Cualquier excusa para anunciar a Cristo
La vida ministerial de Osoro ha pasado por Santander, Orense, Oviedo, Valencia y Madrid, donde lo siguen recordando. Ahora, su hermano José Manuel espera que pueda descansar y «pasar tiempo con la familia»
Este 12 de junio el Papa aceptó la renuncia de Carlos Osoro como arzobispo de Madrid. Se ponía así punto y final a un ministerio episcopal que comenzó hace más de 26 años. Fue el 22 de febrero de 1997 cuando fue ordenado obispo en la catedral de San Martín de Orense. De su paso por la diócesis gallega, Julio Grande, que fue su secretario personal por aquel entonces, destaca la ilusión de Osoro por anunciar a Jesucristo. «Recuerdo que decía que le valía cualquier excusa para poder hablar de Él». Cualquiera, incluso una noche de fiesta. El protagonista de esta historia fue el hermano de Grande. El día, un 31 de diciembre. «Él se iba a ir de parranda con sus amigos y mi madre estaba preocupada por el tema del coche», rememora el que fuese su secretario. Entonces, intervino el obispo. «Don Carlos me sugirió que llevara yo a mi hermano a la fiesta en el coche, que luego me fuera a dormir a su casa y que por la mañana podían venir mi hermano y sus amigos a desayunar». Según el secretario, Osoro se levantó a las 06:30 horas para preparar el desayuno para mi hermano y una docena más de chicos que habían estado celebrando el año nuevo. «Los chavales alucinaron al ver al obispo, tan temprano, preparándoles todo», cuenta.
Durante su etapa episcopal en Orense, el obispo incluso llegó a plantarse en un club de alterne para liberar a una chica a la que le habían confiscado el pasaporte y estaba siendo obligada a prostituirse. Lo habitual, sin embargo, es que las noches las dedicara a la celebración de la Eucaristía. «Solíamos llegar muy tarde de las visitas pastorales —realizó dos completas a la diócesis y estaba realizando la tercera cuando le designaron arzobispo de Oviedo— y a las 00:30 horas celebrábamos Misa muchos días. La devoción con la que lo hacía se me quedó grabada para siempre».
Antes de marcharse de Galicia, cinco años después, tuvo tiempo de dejar su impronta en la juventud. «Esa fue una de las grandes preocupaciones de su paso por la diócesis. Insistía mucho en acoger a los niños y a los jóvenes», asegura Julio Grande. De hecho, todos los meses les escribía una carta. Luego se editaron todas juntas y aún hoy se conservan. «Tiempo después, cuando él ya no estaba, me nombraron delegado de Juventud y recuerdo que las usábamos para los encuentros», añade.
En 2022 fue designado arzobispo de Oviedo. Allí se encontró con Juan José Tuñón, al que nombró responsable del Patrimonio de la archidiócesis y, posteriormente, abad de Covadonga, donde el nuevo arzobispo llegó a crear un instituto mariológico. Precisamente, el paso de Osoro por Asturias estuvo muy vinculado a la Santina, como se conoce popularmente a Nuestra Señora de Covadonga: «Iba muy a menudo al santuario». A veces, «incluso a horas intempestivas». Subía a la cueva donde está la imagen de la Virgen «y allí hacía su oración». Tuñón también recuerda las novenas en el santuario. «Había días que venían 30, 40 o 50 autobuses», rememora. De hecho, no se iba nadie sin que don Carlos hubiera ido a despedirse personalmente de la gente.
La última diócesis por la que pasó, antes de desembarcar en Madrid en 2014, fue Valencia. Arturo Ros es hoy su obispo auxiliar, un oficio que aprendió de Carlos Osoro. «Un año después de su llegada me propuso ser vicario episcopal y, aunque me resistí al principio, terminé aceptando», cuenta a Alfa y Omega. De aquellos años de colaboración en el gobierno de la diócesis valenciana, a Ros se le quedó grabado «el empeño de don Carlos por ser un pastor cercano», «su alegría a pesar de las dificultades» y también «el itinerario de renovación» que pusieron en marcha, «que tuvo varias fases» y «que movilizó a toda la diócesis».
Tras este periplo, ha llegado el tiempo de la jubilación. En esta nueva etapa, «tiene la idea de pasar temporadas en Santander, donde está toda su familia», explica José Manuel Osoro, hermano del ya arzobispo emérito de Madrid, con el que habla a diario. Su residencia oficial, sin embargo, quedará fijada en Madrid. Allí se dedicará, como él mismo ha reconocido, a la Eucaristía, a rezar, a leer y a escribir. También a hablar y a acompañar a las personas que se lo pidan. «Tiene ganas de estar más sereno, más tranquilo, de descansar. No olvidemos que tiene 78 años y no ha desconectado nunca», concluye su hermano.