Contar o no con las mujeres en Afganistán es «cuestión de vida o muerte» - Alfa y Omega

Contar o no con las mujeres en Afganistán es «cuestión de vida o muerte»

En una sola semana los talibanes prohibieron a las mujeres ir a la universidad y trabajar para las ONG. Las grandes entidades han parado su labor, pero algunas pequeñas iniciativas resisten

María Martínez López
Clase sin mujeres en el Mirwais Neeka Institute de Kandahar. Ellas eran un tercio de los estudiantes en Afganistán
Clase sin mujeres en el Mirwais Neeka Institute de Kandahar. Ellas eran un tercio de los estudiantes en Afganistán. Foto: EFE / EPA / Stringer.

Asuntha Charles, directora de World Vision Afganistán, intentaba planificar hace tres semanas cómo hacer frente a la prohibición del régimen talibán de que las mujeres vayan la universidad. A raíz de vetarlas de la Secundaria en marzo ya habían detectado un aumento de los matrimonios infantiles, algunos en «niñas de 8 y 9 años». El problema, temían, no iba a hacer más que empeorar. Para muchos padres, no habiendo posibilidad de educación secundaria ni superior, «no tiene sentido enviarlas al colegio». Pueden llegar a pensar que el matrimonio «es la mejor forma de protegerlas», y a la vez «conseguir dinero para mantener a sus otros hijos». Una solución era intentar poner al servicio de estas niñas y jóvenes los proyectos de educación informal de la entidad.

Mientras lo sopesaban, el 24 de diciembre llegó un nuevo decreto: las mujeres no pueden trabajar en organizaciones no gubernamentales. Después del sector público, ya cerrado a ellas, «las organizaciones humanitarias son uno de los mayores empleadores en Afganistán». Los talibanes buscan «asegurarse de que desaparezcan lentamente de la sociedad». Lo había dejado claro Nida Mohammad Nadeem, ministro de Universidades: «Una mujer es propiedad del hombre y debe servirle, no formarse».

Como respuesta, las principales ONG del país decidieron suspender temporalmente sus actividades. «Es un esfuerzo conjunto para presionar de facto a las autoridades», explica Charles. «Hemos visto a las mujeres contribuir tanto a este país, con tantas habilidades, que no podemos aceptar que unos dictadores les quiten sus derechos». Trabajar sin ellas «es una línea roja».

Freno en Yemen

También en el sur de Yemen retroceden los derechos de las mujeres. Los rebeldes hutíes, que con apoyo de Irán controlan esta región, han obligado a que en todo tipo de desplazamientos vayan siempre acompañadas por un varón, adecuadamente identificado como familiar suyo. Este sistema de tutelaje «pone freno a nuestra lucha por el progreso y el desarrollo», lamenta Samar, una activista, en declaraciones a The Guardian.

Además de una misión imposible. El director general de World Vision, Andrew Morley, explicó el 29 de diciembre en rueda de prensa que las 200 mujeres que tienen en plantilla son enfermeras, doctoras o expertas en nutrición en un país donde, sumidas en un crudo invierno, 28 millones de personas necesitan ayuda humanitaria y seis están al borde de la hambruna. Contar con ellas «es cuestión de vida o muerte». «Las necesito para llegar a otras mujeres», añade Charles. Además, «muchas son la única fuente de ingresos en su familia». Por eso, mientras esperan «un resultado positivo» de sus conversaciones con los talibanes, «les seguiremos pagando».

Desde Cataluña, también Nadia Ghulam va a continuar apoyando a sus compañeras. Exiliada desde hace 15 años, a través de su asociación Ponts per la Pau ayudaba económicamente a las familias afganas para la educación de sus hijas. Tras la toma del poder por los talibanes en agosto de 2021 y la prohibición de los estudios secundarios a las chicas, sus talleres de lectura complementarios se transformaron en una especie de escuelas clandestinas. «Cada 15 días se encontraban y compartían lo que habían aprendido leyendo algún libro en inglés». Obviamente no era educación reglada, pero «los títulos son importantes en Europa», puntualiza. «En Afganistán el tesoro es el conocimiento».

Al mismo tiempo, psicólogas y monitoras se reunían con las chicas, animándolas a crear redes y ayudarse. Así, por ejemplo, «una se ofreció a enseñar online a las demás ejercicios de yoga que había aprendido en internet» para combatir la «depresión» que muchas sufren. Con la prohibición de que las mujeres hagan trabajo humanitario «no tendremos un centro al que puedan ir, pero estamos en contacto» por redes sociales, y «estoy pensando de qué forma hacerles llegar libros», explica esta exiliada.

«No vamos a dejar de aprender»

Una ventaja de su forma de trabajar a pequeña escala es que la mayoría de sus compañeras son voluntarias y no trabajadoras, por lo que confía en que el decreto no les afecte. Eso sí, Ghulam se asegura de enviar a estas «amigas» ayuda para sus necesidades básicas y el transporte y los medios que necesitan para su labor. Aunque reconoce que es una estrategia que dificulta recibir donativos y subvenciones, «tengo que ajustarme a la realidad». También pagaba la carrera a las que querían estudiar, un proyecto que «nos ha costado mucho» y ahora ven frustrado. A pesar de todo, «me dicen: “No vamos a dejar de aprender”». Ella, con otras afganas en distintos países, «estamos intentando crear una plataforma universitaria online». Al menos, mientras tengan internet.

Chicas miembro de un club de lectura de Ponts per la Pau. Foto: Ponts per la Pau.

Es una propuesta parecida a la que planteó Irán en su ofrecimiento para «solucionar los problemas sobre la educación de las mujeres». Solo que, para Ghulam, «es propaganda: si quiere apoyar, hay siete millones de refugiados afganos en su territorio fuera del sistema educativo». Más optimista, aunque con cautela, se muestra Asuntha Charles desde World Vision: «Todas las medidas útiles a corto plazo son necesarias, pero no es la solución final», que pasa por que las mujeres tengan igualdad de derechos en su propio país. Además, «no todo el mundo puede aprovechar oportunidades» como las clases virtuales, por ejemplo, en las zonas remotas.

Frente a esta realidad, Ghulam sugiere que «la comunidad internacional nos ayude a las mujeres afganas que estamos fuera; sabemos gestionar muy bien» esta compleja realidad. Sigue dispuesta a cambiar su estrategia cada día para seguir adelante: «En mi país tenemos un dicho: por muy alta que sea la montaña, y esta es muy alta, siempre hay un camino para subirla».