Crónica desde Lesbos: ¿El pan de cada día? «Denles ustedes de comer…»
En el campo de refugiados de Kara Tepe, si la distribución de ropa es emocionalmente sangrante, la de comida no es para menos
Hay ocasiones en las que te asalta algún pasaje del Evangelio. Otra veces uno se topa con él. Esta experiencia ha sido del segundo tipo y, con diferencia, la más excepcional de mi vida.
La Iglesia católica en Grecia sigue el calendario griego ortodoxo para la Pascua, así que mi primer domingo aquí, el 3 de julio de 2016, era Corpus Christi. El pasaje del Evangelio que correspondía fue el de la alimentación de los cinco mil según el Evangelio de Lucas. Me topé con ese pasaje dos veces aquel día. Empezaré con el segundo encuentro.
Caminando de vuelta a Mitilene (orgullosa capital de Lesbos, a pesar de su reducido tamaño, con apenas 30.000 habitantes), se pasa al lado de un pequeño santuario con un mosaico de san Pablo sobre un mapa de Lesbos.
Doy clases de griego del Nuevo Testamento (que no ha sido de mucha ayuda con el griego hablado moderno, por desgracia, pero me ha servido para descifrar algunos signos), así que fui capaz de extraer una referencia a Hechos 20:14, donde se habla de que Pablo hizo una parada en Mitilene, ajetreado puerto hasta donde llega la historia documentada, cuando iba de camino a la cercana isla de Quíos (el actual párroco de todo Lesbos también tiene la isla de Quíos bajo su responsabilidad).
Lo curioso es que el pasaje en cuestión pertenece a esa sección de Hechos donde el narrador cambia sutilmente de «ellos» a «nosotros», así que, ¡vaya!, resulta que san Pablo pisó la tierra que ahora mismo tengo bajo mis pies.
No obstante, y no hace falta que me lo diga un mosaico, también san Lucas estuvo aquí, el único evangelista con el griego como lengua materna. Y precisamente acababa de escuchar sus palabras sobre Jesús dando alimento a los cinco mil.
El Evangelio documenta las palabras de Jesús: «Denles ustedes mismos de comer». Cuando escuché esas mismas palabras en la misa, supe que ese sería mi trabajo dos horas más tarde, incluyendo la tarea de recoger las sobras y ponerlas en cajas. Vaya si me topé de frente con este pasaje.
Si la distribución de ropa es emocionalmente sangrante, la de comida agota físicamente.
Actualmente el campamento está dividido en cinco sectores para fines distributivos. La comida llega en una pequeña furgoneta que se dirige a un punto central del campamento, a unos 140 metros del lugar donde se prepara y sirve el té, lo que llamamos la «zona chai».
Durante el ramadán, un almuerzo típico consistía en una pequeña rebanada de pan (de unos 30 cm) y un recipiente de plástico, de unos 12×15 cm, con 200 gramos de alguna cosa. Las comidas han variado poco.
La comida o la cena son prácticamente lo mismo: patatas y quimbombó, patatas y berenjena, patatas y judías verdes, patatas y huevos revueltos, garbanzos y, sólo dos veces de las treinta y tantas comidas que habré servido hasta la fecha, pequeños pedacitos de ternera con, adivina qué, patatas.
Durante el ramadán, las RHU (unidades de vivienda de refugiados de emergencia) con mujeres embarazadas recibían también, a la hora del almuerzo, lo que denominan «ensalada», pero que equivale a una bolsa de plástico con un tomate y un pepino.
Pero como en ramadán muchos ayunaban, la comida terminaba bastante rápido, y bastante rápido son 30-45 minutos.
Para la cena durante ramadán, había «ensalada» para todos, pan, el almuerzo de «patatas y…» y también una taza de yogur griego con sabor a ajo que, vista la excepcionalidad de la carne, era la principal fuente de calcio y proteína. También se repartían dos briks de zumo por persona.
Tras el fin del ramadán allá por el 5 de julio, el almuerzo ha pasado a incluir ensalada para todos y la cena sigue igual, pero ahora hay un zumo menos por persona, porque se está acabando el dinero para alimentos. Volveré sobre esto más tarde.
Entonces, ahora estamos en el punto de distribución de alimentos en el centro del campamento.
El voluntario de la HSA (Agencia de apoyo humanitario, socio de ACNUR) encargado de la comida, Santiago, un ciudadano suizo de 25 años nacido en Colombia, paciente como un santo, reparte los alimentos en las diferentes cajas de forma que cada equipo de distribución tenga suficiente para su correspondiente ruta.
Cada caja tiene aproximadamente unas 130 raciones de comida. Las cajas de almuerzo y ensalada pesan entre 25 y 30 kilos.
Las cargan entre dos personas o, en caso de que falten personas o falte músculo para distribuir, alguien se pone en medio y se llevan dos cajas entre tres personas, recorriendo las diferentes rutas de suelo rocoso e irregular.
Dos personas de cada equipo de distribución llevan guantes de plástico (bastante desagradable con este calor) para manipular y repartir el pan y los tenedores o cucharas de plástico.
Un voluntario lleva una lista donde se recoge el número de viviendas RHU, el número de comidas por entregar y otros detalles, como si hay una embarazada en la unidad de refugiados, además de una útil lista con los números del uno al diez en árabe.
Los equipos se dividen por sus pertinentes rutas y se detienen en tres o cuatro puntos (normalmente en el comienzo de los corredores a lo largo de los cuales se sitúan las RHU).
