Antes de la Segunda Guerra Mundial, el Papa Pío XI escribió una encíclica en la que advertía los peligros y errores del nazismo. Su título, Mit brennender Sorge, se traduciría Con ardiente preocupación. Y ese fue el primer pensamiento que llegó a mi mente después de leer el anteproyecto de ley del Ministerio de Igualdad y compararlo con la ley del aborto de Zapatero, que supuestamente esta reforma pretende mejorar. El proyecto que llega a las Cortes no es una mera reforma y en las siguientes líneas intentaré explicar por qué la cuestión de fondo es mucho más compleja que la posibilidad de que chicas con discapacidad o menores de 16 a 18 años no necesiten ningún permiso de sus padres o tutores legales para acceder al aborto.
Ya desde un punto de vista meramente formal y cuantitativo llama poderosamente la atención la extensión del anteproyecto. Es un texto demasiado largo para ser una mera reforma. Aunque pueda haber diferencias en el formato, estamos hablando de 46 páginas del anteproyecto frente a 15 de la legislación del aborto de 2010 con el formato propio del BOE. Desde el punto de vista sustantivo podemos encontrar diferencias importantes, a pesar de estar informadas en el fondo por la misma ideología feminista, radical y de género.
En el nuevo proyecto desaparecen dos pilares esenciales para una legislación de este tipo. El primero es el nasciturus y el segundo es lo que la sentencia del Tribunal Constitucional 53/1985 denominó «autodeterminación consciente» o lo que en bioética se denomina principio de autonomía. En la ley de Zapatero aparecen términos como «protección de la vida prenatal»; «viabilidad fetal». En su exposición de motivos apunta la importancia de que «queden adecuadamente garantizadas tanto la autonomía de las mujeres, como la eficaz protección de la vida prenatal como bien jurídico». En los 46 folios del anteproyecto de ley de Irene Montero se invisibiliza el otro rostro del aborto que es el ser humano en formación; a cambio solo aparece una mujer empoderada que puede ejercer su autonomía si quiere, sin conocimiento de la realidad del aborto, sin pensar y sin verdadera libertad. Aunque sea de forma hipócrita, o no, la ley vigente exige la entrega en un sobre cerrado de información sobre ayudas a la maternidad y la necesidad de reflexionar al menos tres días; siendo punible penalmente el incumplimiento de esta cuestión, como recoge el artículo 145 bis del Código Penal.
¿Cómo se puede tomar una decisión libre y responsable, verdaderamente autónoma sin asesoramiento ni información? Uno de los textos de referencia en bioética es la obra de Beauchamp y Childress, Principios de ética biomédica. Los autores caen en la cuenta de que la autonomía es un principio muy complejo y problemático. Para que una acción sea verdaderamente autónoma no solo hacen falta conocimiento o intencionalidad, sino que es necesario ser libre de condicionamientos externos, como pueden ser circunstancias materiales de pobreza o escasez de recursos materiales, o circunstancias personales como la soledad o el abandono. En esta ocasión al poder público encargado de legislar no le interesan ni la información ni los condicionamientos externos que pueden condicionar a una mujer a la hora de abortar.
En el nuevo anteproyecto de ley aparece un nuevo término, que resume el espíritu del mismo: empoderamiento. El texto insta explícitamente a que las instituciones públicas implementen esta ley orgánica con especial atención al empoderamiento, especialmente de las mujeres y de la población joven. Por eso, no es de extrañar que las mujeres con discapacidad y las jóvenes puedan decidir abortar, sin pedir permiso a sus padres o tutores legales. La ministra de Igualdad parece enviar un claro mensaje a nuestras adolescentes de 16 o 17 años de empoderamiento. Podéis abortar, sin contar con vuestros padres o tutores. Podéis decidir sobre vuestros cuerpos; aunque sea falaz, porque ni la embriología humana ni la genética molecular ni la biología molecular avalan la idea de que el embrión sea una mera parte del cuerpo de la mujer.
¿Qué consigue el Ministerio de Igualdad empoderando a las chicas en esta cuestión? Profundiza en la banalización del cuerpo, de la sexualidad y de la realidad del aborto, socavando el derecho-deber educativo de los padres en esta cuestión. Porque, seamos sinceros, la necesidad de consentimiento de los padres o tutores para la realización del aborto no significa un plus de protección del no nacido. La tentación del aborto como solución se da tanto en los adolescentes como en los progenitores.
En la propuesta del Ministerio de Igualdad de Irene Montero desaparecen el no nacido, la patria potestad de los padres, el periodo de reflexión y la información que se entregaba a las mujeres. Se propone una educación sexual materialista y hedonista, solo preocupada por las enfermedades y los embarazos; una salud sexual y menstrual en la que no se tienen en cuenta las consecuencias para la salud física y psicológica de la práctica de los abortos quirúrgicos o químicos ni de la píldora del día después… A lo que habría que añadir la propuesta de políticas y acciones de desestigmatización y valoración sociosanitaria del personal médico involucrado en los abortos; en cambio, propone la creación de un registro de objetores de conciencia a los que no se les valorará sociosanitariamente, porque no puedes valorar lo uno y lo contrario al mismo tiempo. Por último, la ley prevé apoyo a entidades sociales especializadas en «asistencia ante vulneraciones de derechos en ámbito de la salud sexual y reproductiva»; las entidades sociales que quieran ayudar a la mujer, asesorarla e informarla están ausentes del proyecto legislativo.
Es imposible que un proyecto de ley como el que se presenta en las Cortes no tenga consecuencias graves para la vida social y cultural de nuestro país. El poder político nazi consiguió trivializar el exterminio de los judíos mediante unos funcionarios que eran incapaces de pensar. Es lo que Hannah Arendt llamó «banalidad del mal». Es importante que toda mujer, nuestros hijos e hijas adolescentes, aprendan a pensar. Eso es imposible sin educación integral y sin patria potestad.