«Cuando resolvió su primera suma, le caían lágrimas de alegría»
La Hermana Caterina cuenta, desde Papúa Nueva Guinea, cómo ayudan a salir adelante a los que no tienen nada
Please, come to help –Por favor, vengan a ayudar– estas fueron las palabras que hicieron salir a la Hermana Caterina Gasparatto de la Italia del siglo XXI y retroceder en el tiempo hasta llegar a la edad de piedra, exactamente a la diócesis de Bereina, en la provincia central de Papúa Nueva Guinea. Así, siguiendo el llamado del obispo Rochus Josef Tatamai, M.S.C, llegó en octubre del 2013, Hermana Caterina de la comunidad Cavanis de Jesús Buen Pastor, junto con otra hermana italiana, una filipina y una vietnamita. I never hear about Papua New Guinea, we were move by the Holy Spirit -Yo nunca había oído antes hablar de Papúa Nueva Guinea, fue el Espíritu Santo el que nos movió- recuerda Hermana Caterina.
La diócesis de Bereina es considerada la más pobre del país, se extiende unos 19.000 Km² y cuenta con 97.000 habitantes, 85 % católicos. La ciudad del mismo nombre está a 160 kilómetros de Port Moresby. Las hermanas siguen los pasos de los primeros misioneros que llegaron en 1885. «Eran franceses y curiosamente aun hoy en día Alain es el nombre más usado por muchos de los habitantes de Bereina» cuenta Hermana Caterina.
«No viven en casas como nosotros estamos acostumbrados», explica la hermana durante su visita a la central de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, «viven alrededor de hogueras, bastante dispersos. No hay colegios… prácticamente, por no haber… no hay ni baños». Y continúa explicando: «Un día oí que comentaban que habían construido baños y me interesó muchísimo porque nosotras queríamos también hacer algo así en el colegio, pensando que si estaban bien hechos podríamos encargar nosotras los servicios a la misma persona, pedí que me los enseñara, anduvimos 10 minutos hasta llegar a un sitio, y allí había dos agujeros en el suelo separados por una tabla en el medio. Esos eran los baños. Al final los hemos construido nosotras mismas, no es tan difícil, una aprende de todo aquí… eso si con la ayuda de internet».
Uno de los más grandes retos de las hermanas es luchar contra la ruina humana, social y económica que ocasiona el «betelnut» (nuez de betel). Este alucinógeno, no sólo ensucia las calles -y las dentaduras- con su llamativo tono rojo, sino que paraliza el desarrollo de toda una sociedad. «Es un estimulante tan fuerte que las personas pueden estar tres días sin comer, lo toman todos, los hombres y las mujeres… eso hace que no se ocupen de trabajar, ni de sus hijos, ni de nada… solo hay una preocupación y una ocupación en su vida: conseguir la nuez de betel», explica Hermana Caterina. La cultura de mascar nuez de betel es muy antigua, se usaba en bodas, para hacer tratados de paz o en los ritos funerarios, pero en los últimos años su uso indiscriminado, incluso entre niños, se ha extendido peligrosamente. El también llamado green gold -oro verde- crea adicción y provoca cáncer de boca, además de graves problemas de violencia doméstica y delincuencia.
Las hermanas de la comunidad Cavanis de Jesús Buen Pastor plantan cara a este problema sobretodo mediante su carisma: la educación de niños y jóvenes, cuidando de ellos como madres o padres. «Hay muchísima esperanza. Acabamos de abrir un colegio, ya tenemos 170 niños entre seis y doce años. Todos ellos pisan por primera vez un colegio, es decir que los de doce años tienen el mismo nivel que los de seis. Son muy inteligentes aprenden muy rápido. Así que nosotras también tenemos que esforzarnos mucho para estar a la altura», bromea la hermana con un movimiento de mano que revela claramente su origen italiano. Al colegio asisten también niñas, cuenta la hermana Caterina muy contenta, porque no es lo normal en Papúa Nueva Guinea, ya que se quedan en la casa para ayudar en las labores domésticas o en las parcelas de cultivo. Muchas de ellas son vendidas de muy jóvenes a las familias de sus futuros maridos.
También entre el grupo de jóvenes que apareció de repente el primer día de su llegada, quedándose a dormir bajo los árboles alrededor de su casa para cuidarse de la seguridad de las hermanas han visto cambios. Los chicos ayudaron a construir el colegio y siguen ayudando en todo tipo de trabajos: «Desde el principio les dijimos que les dábamos tres comidas al día si dejaban de mascar betel, y así es. Desde aquel día ya no lo mascan y son una gran ayuda para nosotras». Entre estos jóvenes estaba Lucas, de 20 años. «Nunca fue al colegio y aunque era muy tímido nos hizo saber su deseo de aprender. Me tocó a mí enseñarle a escribir. No se puede imaginar que difícil puede ser aprender a sujetar un lápiz a la edad de veinte años, pero nunca olvidaré la cara de felicidad cuando escribió por primera vez su nombre». La hermana irradia también cuando relata la historia de Leo, de 21 años: «Empezamos matemáticas sencillas simplemente agrupar y sumar, al principio fue difícil para él entender lo que eran unidades, decenas, centenas… pero el tiempo llegó, empezamos a hacer adiciones y cuando consiguió por primera vez resolver una suma, no se lo podía creer, le caían las lágrimas… fue un momento realmente hermoso», cuenta la hermana Caterina.
«¿De verdad es posible perdonar?»: ésta fue la pregunta sorprendente de uno de los niños que atiende la catequesis de las hermanas, el día que trataban el tema de la confesión. También en esto notan un cambio. En Papúa Nueva Guinea se cuentan entre ochocientos y mil grupos étnicos diferentes y un total de 836 lenguas indígenas, totalmente diversas entre sí. Muchos de los problemas entre los miembros de los diferentes grupos étnicos y clanes acaban en luchas tribales, a veces con graves consecuencias. No es siempre sencillo transmitir los valores de reconciliación y perdón pero posible: «Fui capaz de acercarme a un joven que me había insultado sin motivo y decirle que su actitud no había sido buena» (I was able to go to him and explained him that this was not nice) le contó después uno de los chicos a la hermana Caterina. «Sin nuestras explicaciones eso habría acabado en una pelea», resume la religiosa.
Hermana Caterina transmite su agradecimiento a los benefactores de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada que colabora con las hermanas mediante diferentes proyectos. Entre otros se ayudó a la financiación de un camión. «¡Mirad, fantástico, la hermana conduciendo un camión!», los niños no salían de su asombro viendo a la hermana detrás del volante. «Estaban tan felices, ellos sienten el camión como algo propio. Caben de 50 a 70 personas. Lo usamos muchísimo, para llevarlos a la catequesis, para ir a las ceremonias a la catedral –que para nuestra idea occidental es más bien una capilla. Si no tuviéramos el camión no sería posible hacer tantas cosas. Tantos planes de formación y tantas actividades se verían frustrados. Porque si no los llevamos, ellos por si solos no pueden acudir, estamos a 30 kilómetros del centro de Bereina. ¡Ahora podemos dejar nuestra fantasía volar! Gracias a todos los que han hecho posible este sueño».
María Lozano / AIN