«Cuando sean sacerdotes, su primera obligación será una vida de oración»
El Papa ha recibido a los seminaristas de Barcelona. Les ha entregado el discurso que había preparado y ha preferido charlar con ellos
Francisco ha mantenido una audiencia con los seminaristas del Seminario Conciliar de Barcelona con los que ha charlado en privado. Tenía un discurso preparado, pero ha preferido entregárselo y hablar con ellos de forma espontánea. El Vaticano no ha hecho público el contenido de esta charla. Sí ha hecho público el discurso que el Pontífice había preparado para pronunciar este sábado.
En ese texto, el Papa les agradece esta visita porque sabe que han pedido con insistencia este encuentro con él y así les dice que no olviden nunca que «la oración perseverante da sus frutos». Por ello, el Papa, en este texto que no ha pronunciado, pero sí ha entregado a los seminaristas, les escribe que no se olviden de que «cuando sean sacerdotes, su primera obligación será una vida de oración que nazca del agradecimiento a ese amor de predilección que Dios les mostró al llamarles a su servicio».
Francisco les pide por escrito que en esta fase de su formación se hagan las mismas preguntas que se hizo la Virgen María, por ejemplo, «preguntándose cómo estaba ella cuando Dios la llamó y yo cómo estaba». Y, sobre todo, «con qué celo me planteo mi vida sacerdotal». Les recomienda el Papa que sigan el ejemplo de san Manuel González para llevar a Dios al mundo.
También les explica el Papa que su tarea es ser instrumento para hacer presente a Jesús y usa unas palabras de este obispo español: «El sacerdote no es un dominador de las almas por la plata y el oro… su riqueza, su poder, es solo la virtud del nombre de Jesús».
Parafraseando al obispo de los sagrarios abandonados, Francisco les invita a volver siempre al sagrario: «Piérdanse allí con Él, para esperar a sus fieles. ‘El buen sacerdote sabe muy bien que, mientras le queden ojos para llorar, manos con que mortificarse y cuerpo que afligir, no tiene derecho a decir que ha hecho todo lo que tenía que hacer por las almas que le están confiadas’».
También les da otros dos mensajes. Primero que Dios «nos pide sacrificio, sacrificio del corazón, rindiendo nuestra voluntad, como Él nos propone en el Getsemaní» desde las cosas más sencillas como «la cama dura, la habitación estrecha, la mesa escasa y pobre, las noches a la cabecera de los agonizantes, los días muy temprano abriendo la iglesia antes que los bares, y esperar, acompañando a Jesús solo, a los pecadores y a los heridos en el camino de la vida».
Y segundo les invita a mantener viva la llama del Espíritu Santo: «No apaguen nunca ese fuego que los hará intrépidos predicadores del Evangelio, dispensadores de los tesoros divinos. Unan su carne a la de Jesús, como María, para inmolarse con Él en el sacrificio eucarístico, y también, en la gloria de su triunfo».