Cruz gloriosa - Alfa y Omega

Cruz gloriosa

Alfa y Omega

«Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, Papas, pero no discípulos del Señor»: así les decía el Papa Francisco a los cardenales, ya en su primera homilía, en la Misa que presidió al día siguiente de su elección, en la misma Capilla Sixtina. Y este Domingo de Ramos, en la Plaza de San Pedro, que llenaban especialmente los jóvenes, volvía a fijar sus ojos en la cruz de Cristo, justamente recordando lo que su predecesor les dijo igualmente a los cardenales en el Consistorio del pasado noviembre: «Vosotros sois príncipes, pero de un rey crucificado». Tal verdad, lejos de llevar al temor y al desaliento, es fuente de la más honda de las alegrías, y por eso la primera palabra que quiso gritar este pasado domingo el Papa Francisco fue justamente ésta: ¡Alegría!

Lo proclamó con fuerza en la Plaza de San Pedro: «La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho Él aquel día de su muerte». Y es aquí donde radica la esperanza verdadera, ¡en seguir a Jesús!, que ciertamente no entra en Jerusalén «para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra…; entra para ser azotado, insultado, ultrajado; entra para recibir una corona de espinas», y así darnos la Vida a los hombres que estábamos muertos por el pecado. ¿Acaso las coronas del egoísmo y de la corrupción de este mundo pueden aportar la más mínima esperanza? «Nunca olvidemos –había dicho ya el Papa Francisco en la homilía del inicio de su pontificado– que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la Cruz». Sí, luminoso, lleno de la luz de la alegría y de la esperanza. ¿No está acaso bien claro ante los ojos de quienes hemos encontrado a Jesús dónde está la auténtica alegría, dónde está de verdad la esperanza? «Nuestra alegría –decía el Papa el domingo– no es algo que nace de tener muchas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús».

Sin duda, sus palabras se hacen eco de las de su predecesor, al comienzo mismo de su primera encíclica: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética, o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». ¡Un horizonte nuevo, justamente el que corresponde al deseo infinito que anhela en lo más hondo todo corazón humano! ¡He aquí la fuente de la alegría y de la esperanza! Por eso, el Papa Francisco dijo bien claro, el domingo: «¡No os dejéis robar la esperanza! Esa que nos da Jesús», la que nace de su Cruz gloriosa. ¡Ataos a ella con fuerza! Vosotros –añadió el Papa dirigiéndose especialmente a los jóvenes que ya tienen puesta la mirada en la JMJ de Río de Janeiro, del próximo julio– «no os avergonzáis de su Cruz. Más aún, la abrazáis porque habéis comprendido que la verdadera alegría está en el don de sí», y «lleváis la Cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del mundo. La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: Id y haced discípulos de todos los pueblos, que es el tema de la JMJ de este año», es decir, ¡Id y llevad la esperanza! ¡Llevad a Cristo, que en la Cruz nos ha dado el abrazo de Dios!

«La célebre estatua del Cristo Redentor –dice el Mensaje que nos dio Benedicto XVI para la JMJ de Río–, que domina aquella hermosa ciudad brasileña, será su símbolo elocuente. Sus brazos abiertos son el signo de la acogida que el Señor regala a cuantos acuden a Él, y su corazón representa el inmenso amor que tiene por cada uno de vosotros». Sí, llevar a Cristo a todos los hombres es la primera y más urgente necesidad de nuestro mundo, porque «el hombre que se olvida de Dios se queda sin esperanza -sigue diciendo el Mensaje-, y es incapaz de amar a su semejante». De ahí la urgencia de «testimoniar la presencia de Dios, para que cada uno la pueda experimentar», pues lo que está en juego es «la salvación de la Humanidad y la salvación de cada uno de nosotros». Es preciso, ciertamente, «queridos amigos –subraya el Mensaje–, que nunca olvidéis que el primer acto de amor que podéis hacer hacia el prójimo es el de compartir la fuente de nuestra esperanza», porque, «quien no da a Dios, da demasiado poco».

Por eso el Papa Francisco, el pasado domingo, cantó la alegría y la gloria de la Cruz, donde pende la salvación del mundo, ¡Cristo! Y con estas palabras: «Aguardo con alegría el próximo mes de julio, en Río de Janeiro. Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil», invitó a los jóvenes a abrazarse a la Cruz gloriosa, bien significativa en esa Cruz peregrina que, como vemos en la imagen que ilustra este comentario, jóvenes brasileños acogieron gozosos en la Misa de clausura de la JMJ de Madrid 2011.