«Con Dios no hay miedo, más que morirse no va a ser»
Cuando Dios llama, llama a quien quiere, cuando quiere y como quiere. Y si no, que se lo pregunten a la Hermana María Matka Boska, que después de 50 años de casada y siete hijos –cuatro de ellos, los hermanos Montes, misioneros en las zonas más peligrosas del mundo–, al enviudar pidió el ingreso en la rama femenina del Instituto del Verbo Encarnado. Y además, quería irse como misionera a Siria…
La conversación con el otro lado del Atlántico se entrecorta un poco, pero desde el otro lado de la línea se percibe la voz clara de una mujer recia y segura, que al final de su vida tiene sólo una cosa clara: «Dios es lo más importante de todo». Es la Hermana María Matka Boska –María Madre de Dios, en polaco, de donde proceden sus padres–, de 83 años, misionera del Instituto del Verbo Encarnado. Hoy reside en Argentina, el país donde nació y vio crecer a su familia, pero su deseo al entrar en la Congregación, ya con 77 años, era irse a Siria. No en vano, cuatro de sus hijos son misioneros en algunas de las zonas más peligrosas del mundo: Irak, Egipto y Ucrania. Desde allí, son testigos de la persecución que están sufriendo los cristianos.
«Yo siempre quise tener un hijo sacerdote –reconoce María–, pero nunca me imaginé que serían tres. Pero nosotros nunca les insistimos, porque ésta es una cosas que viene de Dios». En efecto, tuvo siete hijos, todos varones, aunque uno se murió a las doce horas de nacer. Del resto, además de Luis Montes, en Irak, María tiene a José Francisco en Ucrania y a Enrique Rafael en Egipto y a punto de entrar también en Irak; otro de sus hijos, Juan Pablo, es religioso no sacerdote y vive también en Egipto.
La última vez que estuvieron todos juntos fue en 1996, cuando la ordenación sacerdotal de Luis; seguro que entonces recordarían las anécdotas de una familia que María dice no era especial. «Nosotros éramos católicos normales –recuerda–; íbamos a Misa juntos los domingos, enviamos a los chicos a un colegio católico, e intentábamos educarlos en la fe; eso sí, también intentábamos rezar el Rosario en familia, por las tardes. Estábamos siempre contentos, éramos muy felices».
María es consciente del riesgo que corren sus hijos en el otro extremo del mundo. De hecho, es asidua del blog Amigos de Irak (amigosdeirak.verboencarnado.net) que lleva su hijo Luis, pero sabe que «un padre es siempre administrador de los hijos que Dios le da. Nosotros no somos los dueños de nuestros hijos. Él lleva su vida. Yo estoy orgullosa de que estén en un sitio en el que otro a lo mejor diría: Yo no voy. Rezar es lo único que me queda hacer por ellos». Además, «con Dios no hay miedo. Más que morirse no va a ser…», dice no sin humor.
En esta oración entran también los terroristas del Estado Islámico: «Rezo por ellos, por su conversión, para que todo esto termine de una vez, para que terminen las guerras», señala.
Siria: «Tenía que ir allí»
Y si la vida de esta mujer no era ya de por sí una aventura, a los 77 años decidió pedir el ingreso en el Instituto del Verbo Encarnado, al que pertenecen sus hijos. «Yo fui a ayudar a mi hijo Luis, que entonces vivía en Egipto, y de repente sentí la llamada. No fue algo planeado, hubo algo que me dijo de quedarme como religiosa», afirma. Y no sólo eso, al llegar pidió irse a Siria –«sentía que tenía que irme allá», dice–, pero, cuando ya tenía el visado en la mano, estalló la revolución en Egipto y la situación de la zona se complicó bastante.
Hoy, María Matka Boska vive en Argentina, y al hacer balance ve su vida como una misión: primero su familia, luego su entrega en la vida consagrada, la labor de sus hijos… Y desde su experiencia, dice:
«Yo no soy muy hábil para hablar, pero creo que Dios es lo único importante. Uno cuando llega a una edad se da cuenta de que muchas veces todos los afanes que tenemos no son importantes. Lo único importante es la vida eterna, es Dios».