Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará - Alfa y Omega

Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará

Lunes de la 16ª semana de tiempo ordinario / Mateo 12, 38-42

Carlos Pérez Laporta
Jesús con los escribas y fariseos. Vidriera en la iglesia de San Andrés y San Jorge en Edimburgo. Foto: Lawrence OP.

Evangelio: Mateo 12, 38-42

En aquel tiempo, algunos escribas y fariseos dijeron a Jesús:

«Maestro, queremos ver un signo tuyo». Él les contestó:

«Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.

Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón».

Comentario

Están con Jesús, pero no quieren verle a Él: «Maestro, queremos ver un milagro tuyo», le dicen. Ver milagros no sirve para nada más que para verle a Él. Esos actos prodigiosos no tenían otra finalidad que hacer ver en Él a Dios. Los milagros tienen que llevar a la intimidad de Jesús.

Pero los escribas y fariseos no están interesados en conocer a Jesús. Hacen el recorrido contrario: no quieren acercarse más a Él, solo pretenden prodigios que solventen los problemas de la vida.

Muchas veces nosotros también actuamos así. De Dios solo esperamos en nuestras oraciones conseguirle cosas; pero no le esperamos a Él. Pensamos que son esas cosas las que nos faltan en la vida y que si las tenemos nuestra vida estará resuelta. Es una relación interesada con Dios, en la que le reducimos a una máquina expendedora de milagros, a un tapagujeros, a un instrumento. Pero lo que le falta a la vida no son cosas, por buenas que sean. A la vida no le falta salud, no le falta dinero, no le falta comida. A la vida le hace falta sobre todo Dios. Sin Dios no hay vida. Con Dios crece la vida incluso en la enfermedad, en la pobreza o en el hambre.

Por eso, Jesús no da otra señal que su muerte y resurrección: «Pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra». Porque en su muerte pudo mostrar que es la relación con Dios la que llena la vida, la que hace la vida plena: al resucitar mostró como Dios da vida, y vida eterna. Esa es la sabiduría de Jesús, «que es más que Salomón». Quien conoce a Dios conoce la vida. Conocer a Dios es la mayor sabiduría, porque la vida se cumple en la relación con Dios.