Como todos los años desde que lo iniciara san Pablo VI hace 57 años, por mandato del Concilio Vaticano II en su decreto Inter mirifica, el Sucesor de Pedro envía con ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales un mensaje al pueblo de Dios sobre la comunicación.
Si tanto san Pablo VI como san Juan Pablo II dirigían este mensaje a todos (no solo a los profesionales de los medios de comunicación) en su calidad de receptores críticos (lectores, oyentes, y televidentes), tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco, a quienes ya les ha tocado la época de las redes sociales, han dirigido sus mensajes también a todos, pero en cuanto todos ya somos en la práctica emisores y receptores a la vez de la comunicación social. También en este último mensaje, del que propongo esta lectura comentada en la que vamos a ahondar en una serie de propuestas típicas del Papa Bergoglio como el valor de la escucha, la conversión del corazón, el amor cordial capaz de aproximarse al otro, el estilo sinodal o la capacidad de diálogo para superar los conflictos.
En el mensaje de este año el Papa nos propone como lema Hablar con el corazón, en la verdad y en el amor, citando a san Pablo en su carta a los Efesios. Ya desde sus primeras palabras nos indica una constante en su pensamiento, por el que la categoría de la escucha pasa a ser elemento constitutivo del proceso comunicativo, rompiendo el esquema binario clásico de «ver y contar». El verdadero itinerario comunicativo para él siempre es este: primero «ir», que supone una predisposición para salir al encuentro, no tratándose solo de un movimiento físico (ir a buscar la noticia), sino de un movimiento espiritual (ir al encuentro del otro). Segundo, «ver», que no es solo registrar y analizar, sino que consiste también en acoger y contemplar. Tercero, «escuchar», que es mucho más que ver, porque la realidad visible se nos impone, pero la realidad no solo audible sino escuchable requiere un camino en el que el silencio (exterior e interior) se convierte en ascesis para ponerse en el lugar del otro, haciendo el vacío suficiente para dejarse «llenar» por él, por su experiencia, por su pensamiento, por su comunicación. Porque como explica el Papa, «requiere espera y paciencia, así como renuncia a afirmar de modo prejuicioso nuestro punto de vista». Y solo entonces, tras ir, ver y escuchar, cabe el momento de comunicar, cuando «el corazón nos mueve a una comunicación abierta y acogedora».
Purificar el corazón
Recurrir a la imagen del corazón, que forma parte del lenguaje universal como centro de la persona en su insaciable búsqueda del amor (de amar y de ser amada), queda desde el principio fundamentada en la bella sentencia de Jesús: «El hombre bueno, del buen corazón saca lo que es bueno, y el hombre malo, de su mal tesoro saca lo que es malo, porque la abundancia del corazón habla su boca» (Lucas 6, 45). Elige el Papa un texto que esconde un mensaje importante para entender bien esta imagen, porque no cabe que en el corazón anide el mal, solo el bien. El mal anida en la ausencia de corazón en el interior de la persona o, como indica otra imagen bíblica, en el «endurecimiento» del corazón. La sentencia «no endurezcáis vuestro corazón» del salmo 95 y del Deuteronomio (15, 7), aparece profusamente en san Pablo, en su carta a los Efesios (4, 18) y a los Romanos (2, 5).
Imagen del corazón que le sirve a Francisco para establecer dos conexiones inseparables: por un lado la conexión entre verdad y amor, pues ambas requieren purificar el corazón, huyendo así del clásico bienio racionalista que identifica la búsqueda de la verdad en la mente de la persona y relega al corazón la búsqueda del amor. En el pensamiento guardiniano del Papa este dualismo es falso, pues ambas búsquedas (verdad y amor) requieren de la persona entera, mente, voluntad y corazón. Para Romano Guardini, tal vez el filósofo y teólogo más influyente en Jorge Mario Bergoglio, como explica Alfonso López Quintas, «el amor salva distancias, rompe barreras, interioriza el deber y lo armoniza con la libertad creativa, funda un estilo de pensar y actuar que supera infinitamente la lógica de las miras humanas». Para Guardini, el ser humano, «ser en tensión», solo puede dejarse atraer por la verdad, en cuanto esta es polifónica y personal: para conocer la verdad hay que amarla, hay que «poner corazón».
