Confinado con 13 refugiados: la labor de la Mesa por la Hospitalidad de Madrid
En el centro de acogida de emergencia situado en la antigua casa San Agustín y Santa Mónica permanecen 13 personas de distintas nacionalidades, dos de las cuales están aisladas con síntomas de COVID-19. Ante las dificultades de continuar con la campaña de provisión de alimentos, uno de los voluntarios habituales de las noches, José Antonio Pardo, se ofreció para confinarse con ellos en el centro: «Yo ahora debería estar preparándome para ir a Ruanda en misión pero el Señor me ha querido aquí»
Llegaron a España como inmigrantes o refugiados en busca de asilo, en muchos casos con mochilas vitales muy pesadas a sus espaldas, y se han encontrado con una pandemia que ha obligado a la población a permanecer en unos hogares que ellos no tenían. Pero los beneficiarios de la Mesa por la Hospitalidad de la archidiócesis de Madrid son afortunados: no tenían casa propia pero sí un centro de acogida de emergencia que ya les facilitaba la cena, una habitación para dormir y el desayuno. Y ahora, con el confinamiento, se suman la estancia y la manutención durante el día.
Uno de estos centros, el situado en la antigua casa San Agustín y Santa Mónica, ha sido un ejemplo genuino, como explica Rufino García, delegado episcopal de Movilidad Humana, de lo que «es un trabajo de comunión eclesial». Desde el 20 de enero hasta el 31 de marzo, un total de 27 parroquias de la Vicaría VI han estado coordinadas para que cada tarde llevara una de ellas la cena a los refugiados. Allí era servida por un equipo de voluntarios, a los que se sumaban los que se quedaban por la noche acompañando a los internos.
El endurecimiento del Estado de alarma significó, sin embargo, un cambio importante en el día a día del centro, en el que actualmente permanecen 13 personas de distintas nacionalidades, dos de las cuales están aisladas con síntomas de COVID-19. Ante las dificultades, por las restricciones cada vez mayores, de continuar con la campaña de provisión de alimentos, uno de los voluntarios habituales de las noches, José Antonio Pardo, con una fuerte vocación misionera, se ofreció para confinarse con ellos en el centro: «Yo ahora debería estar preparándome para ir a Ruanda en misión pero el Señor me ha querido aquí. Vi que había un problema y me ofrecí como solución, así que cogí los bártulos y aquí estoy. Pensé, “Señor, este año me has puesto esto delante”, y doy muchas gracias a Dios por poder ayudarlos».
Que marzo y abril de 2020 no sean una laguna
José Antonio se llevó al centro dos televisores y juegos de mesa y Cáritas les facilitó una nevera más grande en la que guardan la comida que diariamente, y fruto de una generosa donación, les llega por la mañana: «Yo salgo a la farmacia y a hacer la compra de los desayunos y los básicos, y todas las mañanas llega un repartidor con la comida y la cena: lentejas, espinacas, arroz… ¡Todo buenísimo!».
El día a día no es fácil porque hay que aunar realidades personales muy diferentes con vidas en muchos casos muy rotas, pero José Antonio ha asumido un papel de mediador y, visto que el confinamiento se alargaba, y para que «marzo y abril de 2020 no sean una laguna en sus vidas», ha comenzado a hablar personalmente con cada uno de ellos y a darles formación. «Ayer les expliqué cómo se hacía un currículo y han estado haciendo prácticas. Luego lo pondremos en común y les haré una entrevista de trabajo ficticia. También les he dicho que la tele tiene un horario, y que esta Semana Santa van a tener preferencia las películas religiosas de TRECE y los eventos del Papa. El domingo, por ejemplo, seguimos la Misa del Domingo de Ramos del Vaticano, después de comer vimos Marcelino pan y vino y, por la noche, La Misión».
En el centro San Agustín y Santa Mónica están muy organizados, con tareas por turnos para cada día: recoger y poner la mesa, fregar, barrer el suelo, limpiar las duchas… Y aunque la convivencia a veces cuesta, lo cierto es que lo están viviendo como una oportunidad, «con buena actitud y mente positiva», como explica uno de ellos, de 45 años, o como dice otro, de 18 años, «con calma, haciendo oración y confiando en Dios, porque vamos a salir victoriosos de todo esto». A una de las migrantes, de 39 años, esta situación de confinamiento le está llevando a hacer «un examen de conciencia día a día para mejorar como persona». La esperanza también está presente: «Hay momentos –explica otro, de 35 años– donde me invade la nostalgia de estar lejos de casa, pero me refugio en la esperanza de que esta situación es circunstancial». Para él, «entender que hay cosas que no están bajo mi control» está siendo una de las grandes enseñanzas, «por lo que la aceptación ha sido un recurso positivo en el contexto actual».
Mesa por la Hospitalidad
El recorrido para llegar hasta aquí ha sido largo pero muy fructífero. En el año 2015, la foto del pequeño Aylan, refugiado sirio muerto en una playa de Turquía, retumbó en las conciencias de todo el mundo y en la diócesis de Madrid supuso la publicación de una carta pastoral del cardenal Carlos Osoro titulada «Fui forastero y me acogisteis», así como la constitución de la Mesa por la Hospitalidad, una iniciativa de acogida a inmigrantes y refugiados en situación de emergencia. «Siempre desde un planteamiento de Iglesia samaritana –explica Rufino García– de llevar amor al prójimo que está al borde del camino, nosotros acogemos inmigrantes y/o refugiados que están en situación de calle que no hayan podido ser atendidos por las administraciones», bien sea por saturación o cualquier otro motivo.
Son las entidades sociales las que se ponen en contacto con la mesa, que cuenta con espacios de acogida de emergencia puestos a su disposición por centros de pastoral social, parroquias o comunidades religiosas. Una labor subsidiaria de la Administración que llega adonde las entidades sociales no han podido y que se hace en colaboración también con otras entidades religiosas y civiles, con las que hay una colaboración muy estrecha. El objetivo es «cubrir ese primer momento de calle con una acogida de emergencia» que sin embargo no debe perpetuarse en el tiempo. El responsable de la mesa explica que ellos les facilitan la cena, el alojamiento y el desayuno, y durante el día deben estar fuera del centro, de la mano de las entidades sociales, labrándose su futuro.
La manutención corre por cuenta de Cáritas y de los voluntarios de las parroquias que están cerca de los centros de acogida. Hoy más que nunca, estas experiencias son testimonio vivo de que «la Iglesia no cierra», como explica el delegado episcopal haciendo suyo el lema de la archidiócesis de Madrid para este tiempo de coronavirus, porque «la realidad de las personas vulnerables es si cabe más dura ahora. Podemos estar confinados físicamente pero no afectiva ni espiritualmente».