«Creemos que no pasa nada por ponernos una camiseta solo seis veces»

«Creemos que no pasa nada por ponernos una camiseta solo seis veces»

Los expertos alertan sobre el impacto ambiental de dos de los regalos estrella de estas fechas: la ropa, que pronto será obligatorio reciclar, y la electrónica, que este año generó 57,4 millones de toneladas de residuos

María Martínez López
Compras navideñas en el centro comercial El Arcángel, en Córdoba. Foto: Valerio Merino.

Además de ser de Oriente, ¿qué tienen en común los Reyes Magos y la Gran Muralla China? En estas fechas, millones de personas van a recibir móviles, ordenadores o consolas, que probablemente desplazarán a otros. Según el Global E-Waste Monitor (Monitor Global de Residuos Eléctricos y Electrónicos) 2020, en 2019 se produjeron 53,6 millones de toneladas de ellos, una más que el peso de la gigantesca construcción asiática. Se estima que este año han sido 57,4.

De estos residuos, en 2019 solo el 17,4 % se recogió y recicló de forma documentada. El destino del otro 82,6 % se desconoce. Se estima que un 20 % se traslada a países pobres para ser revendido, desmantelado o acabar en vertederos. Esto supone un impacto ambiental y humano múltiple. Desplazar 6.000 kilómetros un barco cargado de residuos electrónicos emite 100.000 kilos de CO2. Los países a los que llegan carecen de legislación ambiental, y allí manejan estos aparatos, con elementos peligrosos, personas muchas veces sin formación ni medidas de seguridad. La descomposición y quema de algunos materiales producen gases y líquidos contaminantes. Según una reciente investigación de la Universidad de Oviedo y la UNED, esto puede estar afectando a los atunes capturados en África Occidental, con niveles más altos de mercurio, arsénico y plomo que en otras regiones.

Más sangrante resulta saber, como reveló la cadena inglesa ITV en junio, que en Reino Unido un almacén de Amazon tenía como meta seleccionar para destruir cada semana 130.000 productos nuevos. El objetivo: liberar espacio para nuevas llegadas. Todo ello, dentro de un sistema de consumo voraz vinculado a la obsolescencia programada que lleva a asumir como normal cambiar de móvil cada dos años. Y al «mensaje perverso» de que cuando un aparato se estropea compensa comprar otro nuevo, apunta Carlos Arribas, responsable del área de Residuos de Ecologistas en Acción.

La gestión de la basura electrónica es, según él, uno de los aspectos en los que la nueva Ley de Residuos y Suelos Contaminados para una Economía Circular, aprobada por el Congreso el 23 de diciembre y con elementos positivos, «se queda corta». Para esta entidad, la clave es «reducir el residuo», prolongando la vida útil de los aparatos. Según la empresa BackMarket, dedicada a la venta de dispositivos reacondicionados para dejarlos como nuevos, entre el 70 % y el 90 % de los residuos electrónicos que se producen se podrían reutilizar.

Para ello, apunta Arribas, se debería avanzar hacia que «los puntos limpios fueran verdaderos centros de reparación» y reutilización, y reducir el IVA de las ventas de segunda mano. Otra gran apuesta debería ser obligar a las empresas a facilitar las reparaciones. Confía en que esta cuestión se aborde en una nueva directiva europea. Un adelanto podría ser la norma que prepara el Ministerio de Consumo para identificar cada dispositivo con su grado de reparabilidad.

16,2 kilos de residuos electrónicos generó cada europeo en 2019. Y cada español tira doce kilos de ropa al año

84 % de las emisiones de CO2 de un iPhone tiene que ver con su fabricación

215.000 toneladas de residuos electrónicos llegaron a Ghana en 2009, según un informe de la ONU. El 15 % acabó en vertederos como el de Agbogbloshie

El precio y el impacto

También es necesario un cambio de mentalidad en el consumidor. Carmen Valor, profesora de Economía de la Universidad Pontificia Comillas y miembro del grupo de investigación E-SOST, lo aplica a otro producto estrella de los sacos de Sus Majestades de Oriente: la ropa. «Creemos que podemos tener 15 camisetas y ponérnoslas solo seis veces cada una, como indican algunos estudios, y que no pasa nada». Como una prenda ha costado poco, «no te duele mucho desprenderte de ella».

Pero en realidad, en ese precio tan atractivo no está incluido el impacto ambiental. La industria textil es el segundo sector económico que más huella deja: el consumo hídrico del cultivo del algodón (aunque sea preferible a los sintéticos), el transporte continuo de materias primas y productos, y la contaminación que generan en los vertederos, donde también llegan excedentes no vendidos. El problema de la llamada fast fashion o moda rápida va en aumento, porque «en China han florecido muchas empresas» que la fomentan, aunque las grandes marcas occidentales estén empezando a dar marcha atrás.

En efecto, la investigadora ve indicios de cambio. Además de la puesta en marcha de tiendas de ropa de segunda mano solidarias, como las de Moda re-, «está creciendo muchísimo» la venta online de ropa de segunda mano, tanto por parte de empresas como entre particulares. Incluso «muchas marcas llevan ya tiempo probando con reciclados». Algunas lo publicitan. Otras parece que no quieren que se sepa porque a algunos compradores les genera rechazo.

Agbogbloshie, en Acra. Foto: Álvaro Ybarra Zavala.

Contendores para ropa

La nueva Ley de Residuos puede acelerar esta tendencia, prohibiendo a las empresas la destrucción de excedentes textiles y obligando a desarrollar canales de recuperación. Además, los ayuntamientos tendrán que instalar contenedores para separar los residuos textiles, similares a los de entidades sociales como Cáritas o Koopera. Valor subraya que no son solo para prendas en buen estado. «Toda se revisa y clasifica», y lo que no se puede reutilizar se aprovecha para reciclar sus fibras o fabricar otros productos, como «tapicerías de coche, toldos o rellenos».

Todo esto evitará el daño que causan los residuos, y contribuirá a «corregir los impactos anteriores»: no harán falta tantas materias primas ni productos nuevos. Además, permite «generar oportunidades de empleo y revitalizar la industria textil» española. Al final, subraya la investigadora, «toda solución en sostenibilidad pasa por consumir menos y con más sentido común; como nuestras abuelas».