Una persona se encarga de la lista (y quizás de las cucharas o tenedores), otra del pan, otra de la «ensalada», otra de las comidas, quizás doble tarea si hay yogur.
A veces las comidas están muy calientes. Es doloroso cargar con una pila de seis. La persona encargada de la lista llama a la entrada de cada RHU para asegurarse de que los residentes están en casa, pronuncia el número correspondiente y cada persona va y viene hasta las cajas para traer la comida. Se puede tardar más de una hora en repartir la cena.
Carga, agacha, apila, carga, reparte, vuelve, mueve las cajas hasta la siguiente parada de la ruta. Me he vuelto bastante eficiente en las rutas 4 y 5. Ya recuerdo cuántas personas hay más o menos en cada RHU y es fantástico ir reconociendo a las mismas personas.
Si la RHU está cerrada, no podemos entregar comida ahí. Pero si un vecino la abre, entonces está bien.
Esto pasa con frecuencia, porque los vecinos saben si la familia está en la distribución de ropa o visitando a alguien en el campamento de Moria o incluso en el hospital.
A los niños les encanta ayudar con la distribución de comida, pero no se les está permitido.
Algunos adolescentes (16 años y mayores) sí están autorizados, pero el reparto va más lento porque hay que seguir diciendo a los otros adorables pillines que no pueden ayudar.
Dejando a un lado cuestiones de higiene, si permitiéramos ayudar a los niños, otras ONG podrían reclamar que la HSA obliga a los niños a hacer su trabajo. La verdad es que les forzamos a no ayudar. «Oye, Eddie, eso no»; duele ver la decepción en sus ojos.
La gente está muy agradecida por la comida, incluso cuando se les ve en la mirada esa expresión de «qué bien, otra vez berenjenas y patatas…».
Pero no están internados aquí dentro, así que algunos salen y van a comprar comida, aunque sea para romper con la monotonía del campamento.
Hay unos cuantos puestos de comida ambulante justo fuera del campamento para los que estas compras vienen como agua de mayo, dada la terrible situación de la economía griega.
En ciertas hileras de viviendas RHU hay pequeñas hogueras donde algunos cocinan. Hay anuncios que prohíben hacer hogueras de mayo a junio, pero nadie parece decir nada al respecto. A menudo mezclan la ración de «patatas y…» con alguna cosa que han comprado.
Una vez terminada la ruta, volvemos al punto de distribución de alimentos para asegurarnos de que todas las rutas están terminadas, para volver a empaquetar cualquier resto, para informar a Santi de cualquier ajuste en la lista (personas que se hayan trasladado a una RHU diferente, nuevas llegadas al campo).
Él lo verifica con la administración del campamento y también pesa algunas muestras de comida al azar para asegurar que son 200 gramos y que no se ha malgastado dinero.
Después de devolver todas las cajas y cualquier resto a la zona chai, los voluntarios procedemos con mucho gusto a comer si hay algún resto (únicamente una vez en dos semanas no hubo suficiente).
Santi termina con el papeleo. A menudo es la última persona del campamento en comer.
Una vez más, me imagino en la situación de los refugiados. Monotonía. No hay opción de elegir comida sin gastar el limitado dinero suelto que tienes y que estás racionando para sólo Dios sabe qué, hasta que tengas tu asilo y te encamines hacia sólo Dios sabe dónde.
Si eres vegetariano, más vale que adores los pepinos y los tomates. Tampoco vendría mal conocer veinte formas diferentes de cocinarnos.
Pues así está la situación alimentaria hasta la fecha. Está financiada por la ONG Oxfam y la comida se prepara en Mitilene por un servicio de comidas. Pero nos han dicho que todo esto va a cambiar en dos días. El vale de alimentos de Oxfam ha expirado.
En nuestra reunión de HSA del lunes con todos los voluntarios, nos dijeron que la comida se terminaría el jueves**.
Se sugirió que las compañeras voluntarias no vinieran el viernes 15, ante la duda de si estallaría una revuelta.
No obstante, en los últimos dos días la HSA ha estado negociando con otra ONG para el servicio de alimentos. Puede que se cocine en el mismo campamento.
Los detalles son escasos para los voluntarios de nivel más inferior, como yo, puesto que no asisto (afortunadamente) a las reuniones donde las distintas ONG debaten las cuestiones del panorama general.
Me siento más agradecido que nunca por mi pan diario. Para cuando me llega el turno de comer, estoy empapado en sudor. He comido como nunca comí antes después de trabajar tanto y tan duro.
También valoro como nunca antes que todo de lo que me alimento ha sido fruto de la unión de la tierra de la naturaleza con el sudor humano.
El campamento de Kara Tepe está en un olivar en la pendiente sobre la bahía norte de Mitilene. Un monte de los olivos, podríamos decir; donde, una vez más, se repite la antiquísima pregunta: «¿Cómo conseguiremos comida para alimentar a tantos?».
Y nos rascamos la coronilla calculando cuántos días de salario corresponden. «En el monte, Dios proveerá». Y de nuevo nos topamos con el Evangelio, porque aquí va a hacer falta un milagro.
Edward Mulholland / Aleteia.org
Se ha resuelto la situación alimentaria, pero tal vez sea otra ONG la que distribuya. La de las luchas territoriales internas entre ONGs es una historia anexa interesante. Sólo dispongo de algunos detalles sobre el asunto, gracias a conversaciones con el director de la HSA, Fred Morlet, con mucha presencia en el campamento.