Comunicar con el corazón
Solo purificado el corazón, entramos en la disponibilidad de poder establecer una comunicación (ya sea interpersonal como grupal y social) «con el corazón”» Se trata para el Papa Francisco del modo de «comunicar cordialmente», que permita percibir «en las alegrías y en los miedos, en las esperanzas y en los sufrimientos de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo» y que parece parafrasear el inicio de la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II cuando dice que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo».
Ahonda el Papa en este concepto de la comunicación cordial, en el contexto litúrgico del tiempo pascual, al episodio de los discípulos de Emaús: «Jesús resucitado les habla con el corazón, acompañando con respeto el camino de su dolor, proponiéndose y no imponiéndose, abriéndoles la mente con amor a la comprensión del sentido profundo de lo sucedido». Alusión que le permite al Papa reiterar algunas constantes en su magisterio como son la no imposición (proselitismo), y la profundidad del sentido de las cosas, siempre provocadora de apertura y comprensión.
Por otro lado, Francisco toma otra idea clave de su pensamiento, como es la de la bendición: «Bendecir no es decir palabras bonitas, no es usar palabras de circunstancia; es decir bien, decir con amor. La Eucaristía es una escuela de bendición» (24/06/2023). Por eso, comunicar con el corazón supone no solo decir la verdad, sino hacerlo con caridad. Ya explicaba Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate que tanto la caridad sin verdad como la verdad sin caridad se convierten en mentiras destructoras, pues si la primera lleva a un sentimentalismo vacuo, la segunda lleva al fanatismo y al fundamentalismo. El Papa Francisco nos recuerda también que la Sagrada Escritura nos previene ante el peligro de maldecir, en lugar de bendecir, y nos exhorta a «guardar la lengua del mal» (Salmo 34), y a no caer en la tremenda contradicción de bendecir a Dios y al mismo tiempo maldecir al prójimo, creado a imagen y semejanza de Dios (Cf. Santiago 3, 9).
El ejemplo de san Francisco de Sales
Los mensajes de las Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales suelen firmarlos el Papa el 24 de enero, memoria de san Francisco de Sales, por lo que tanto san Pablo VI como san Juan Pablo II y Benedicto XVI se ha referido en estos mensajes con frecuencia al santo doctor de la Iglesia. Pero en esta ocasión el Papa Francisco le dedica un amplio espacio, aprovechando tanto la celebración del 400 aniversario de su fallecimiento (sobre el que ha publicado también la carta apostólica Totum amoris est), como el centenario de su proclamación como patrono de los periodistas por parte del Papa Pío XI. El Papa Francisco nos muestra en su mensaje, por un lado, las claves del mensaje del santo obispo de Ginebra, que glosan perfectamente su propuesta de una comunicación con el corazón. Y por otro lado nos lo pone de ejemplo de cordial comunicador. De su mensaje toma su «criterio del amor», que se concentra en dos sabias sentencias suyas. La primera, que tanto inspiró a san Henry Newman que la tomó como lema, dice así: «El corazón habla al corazón». La segunda sentencia que recoge el Papa es esta: «Somos lo que comunicamos». Ambas redundan en la idea del santo que rezaría: «Si se ama bien, se dice bien».
Al referirse explícitamente a la comunicación social, el Papa recurre a uno de los argumentos más repetidos de su magisterio, el de la crítica a la mentalidad mercantilista que amenaza todos los aspectos de la vida humana y social. La comunicación del «bien-decir» contradice esta mentalidad del mismo modo que la economía del «bien-común». Si esta última lo hace liberándola del yugo de un mercantilismo que imponiendo la ley del más fuerte fomenta descartes sociales frente a la mentalidad mercantilista de la comunicación, el «bien-decir» cuestiona la artificial dependencia de los trabajos periodísticos como meros productos cuyo contenido y forma están supeditadas a las estrategias del marketing de las empresas mediáticas. Un problema que me consta personalmente que el Papa conoce bien, porque lo encuentra incluso en no pocos medios de comunicación de la Iglesia.
