Connovicios en la tierra y hoy moradores del cielo
«Cómo lloraba en la Plaza de San Pedro» durante la beatificación del ya hoy san Rafael Arnáiz Barón, con quien había compartido noviciado en «un rincón del mundo donde, sin trabas, se puede alabar a Dios, y un purgatorio en la tierra». En la muerte del padre Damián Yánez, escribe su amigo, obispo emérito de Orihuela-Alicante
«El padre Damián ha partido hacia Dios, en la paz de una muerte santa, a la una de la madrugada del día 27 de mayo. Oremos por él». Con esta comunicación, tan breve como expresiva, nos hacía llegar de madrugada el Superior de la Comunidad de Osera (Orense) la noticia del encuentro –sin duda alguna, encuentro esperado y definitivo en el cielo– de este monje trapense, padre Damián Yáñez Neira, con su connovicio el Hermano Rafael, hoy San Rafael Arnáiz.
De haber vivido entonces, Rafael hubiera cumplido 100 años el pasado 2011. Se disponía a redondearlos al año próximo el padre Damián. La fiesta que soñábamos los amigos se celebrará ya en el cielo. Mejor fiesta, sin duda alguna, y mejor celebración.
En el monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia), se conocieron fray Damián, natural de Morales del Rey, nuestro pueblo, y el Hermano Rafael, de origen burgalés. Vivieron juntos los cuatro primeros meses de noviciado como «monjes penitentes y aves de paso que vuelan… cantando», escribe Rafael en Mi Cuaderno. Y en la primera historia del monasterio de San Isidro de Dueñas, que publicó el padre Damián en 1969, afirma que el cenobio en que vivían era «un rincón del mundo donde, sin trabas, se puede alabar a Dios, y un purgatorio en la tierra». En él, advierte, «hay almas que se ofrecen a Dios por la paz de España».
«Que la Santísima Virgen le ayude mientras esté fuera del monasterio –escribió un día Rafael en una estampa regalada a fray Damián y que él llevaba siempre consigo, desde su movilización e incorporación a filas–. Se lo pide a ella con el mayor fervor este Oblato, que, aunque no puede acompañarle al frente, no deja de combatir a su modo por Dios y por España. Su más humilde hermano en Jesús y María, Fray María Rafael».
Cómo lloraba en la Plaza de San Pedro de Roma el padre Damián –yo fui testigo, porque estaba a su lado– el día en que la Iglesia Madre dijo con voz autorizada, por boca de san Juan Pablo II: «El nombre de Rafael queda inscrito en el Catálogo, ya es el Beato Rafael».
«Despertaremos en brazos de Dios»
Tiempo atrás lo había profetizado el padre Damián, que tantas horas dedicó a la buena marcha de esta Causa. «Si nos miramos…, sea para buscar a ese Dios escondido que tenemos en nosotros. Soñando, sí, pero conscientes de que despertaremos un día en brazos de Dios y de María».
Esta profecía tiene ya su cumplimiento. Descanse en paz, por tanto, también el padre Damián, monje y escritor autodidacta, historiador y peregrino de la alegría del Evangelio.
Desde su querida abadía de Palencia, el padre Damián había sido destinado un día a San Pedro de Cardeña, en Burgos, y más tarde a Osera, tras la reconstrucción de su memorable monasterio. Quiero decir con esto que conoció también las dificultades de la peregrinación y del camino. En Osera moraba ahora, perfectamente enraizado en esa bendita tierra, después de haber logrado una de las bibliotecas más importantes en temas relacionados con Galicia. Como la de Rafael, su alma de monje, animadora en este caso de un cuerpo fuerte, sólo ha buscado en su larga vida el amor a Jesús en el silencio y en la soledad. Sé que le gustaba trabajar en el campo, cantar en el coro y manejar documentos antiguos, y sé que fue un monje que rezaba, trabajaba, callaba, publicaba y rendía. Que brille también para él la luz eterna que ilumina a san Rafael.