Cristo-hombre-cultura - Alfa y Omega

Cristo-hombre-cultura

Alfa y Omega

«El vínculo del Evangelio con el hombre es creador de cultura en su mismo fundamento, ya que enseña a amar al hombre en su humanidad y en su dignidad excepcional»: lo dijo Juan Pablo II, en la Universidad Complutense de Madrid, durante su primer Viaje a España, el 3 de noviembre de 1982, evocando lo que ya dijera, dos años antes, en la sede de la UNESCO, donde añadía: «Nos encontramos en el terreno de la cultura, y por ello mismo nos encontramos en torno al hombre, y en cierto sentido en él, en el hombre». Esta afirmación fue recogida en la Carta fundacional del Consejo Pontificio de la Cultura, fechada precisamente pocos meses antes de su inolvidable primer Viaje a España: el 20 de mayo, y que iniciaba así: «Existe una dimensión fundamental, capaz de consolidar o de remover desde sus cimientos los sistemas que estructuran el conjunto de la Humanidad, y de liberar la existencia humana, individual y colectiva, de las amenazas que gravitan sobre ella. Esta dimensión fundamental es el hombre, en su integridad. Ahora bien -añadía-, el hombre vive una vida plenamente humana gracias a la cultura».

El fantástico despliegue del Programa Cultural de la JMJ de Madrid 2011, que se ofrece, en sus líneas básicas, en este número de nuestro semanario, da buena cuenta de esta luminosa verdad, que reconoce la indisoluble vinculación de la cultura con el hombre, y por eso mismo con lo más profundamente humano, su enraizamiento en Dios: la fe. No cabe mayor mentís a esa cultura que hoy trata de imponerse confinando a Dios y a la religión fuera de la racionalidad y de la vida pública, como si fuera posible una vida realmente humana negando esa sed de verdad y de belleza infinitas que anida en el corazón del hombre. Por eso, en la Universidad Complutense, el Bienaventurado Juan Pablo II proclamaba, con toda fuerza, las palabras de su Carta fundacional del Consejo Pontificio de la Cultura: «La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe… Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida». La riqueza de cultura auténtica que ya está desbordándose en Madrid lo deja bien claro.

En su Mensaje para esta JMJ de Madrid, explicando la indudable actualidad del lema, tomado de la Carta de san Pablo a los cristianos de Colosas: Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe, Benedicto XVI recuerda cómo «aquella comunidad estaba amenazada por la influencia de ciertas tendencias culturales que apartaban a los fieles del Evangelio», y añade: «Nuestro contexto cultural, queridos jóvenes, tiene numerosas analogías con el de los colosenses de entonces. Hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentando crear un paraíso sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un infierno, donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio, cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor, donde cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos que esto conlleva». La cultura, es decir, la verdadera humanidad, ¿de dónde puede brotar, sino de Quien, siendo Dios hecho hombre, revela el hombre al propio hombre?

Al consagrar Benedicto XVI, el pasado noviembre, la basílica de la Sagrada Familia, de Barcelona, que él mismo describió como admirable suma de técnica, de arte y de fe, no dudó en afirmar que «Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen, que es Dios».

ón de camino a Santiago de Compostela, el Santo Padre había explicado a los periodistas: «Del mismo modo que la fe sólo encuentra su identidad en la apertura a la razón, y que la razón se realiza si trasciende hacia la fe, es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y vida de la razón, se expresa y se autorrealiza en la belleza. Verdad y belleza son inseparables. En la Iglesia, desde el comienzo, incluso en la gran modestia y pobreza del tiempo de las persecuciones, la expresión de la salvación de Dios ha tenido lugar en el arte… Esto es constitutivo para la Iglesia. El gran tesoro del arte, la música, la arquitectura, la pintura, ha nacido de la fe en la Iglesia». Sencillamente, porque Cristo, el hombre y la cultura son, en verdad, inseparables.