Cuando el médico solo puede llegar (si hay suerte) en todoterreno
La clínica móvil de las misioneras de Jesús-María en Jean Rabel (Haití) atiende sobre todo problemas de hipertensión «brutales» e ictus en adultos, y diarrea e infecciones de piel en niños, aunque se están dando cuenta del gran problema de malnutrición existente
Cada mañana, Wadly, Valle y Sherline cargan la furgoneta todoterreno con instrumental médico básico y algunas medicinas, y se lanzan a unos caminos de montaña en los que apenas se pueden alcanzar los diez kilómetros por hora rumbo a algún poblado del extremo noroccidental de Haití. Es la rutina que cada día, de martes a viernes (los lunes toca consulta oftalmológica en Jean Rabel, la cabeza de municipio) sigue la clínica móvil de las misioneras de Jesús-María.
Wadly conduce, Sherline es la auxiliar, y al frente del equipo está la médico española Valle Chías. «Yo lo gestiono pero el alma son ellos», matiza. «Si Sherline se va, la clínica muere con ella. Es la que gestiona todo y sabe dónde están las casas de la gente». Después de un parón de más de un año por una avería que obligó a sustituir el vehículo anterior y luego por la pandemia, «ahora es un nuevo comienzo, con cambios en la plantilla» y ampliando el número de pueblos atendidos (Gros Sable, Akadien, Colette, Cotton, Diondion, Framadou…) de seis a once.
En las nuevas localidades, al no haber dispensario, atienden en el colegio o en la capilla. «Salvo días como hoy, que había un funeral y no hemos podido ir». O si la lluvia ha vuelto a dejar los caminos impracticables. Así que la visita del médico, que en principio ocurre cada tres semanas, puede retrasarse alguna más. Y por eso, aunque Chías intenta que el límite sea de 25 pacientes, alguna vez ha atendido a más de 30. Al terminar, recogen todo y se dirigen a las casas de las personas que no pueden acudir por edad o por discapacidad.
Jóvenes con ictus
Es más habitual de lo esperable, por ejemplo, encontrar a personas con parálisis como secuela de algún ictus en personas relativamente jóvenes. Entre las personas de más de 45 años (la esperanza de vida es de 64), el problema de salud más común es la hipertensión. Alcanza niveles «brutales» («quizá 22-12, que en unas Urgencias de España serían para meter medicación por vena») porque la gente «va al médico cuando se encuentra fatal, toma la medicina durante dos o tres semanas y cuando se acaba, se acabó». Los medicamentos son caros y difíciles de conseguir, incluso para el equipo de la clínica. «Lo poco que les cobramos por ellos no cubre el precio ni de lejos», y dependen en gran medida de donaciones.
En los jóvenes, el problema más frecuente son las infecciones de transmisión sexual. Y, en los niños, infecciones de la piel como forunculosis que agravan la sarna «endémica». A los más pequeños les afectan también mucho las diarreas. No es de extrañar pues la zona, además de montañosa, es casi desértica. «Se han talado un montón de árboles» desde la época de la colonización francesa, y ahora sigue ocurriendo porque «la fuente principal de energía es el carbón» y además grandes áreas de árboles de sombra se convierten en «monocultivos de maíz y plátanos».
Todo ello contribuye a la erosión del suelo, y cuando llueve lo hace torrencialmente y se pierde el agua y todo lo que hubiera cultivado. En algunas aldeas, explica Chías, no hay agua y la gente «bebe de cualquier parte. De hecho, me extraña que no tengamos muchas más diarreas. Creo que conviven con ella» como algo habitual «y solo nos consultan si es muy grave».
Controlar la malnutrición
Chías está intentando empezar a controlar también la malnutrición, y está encontrándose con que la mayor parte de los pequeños la padecen en grado moderado y severo. «En los colegios hay un plan nacional de alimentación y se supone que el Estado envía cada trimestre alimentos» para que los niños tengan al menos una comida nutritiva al día. «Pero ni siquiera en los colegios que funcionan bien, como los nuestros vinculados a Fe y Alegría, duran el trimestre. Y en muchos centros públicos y en otros privados, directamente malversan con ellos».
Cuando la situación se agrava, poco se puede hacer. «En el hospital de aquí no hay fórmulas de renutrición porque requieren un control» muy estricto. «Yo, cuando me encuentro a un niño así, intento hacerle un seguimiento y saber a qué colegio va». Y, en unas semanas, quiere organizar un cribado en los colegios vinculados a la congregación.
Medicina a ojo
Más allá del estetoscopio y algún otro instrumento básico como un tensiómetro, Chías realiza casi todos estos diagnósticos solo clínicamente, «basándome en lo que veo». Es decir, apenas «una primera aproximación». En esta clínica móvil, «el diagnóstico por imagen es casi ciencia ficción». Aunque en el hospital local hay máquina de rayos X, Chías evita derivar a pacientes allí si puede evitarlo: los trata ella o los envía a un hospital más lejano. «Este es un desastre. Todos los médicos son estudiantes que acaban de terminar la carrera y a los que mandan un año a zonas rurales, sin nadie que los siga formando. No están comprometidos, solo quieren irse a Puerto Príncipe».
Ahora, está intentando montar en su sede un laboratorio de microbiología y formar a técnicos para afinar más los diagnósticos y los tratamientos. «Yo puedo saber que algo es una infección y tratarla con bombazos de antibióticos», cuando quizá «basta con una dosis más baja o ni siquiera son necesarios» porque el problema es otro. También dedica parte de su tiempo a intentar analizar y poner solución al problema del acceso al agua. «Acabamos de terminar un proyecto para hacer un pozo con un reservorio muy grande para dar agua a dos poblaciones distintas, y queremos hacer lo mismo en otra».