establece inmediatamente un lazo de comunión», dice Ángel Sancho. Encontramos también representaciones de la vida de la Virgen, o a María dolorosa, como la vemos en el Llanto sobre Cristo muerto, del díptico de Pedro Berruguete de la catedral de Palencia. María es la Sola del Sol difunto, como la cantó Lope de Vega. Otro modo de expresar la concepción inmaculada de la Virgen consistió en ensalzar a su madre, santa Ana. En la escultura de la sala capitular de la catedral de Palencia, obra de Alejo de Vahía, vemos a la madre de María, sentada sobre un gran sillón, a la Virgen coronada sobre sus rodillas, y en brazos al Niño. Ya lo decía Juan Pablo II, a la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, en 1995: «Haced que el arte siga celebrando los dogmas de la fe, enriqueciendo el misterio litúrgico, dando forma y figura al mensaje cristiano y manifestando sensiblemente el mundo invisible».