«Con gran poder y gloria»
33º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 13, 24-32
Con el Evangelio de este domingo se termina el ciclo del Evangelio de san Marcos, leído durante todo el año litúrgico que concluirá dentro de unos días. El episodio que se nos presenta refleja bien una de las características típicas de estos días en los tres ciclos: las alusiones al final de los tiempos y a la segunda venida de Cristo en poder y gloria. Las últimas realidades de nuestra historia y la esperanza de este encuentro definitivo con el Señor centrarán, por lo tanto, la atención en la celebración litúrgica, en la conclusión del tiempo ordinario y en el inicio del ya cercano Adviento. Si para la sociedad la muerte personal o el final de los tiempos son vistos generalmente como tabúes, para el cristiano deben constituir certezas que podemos enfocar desde la virtud teologal de la esperanza. Esta es, de hecho, la clave desde la que los primeros cristianos afrontaban su propia muerte, al mismo tiempo que anhelaban el retorno glorioso de nuestro Salvador. Desde esta perspectiva, el discurso que Jesús dirige a sus discípulos es de gran ayuda para que valoremos el ocaso de nuestra historia individual y colectiva con paz, confianza y consuelo, sabiendo que Dios no se retira de nuestro lado, a pesar de que, a menudo, parezca que no está presente o dé la impresión de que –con palabras del Evangelio– los astros se tambalean.
No es la primera vez que en la Biblia hallamos un lenguaje como el que adopta Jesús para presagiar el final de los tiempos. Así, ya en los profetas encontramos alusiones al oscurecimiento del sol, de la luna y de los astros para ilustrar cómo serán aquellos días. Al mismo tiempo, como si se tratara de cerrar un círculo, la escena remite al primer capítulo del libro del Génesis, cuando Dios creó la luz y colocó las estrellas en el firmamento. Si allí se nos narraba el comienzo de la creación, ahora asistimos al término de la misma, lo cual de un modo velado remite a Dios como dueño de todo lo creado, quien con su voluntad establece su comienzo y su conclusión. Sin embargo, siempre estamos ante un mensaje alegre y de esperanza, porque, a diferencia del momento de la creación en el que previamente solo existía la nada, cuando este mundo llegue a su fin no tendremos como horizonte la nada, sino que pasaremos a un cielo nuevo y a una tierra nueva. No obstante, este trance no se presenta libre de dificultades; la misma página indica que tendrá lugar solo «después de la gran angustia».
En esta línea, san Marcos asume el esquema presentado en la primera lectura por el profeta Daniel, quien presagiaba que «serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora». Con todo, el modelo más característico de este género estará representado, años más tarde, por el Apocalipsis de san Juan, libro que dibuja a través de imágenes llenas de gran dramatismo el final de la historia.
Inquietud por el día y la hora
Desde antiguo ha inquietado al hombre conocer el futuro y, de entre los acontecimientos por llegar, nada ha despertado tanto interés como el conocimiento de los detalles del fin del mundo, cuándo será ese día y cómo se llevará a cabo la consumación definitiva. Ante esto, hemos de saber que las palabras del Señor no pretenden desvelar datos que respondan a la curiosidad de quien quisiera disponer de una descripción física o de una fecha concreta. El anuncio de la aparición gloriosa del Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder ha de ser comprendida por nosotros, más bien, como la constatación de que no estamos abandonados ante las dificultades, incertidumbres y angustias del futuro.
La segunda venida de Jesucristo solo culminará la primera venida, que se dio en la humildad de la carne. Así pues, debemos pensar y reflexionar sobre estos acontecimientos sin miedo y con esperanza, como quienes caminan hacia aquel que ha vencido el mal de una vez para siempre.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo el cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que Él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».