La primera vez, puede que nos conmoviéramos. Esa primera imagen de una mujer condenada a la horca en Paquistán –Asia Bibi– acusada de blasfemia simplemente por ser cristiana, puede que hasta nos quitara el sueño. Lo mismo al escuchar los relatos del obispo Juan José Aguirre en el infierno de Boko Haram o al contemplar las iglesias destruidas y ametralladas en Irak y Siria por el odio de quienes matan o persiguen parapetados en la religión. Dicen que el odio tiene mucho que ver con el miedo. Y solo desde el odio más ciego y más intolerante podemos entender el porqué de la persistente persecución contra los cristianos. Son tiempos de odio en 4G. Pensamos que nos hacemos cargo de las tragedias de los que están lejos, cuando en verdad las miramos desde el gallinero.
De ahí la oportuna iniciativa que Ayuda a la Iglesia Necesitada pondrá en marcha el próximo sábado tiñendo el Coliseo de rojo para recordar el drama de los cristianos perseguidos. La memoria es frágil y el color rojo muy poderoso. Corrige los errores y alerta de los olvidos. Es también el color de la sangre derramada en el mundo por tantos mártires desconocidos en la peor de las persecuciones que los cristianos han sufrido en cualquier tiempo de la historia. Ha oído usted bien. Intentemos asimilarlo y reaccionar. El Papa Francisco no se cansa de repetir que hoy hay más perseguidos por causa de su fe que en los primeros siglos. Que se haya escogido un edificio tan singular y único como el Coliseo debería servir de reclamo a la comunidad internacional para que exijan respetar en todo el mundo el principio de la libertad religiosa, proclamado en el artículo 18 de la Declaración de Derechos Humanos, que de forma tan flagrante se está violando hoy en el mundo. Ningún otro credo religioso como el cristiano tiene tantos asesinados o encarcelados. Necesitamos de provocaciones como la que va a protagonizar el Coliseo. Así al menos les protegemos contra la indiferencia.
A la vez que el Coliseo, se iluminarán de rojo la iglesia de San Pablo en Mosul y la de San Elías en Alepo, dos de los lugares que aún se lamen las heridas del Daesh. Aunque históricamente es muy probable que la mayor parte de las matanzas contra los cristianos tuvieran lugar en otros escenarios romanos, el Coliseo se ha erigido como símbolo de su martirio. Y los símbolos, no lo olvidemos, contrarrestan la indiferencia.