Con los yup’ik en Alaska
Bert Daelemans (Bélgica, 1976) es pianista, ingeniero civil, filósofo y arquitecto, pero su infancia en Camerún le llevó hasta la Compañía de Jesús y el sacerdocio. Trabajó un tiempo con los dalit en la India y los quechua en Perú. Hoy vive en Madrid, donde enseña Teología de los Sacramentos en la Universidad Pontificia de Comillas. En 2017 vivió cuatro meses con los yup’ik en Alaska. Ha contado su experiencia en A orillas del Yukón (Fragmenta)
El jesuita Bert Daelemans fue enviado a Alaska en la tercera probación, el período de formación que llega a los 20 años de ingresar en la Compañía. «Se trataba de hacer una experiencia de misión un poco distinta. Necesitaban un cura allí desde Navidad hasta Pascua, y me fui».
Los yup’ik son el pueblo esquimal que habita en el sur de Alaska, lejos de los innuit, más conocidos, que pueblan las regiones del norte. Viven en la ribera del Yukón, el gran río que desemboca en el mar de Bering después de recorrer más de 3.000 kilómetros regando todo el Estado de Alaska.
En la zona han estado presentes los jesuitas desde el siglo XIX –uno de los más conocidos es el español Segundo Llorente, un mítico de las misiones en la España de los años 60–, y allí fue Daelemans en la primavera de 2017. Su labor al principio fue simplemente sacramental, sobre todo celebrar la Misa y algunos funerales, pero poco a poco empezó a entrar en las casas y en las vidas de los yup’ik. «Los difuntos me abrieron el mundo de los vivos», explica el jesuita, «porque después de los funerales estrechamos nuestra relación». Formó un grupo de Confirmación y «también me iba a pescar y a cazar con ellos». «Había mucho trabajo en la parroquia, pero también en sus hogares. Para mí el apostolado comenzaba cuando cruzaba el umbral de sus casas», señala.
Durante aquellos cuatro meses, descubrió que los yup’ik «son muy hospitalarios»: «Ellos valoran la sencillez y tienen un gran sentido del humor. Incluso las familias que no eran muy creyentes agradecían que un sacerdote entrara bajo su techo».
«La Creación es un hogar inmenso»
En sus excursiones con ellos, Bert practicó la característica pesca esquimal de hacer un agujero en el hielo para echar el anzuelo. Cuenta que ese pueblo vive de la pesca comercial, sobre todo cuando suben los salmones de Canadá. «Son un pueblo muy rural y viven en continuo contacto con la naturaleza. Buscan el alce para cazarlo, esperan las bandadas de gansos y cisnes que llegan a la zona en abril. Es su alimento, viven de ello».
Por eso, «me llamó mucho la atención su dependencia del entorno. Sobre todo, saben esperar. Esperan a que pique el pez, esperan si un día el clima les impide salir a cazar o a pescar, esperan el amanecer para salir de casa… Saben que la naturaleza es salvaje y tienen hacia ella un respeto enorme». «La Creación es su hogar, un hogar inmenso, y no tienen sobre ella una relación de dominio. Eso no lo he encontrado en ninguna parte del mundo», dice Daelemans.
Para ilustrar esto, cuenta cómo cuando cazan un alce dejan algunos restos para las aves y los buitres, porque «cuidando de la tierra, cuidan de sí mismos». También, cuando salen a pescar, el primer pez lo reservan para la anciana del pueblo, «porque hay una solidaridad entre ellos impresionante. Un esquimal me dijo una vez que necesitan dos piernas para caminar: una es el cristianismo, y la otra es la cultura yup’ik, basada en el respeto de la naturaleza y a los ancianos».
Sobre el cristianismo, «ellos me decían: “Dios ya estaba aquí, pero vosotros os habéis dado un vocabulario para entenderlo”». Es una espiritualidad que compaginan con sus creencias ancestrales: «Tienen mucha cercanía con el mundo de los difuntos. Para ellos, la muerte no es un tabú, sino algo natural. Es verdad que tienen supersticiones que son incompatibles con la fe cristiana, pero en su relación con la muerte tienen elementos muy positivos».
Recuperar el calor del alma
Todas estas raíces, lamentablemente, se están perdiendo en las nuevas generaciones. «Hay muchos suicidios, mucho alcoholismo, violencia doméstica… Vi mucha desesperanza entre los jóvenes. El consumismo que viene de Occidente supone mucho contraste con su vida». Ven cómo avanza el mundo «en un sentido que no tiene nada que ver con la sencillez en la que han vivido durante generaciones. Los que consiguen irse tampoco son felices, porque rompen con sus raíces y no encuentran nada que las reemplace. Viven una escisión interna muy grande».
Por eso, el belga se reconoce «más bien pesimista». Se ha perdido mucho terreno, «pero todavía hay familias que conservan los valores cristianos y los valores yup’ik. Hay una comunidad de diáconos permanentes muy fuerte que mantiene la fe en sus pequeñas comunidades. Son pocos los jóvenes que vuelven a casa, pero con que vuelva uno es suficiente».
Mientras tanto, el Yukón también sabe esperar. El gran habitante del norte sigue su curso río abajo, como ha hecho siempre, esperando que las nuevas generaciones vuelvan a beber de sus orillas y recuperar el calor del alma.