Cuando quedarse en tierra salva vidas
A la doctora Tendobi no la dejaron regresar al Congo por culpa del coronavirus, así que se volvió a poner la bata de médico y se puso a trabajar en la Clínica Universidad de Navarra de Madrid. Allí se había pasado el último mes investigando gracias a una Beca Guadalupe
Desigualdad y vulnerabilidad. Son las dos palabras con las que la doctora Celine Tendobi define la situación de las mujeres en su país, el Congo. «Desde pequeñas, las chicas no tienen muchas oportunidades para ir al colegio, mucho menos a la universidad. Suelen encargarse de la familia, de ir a buscar agua, de trabajar la tierra, cocinar, limpiar…», asegura en conversación con Alfa y Omega. Por eso, cuando la ONG Harambee le concedió una Beca Guadalupe –creadas en torno a la beatificación hace un año de la química del Opus Dei Guadalupe Ortiz de Landázuri para ayudar a investigadoras africanas– no pudo contener la emoción y se puso a dar gracias a la beata de inmediato.
Hace años, Tendobi pudo estudiar Medicina gracias al esfuerzo de su familia, pero ahora iba a investigar en España junto a uno de los más eminentes especialistas en Ginecología oncológica del mundo, el doctor Luis Chiva, médico en la Clínica Universidad de Navarra (CUN) de Madrid. La idea era «ahondar en la detección y tratamiento del cáncer de cuello de útero, causa de muerte de muchas mujeres en mi país».
Los trabajos comenzaron el 2 de febrero, pero apenas un mes después, el coronavirus se propuso dar al traste con el trabajo en España de la investigadora congoleña. Y casi funciona porque, «viendo la situación, me compré un billete de avión para volver a mi casa el 20 de marzo. Me decían que allí no había apenas casos y yo veía con pena, y también con miedo, que aquí los muertos se contaban por cientos». Pero a la doctora no la dejaron embarcar en el avión. «Me dijeron que no podía entrar en África, que habían cerrado todas las fronteras de los países en los que tenía que hacer escala», rememora.
Celine Tendobi se quedó, de esta forma, atrapada en España. Sin embargo, lejos de recluirse en su alojamiento, la doctora se empeñó en devolverle el golpe al coronavirus y se puso a trabajar en la CUN de Madrid, además de avanzar en su tesis doctoral. «Hacía guardias para atender a los partos y también estaba en las consultas. El hospital se dividió en dos —COVID-19 / NO COVID-19— y yo apoyaba en el lado de los pacientes no infectados para que más médicos se pudieran sumar a la atención de los pacientes con coronavirus». Nunca antes no poder embarcar en un avión había salvado tantas vidas.
La experiencia viajará con ella
Una vez que ha pasado lo peor de la crisis sanitaria, a la doctora Tendobi se le presenta una nueva oportunidad para tomar un avión de vuelta a casa. «El Gobierno de mi país está organizando un viaje de repatriación de todos los congoleños que estamos en Europa, pero todavía no hay una fecha asignada». Más allá del día concreto, la mujer congoleña tiene previsto hacer el viaje acompañada. Con ella, se llevará «la experiencia de cómo la sanidad española se ha enfrentado al COVID-19, cómo se han dividido los hospitales, cómo se utilizan correctamente los EPI, cómo se han esterilizado las habitaciones y las batas del personal…». También el protocolo para tratar a los pacientes con coronavirus, que «me los dio la directora del hospital», concluye.
Pero el caso de la doctora Tendobi no es único. La parasitóloga nigeriana Chiaka Anumudu, también con una Beca Guadalupe de la ONG Harambee, se ha quedado atrapada en España. Además, en su caso, ha tenido que confinarse en su domicilio. El Estado de alarma ha hecho imposible continuar con su investigación en la Universidad de Valencia, donde se encontraba trabajando sobre una enfermedad parasitaria común en Nigeria llamada esquistosomiasis.
Desde febrero de 2019, los restos de Guadalupe Ortiz de Landázuri reposan en el real oratorio del Caballero de Gracia. Salvo en el confinamiento, no ha faltado día en que una cifra crecida de gente se haya acercado a rezar a la beata. Muchos, muchos miles: madrileños y de toda España, bastantes italianos y portugueses, unos cuantos polacos, alemanes y austriacos, algunos africanos y filipinos, e innumerables personas de todos los países hispanoamericanos. Recuerdo que, a los pocos días de la beatificación, en una entrevista para una cadena de televisión, se me ocurrió declarar que «Guadalupe ha puesto al real oratorio del Caballero de Gracia en el mapa mundial». Hoy, a la vista de lo vivido en este año, debo reafirmarme en lo dicho. Foráneos y sobre todo muchos madrileños han descubierto un bonito templo, donde todos los días se celebran seis Misas, se expone el Santísimo cada mañana y cada tarde, y siempre hay confesores a disposición. Aquí descansa Guadalupe, una mujer lista, activa y con empuje, y además, alegre, con una alegría que siempre cuidó. Así lo subraya la oración a la beata, en la que por su mediación se pide a Dios saber «contagiar mi fe y alegría a todas las personas que me rodean».
José Ramón Pérez Arangüena
Vicerrector del real oratorio del Caballero de Gracia