«¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios?»
11º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 4, 26-34
Retomamos los domingos del tiempo ordinario a través de una lectura semicontinua del Evangelio de san Marcos, que nos acompañará hasta el final del año litúrgico, con la excepción de varios domingos de verano en los que escucharemos el capítulo sexto de san Juan con el conocido discurso del Pan de Vida. A diferencia de otros evangelistas, el núcleo del Evangelio de Marcos no lo conforman ni las parábolas ni las enseñanzas del Señor. Para este autor, que nos ofrece una versión breve del Evangelio, es más importante dedicar sus páginas a mostrarnos acciones y gestos concretos mediante los cuales Jesucristo hace patente que el Reino de Dios está ya presente en medio del pueblo. Por esto tiene mayor relevancia, si cabe, escuchar por boca de san Marcos las parábolas de la semilla y del grano de mostaza, bastante cercanas para nosotros, puesto que aparecen también en Mateo y Lucas. Como es corriente en el modo de enseñar de Jesús, la base de la narración la conforma la comparación a modo de parábolas. El Señor utiliza aquí el recurso del símil para hacer comprender a sus discípulos qué es el Reino de Dios a través de dos elementos parecidos: la semilla y el grano de mostaza. Como sabemos, son muchas las ocasiones en las que acude a realidades concretas de la agricultura o de la ganadería, facilitando la claridad de su enseñanza. De hecho, Marcos destacará que Jesús «les exponía la Palabra, acomodándose a su entender». Con todo, la grandeza de la enseñanza del Señor estriba en que es capaz de compaginar un lenguaje accesible a personas de cualquier condición o cultura sin menoscabar la hondura de su mensaje.
A la hora de acercarnos a los discursos del Señor a quienes lo siguen es bueno pensar en los destinatarios, y entre ellos no solo se encuentran los que oyeron estas palabras de viva voz de Jesús, sino también todos los que a lo largo de los siglos nos encontramos con estas parábolas. Pero si existe un grupo de destinatarios especialmente significativo lo son, sin duda, los oyentes del evangelista que escribe. En efecto, sabemos que el cristianismo no se fue extendiendo con la rapidez y el vigor que los apóstoles y los primeros cristianos quizá esperarían. Cuando Jesús consigna a los once la misión de anunciar el Evangelio hasta los confines del orbe y reciben la fuerza del Espíritu Santo, les ofrece una misión y la garantía de que la evangelización se llevará a cabo. Sin embargo, el Señor no les anuncia un plazo de cumplimiento, como si de una obra humana se tratase.
Una anécdota en el Imperio
El paso de los años fue haciéndoles ver que la tarea que tenían por delante exigía dos cualidades, entre otras: paciencia y confianza. Frente a la vida y costumbres romanas de la época, el cristianismo era prácticamente anecdótico en la configuración social del Imperio. Probablemente, al igual que nos puede suceder a los cristianos actuales, muchos seguidores del Señor de la primera época se desanimarían al no ver un éxito palpable de aquello a lo que tantos entregaban la vida. Por eso, pasajes como este buscan mostrar que a pesar de las dificultades, el Reino de Dios proclamado y cumplido en Jesucristo posee una fuerza interior que es imposible detener. Desde siempre la fe ha convivido con la tribulación, y el misionero ha sido enviado por el Señor para no solo perseverar sin desanimarse, sino para, ante todo, fomentar la esperanza.
La alusión al grano de mostaza posee un matiz específico en el marco de la referencia a otras semillas. Así se nos descubre al acercarnos a la primera lectura de este domingo, en la que, a través del contraste entre humillar al elevado y exaltar al humilde, se confirma, por una parte, que es Dios el que actúa, sin tener en cuenta las apariencias ni los cálculos humanos, ya que, como canta el magnificat, «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes».
Por otro lado, no podemos olvidar que la unión de los términos semilla, humillar y enaltecer es una inequívoca referencia a Cristo, humillado en la cruz y enaltecido en la Resurrección, quien es también el grano que muere para dar mucho fruto.
En aquel tiempo Jesús decía al gentío: «El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.