«Con la Iglesia hemos dado, Sancho»
Domingo de la 15ª semana de tiempo ordinario / Marcos 6, 7‐13
Evangelio: Marcos 6, 7‐13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Comentario
La Iglesia forma parte esencial desde el primer momento de la predicación e instauración del Reino de Dios por parte de Jesús. No es que Jesús predique el Reino y luego venga la Iglesia. Esa dicotomía que no pertenece al Evangelio es lo que ha hecho que algunas personas vean la experiencia de la fe como algo siempre cuestionable, estableciendo un abismo ficticio entre la predicación del Reino y la vida de la Iglesia. El Evangelio de este domingo es precisamente una muestra clara de la unidad intrínseca entre la misión de Cristo y la misión de la Iglesia.
Jesús envía a los doce otorgándoles su misma autoridad, haciendo depender de ellos la instauración del Reino de Dios. Los envía «de dos en dos» poniendo de manifiesto el carácter comunitario del Reino. La presencia del Señor se muestra en la comunión y en la caridad «porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). El Evangelio corrige cualquier deriva individualista de la experiencia de la fe. «Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana» (EG 113).
Los enviados se ponen en camino con unas consignas muy precisas sobre el equipaje necesario. La austeridad de los bienes materiales para la predicación pone de manifiesto la necesidad de la confianza en la providencia divina como única posesión. La pobreza de Cristo, como dependencia total del Padre, es lo que nos enriquece verdaderamente (cf. 2 Co 8, 9). La pobreza entendida así se convierte en uno de los signos más potentes de la venida del Reino de Dios, porque manifiesta la certeza de que Dios cumple lo que nos hace desear, haciéndonos libres frente a las cosas.
Las indicaciones respecto al posible rechazo de la predicación apostólica refuerzan la unidad indisoluble en la misión de Cristo y su Iglesia. Jesús lo indica claramente también en otras ocasiones: «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lc 10, 16). La misión trinitaria contiene la misión eclesial.
Otro de los aspectos originales que aparecen en este discurso misionero es la relación con los evangelizados. Lo primero que destaca es que forman parte de la concreción de la providencia de Dios para el sustento de los apóstoles. Pero esta providencia también se manifiesta como lugar de encuentro con el Señor. La indicación de Jesús de quedarse en la casa donde les dejen entrar es una premisa para comprender que quien les está esperando en el corazón sediento de vida eterna de aquellas personas es Él mismo, que a través del Espíritu Santo prepara la acogida del Evangelio y otorga la fe. «El Espíritu Santo, verdadero protagonista de toda la misión eclesial, actúa tanto en la Iglesia como en aquellos a los que es enviada y a través de los cuales, en cierto modo, también debe ser reconocido, ya que Dios obra en el corazón de cada hombre» (DGC 23). Al final del discurso el evangelista resume la actividad de los doce apóstoles en los mismos términos que resume la actividad de Jesús: predican la conversión, expulsan demonios y ungen a los enfermos para curarlos.
El Señor de la historia también nos ha elegido antes de la creación del mundo y nos ha llamado y enviado en su nombre con el fin de que pueda ser conocido, amado, seguido y adorado por todos. Nos envía en comunidad, con el poder de su Espíritu, con la certeza de que solo el encuentro con Él «da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE 1).