Conseguir la grandeza
Los ciudadanos están deseosos de encontrar liderazgos comprometidos con el encuentro. No es verdad que la gente disfrute con esta dialéctica de la guerra en que hemos convertido el debate público
La política no está de moda. Pregunten a sus amigos qué dirían si les contase que su hijo se ha afiliado a un partido. Seguramente le mirarían con la misma compasión con que se mira a quien cuenta que se le ha muerto el perro. Cerrarían los ojos, le pondrían una mano en el hombro y negarían con la cabeza. Pero no debería ser así. ¿Qué ha pasado para que la noble tarea de promover el bien común haya sido sustituida por la nada edificante misión de acertar con la estrategia? Como acaba de explicar Douglas Murray en La masa enfurecida, verlo todo desde «la lente monomaníaca» del poder «es perverso».
Y, sin embargo, esa parece ser la única ambición de la clase política actual. Uno observa la campaña presidencial americana y comprueba cómo los discursos de Trump y Biden esconden esa endiablada obsesión por el poder como un fin en sí mismo y no como una herramienta para promover los grandes consensos. La política de las grandes ambiciones colectivas ha desaparecido. Y dialogar es convencernos juntos, no derrotarnos. ¿Qué palabra tienen Biden y Trump para el mundo? Todos tenemos la experiencia de que una palabra puede cambiar nuestra vida. Un «sí» a tiempo o fuera de lugar, un «quizá», ese «ahora no puedo» que dijiste: el silencio de antes y después actúa como marco de ese templo que es lo dicho. Aquí Biden señala y Trump advierte, encerrados ambos en un círculo estrellado sobre una limpísima moqueta azul.
Me dirán que una foto no puede emitir sonidos, pero no es cierto. Ustedes saben como yo que antes y después de esos gestos no hubo palabras, sino ruido. Una palabra puede ayudar a construir una vida o puede destruirla, porque su efecto perdura mucho más allá de la onda expansiva de su fonema. Decir «muro» es afirmar una cierta mirada sobre el mundo, decir «aborto» también. ¿Qué propuesta antropológica ofrecen a la comunidad global a la que pretenden servir? Los que diseñan campañas y fabrican liderazgos no atienden a estas preguntas y, de hecho, las rehúyen. Su éxito se mide en ganar elecciones. Lo que pasa después no les interesa. Pero el pueblo, representado por esos monitores que se adivinan en la oscuridad de la foto, está esperando. Necesita de liderazgos comprometidos con la verdad y capaces de generar espacios de encuentro. Es falso que la gente tenga los líderes que se merece. Piensen en su vida y en lo que les importa: su familia, su salud, su trabajo. Ahí residen las prioridades de cualquier persona.
En El ala oeste de la Casa Blanca, el presidente Bartlet afirmaba: «Haremos lo más difícil: conseguir la grandeza. Es la hora de los héroes de América. Miremos a las estrellas». Los ciudadanos están deseosos de encontrar liderazgos comprometidos con el encuentro. No es verdad que la gente disfrute con esta especie de dialéctica de la guerra en que hemos convertido el debate público. Incluso hablamos de la batalla cultural, aceptando ese apriorismo sectario y tenebroso de que solo la guerra resuelve conflictos. Si conseguimos recuperar a la política del desecho de tuits y réplicas en que la hemos convertido, entonces, solo entonces, podremos conseguir la grandeza y mirar más a las estrellas del cielo que a las de la moqueta.