El sacerdote Esteban Munilla acompañó a Miguel Ángel Blanco en su agonía
Le dio la absolución nada más llegar al hospital, la unción de enfermos al salir del quirófano y, de madrugada, le llamaron para que ayudara a decir a la madre de Miguel Ángel Blanco que su hijo, aunque respiraba de forma artificial, había fallecido. «Ojalá aprendamos todos de aquellos días y de lo que siguió», pide el sacerdote donostiarra Esteban Munilla
El 12 de julio de 1997, el sacerdote Esteban Munilla tenía una boda. «Fue la que más me ha costado celebrar en mis 30 años de sacerdote». Acababa de «ver el rostro ensangrentado de Miguel Ángel Blanco», y le había dado la absolución a su llegada al hospital Aránzazu —hoy Donostia—, en San Sebastián. En el 20º aniversario de los hechos, el padre Munilla los ha relatado en su página de Facebook.
El padre Munilla era uno de los capellanes del hospital. Ese fin de semana estaba de guardia. En la tarde del sábado, los servicios de emergencia llamaron para avisar de que llevaban a un joven gravemente herido pero todavía con vida. Conscientes de que el ultimátum de la banda terrorista ETA para acabar con la vida del concejal del PP ya había terminado, «en el hospital todos dijimos que era Miguel Ángel, aunque desde la ambulancia no se dio ningún dato para suponerlo».
No les habían dicho, por ejemplo, que unos cazadores lo habían encontrado en una cuneta cerca de Lasarte. Su foto había estado en todos los medios. Pero «no lo pude reconocer por el estado en que llegaba».
Después de la boda —«era de una enfermera. No se me olvidará el rostro de los novios y de los invitados. Rezamos por Miguel Ángel»—, el sacerdote volvió al hospital. Miguel Ángel Blanco ya había salido de quirófano y pudo, con más calma, celebrar la unción de enfermos.
Una llamada a la UVI
Pasaron las horas. Llegó la madrugada, y llamaron al capellán a la UVI. «Allí estaba la madre de Miguel Ángel agarrada a la mano de su hijo. Me llamaron para ayudar a comunicar a aquella madre, que veía respirar a su hijo, que esa era una respiración mecánica, pero que su hijo ya había fallecido. Se le mantenía el respirador para que los órganos fueran trasplantables».
Blanco, sano y fallecido de forma violenta, era un buen candidato para donar sus órganos. Pero faltaba el consentimiento de una familia ya duramente golpeada y que había vivido la angustia y la incertidumbre durante más de 48 horas. Dijeron que sí. «Es hermoso pensar que alguien vive gracias a ese gesto generoso».
El obispo, con la familia
En su relato, el sacerdote donostiarra comparte otra imagen que le impresionó: acompañar al cadáver hasta el tanatorio, donde le esperaba la familia de Miguel Ángel… y monseñor Ricardo Blázquez, entonces obispo de Bilbao y por tanto pastor de los Blanco, ya que Ermua está en Vizcaya.
«Me llamó la atención que no estaba con las autoridades políticas en el hospital, sino sentado entre los familiares, en el tanatorio. Un testimonio de cercanía, y humildad en su saber estar en medio de un ambiente muy difícil. Era un precioso testimonio de la presencia de la Iglesia con las víctimas».
«Han pasado 20 años, pero hay cosas que en la vida no se olvidan y quedan muy grabadas —concluye—. Ojalá aprendamos todos de aquellos días y de lo que siguió a continuación. Descanse en paz».