En cuanto al testimonio de san Francisco de Sales resalta «su actitud apacible, su humanidad, su disposición a dialogar pacientemente con todos, especialmente con quien lo contradecía». Y toma dos ejemplos concretos de su vida. Por un lado, como «amando bien san Francisco logró comunicarse con el sordomudo Martino, haciéndose su amigo». Por otro lado, el ejemplo de su audacia comunicativa a través de todos los medios a su alcance, sobre todo con su creativo reparto de octavillas con mensajes evangélicos por toda las calles y casas de la ciudad; pero también por su modo de comunicar, que el Papa Francisco ilustra recurriendo a la valoración de san Pablo VI, para quien la lectura del santo le resultaba «sumamente agradable, instructiva y estimulante». Características que Francisco propone para el periodismo de hoy: «¿No son precisamente estas características las que debería tener un artículo, un reportaje, un servicio radiotelevisivo o un post en las redes sociales?».
Proceso sinodal y espiritualidad de comunión
Hasta este momento de su mensaje el Papa conecta fundamentalmente la comunicación interpersonal con la comunicación social, ofreciendo criterios para ambas, derivados del concepto de «comunicación cordial». Pero en un momento determinado mira al segundo nivel de la comunicación, el de la comunicación de grupo o grupal, y lo hace, oportunísimamente, para hablar de la comunicación al interno de la Iglesia. Bien sabe el Papa que en todas las reticencias a la renovación de la Iglesia que el Espíritu le está pidiendo en la línea de la identidad de la Iglesia como iglesia sinodal, y por tanto en el proceso de una conversión al misterio de la comunión eclesial que redunde en una verdadera y auténtica participación de todos sus miembros en el discernimiento de su aggiornamento y su misión, late no solo una visión mundana de sus modos de proceder, sino un déficit tremendo de lo que san Juan Pablo II llamó «espiritualidad de comunión».
Resulta interesante la simetría que existe entre las palabras del Papa Francisco en este mensaje y las que hace 23 años decía san Juan Pablo II. Si Francisco habla del «don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros», con una comunicación «conforme al estilo de Dios, que se nutre de cercanía, compasión y ternura», san Juan Pablo II en Novo millennio ineunte (nº 43) proponía la espiritualidad de comunión, a la que él mismo definía como «una mirada del corazón» y que consistía en la «capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente».
El Papa reitera su imagen de la Iglesia como un hospital de campaña en el que todos son acogidos, escuchados y curados (sin vendar las heridas sin haberlas curado, pero sin hurgar en ellas, dañándolas aún más). Por eso dice Francisco en su mensaje que «en la Iglesia necesitamos urgentemente una comunicación que encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el camino de los hermanos y de las hermanas». Por eso el Papa sueña «una comunicación eclesial que sepa dejarse guiar por el Espíritu Santo, amable y, al mismo tiempo, profética; que sepa encontrar nuevas formas y modalidades para el maravilloso anuncio que está llamada a dar […]. Una comunicación cuyas bases sean la humildad en el escuchar y la parresía en el hablar; que no separe nunca la verdad de la caridad».
El lenguaje de la paz
Desde el comienzo de su pontificado, advirtiendo de la cantidad de guerras en el mundo que juntas conforman una verdadera Tercera Guerra Mundial, y sobre todo desde que empezó la guerra de Ucrania, que pone especialmente en jaque la estabilidad mundial, el Papa, además de no cesar en sus intentos de mediación para la consecución de la paz, ha advertido en muchas ocasiones que poco ayuda a terminar con esta barbarie el lenguaje que usan no pocos políticos y profesionales de los medios de comunicación, un lenguaje que enfrenta aún más, que provoca aún más violencia y destrucción. Por lo que es necesario «vencer la costumbre de desacreditar rápidamente al adversario aplicándole epítetos humillantes en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso».
El Papa comienza recordando una sabía sentencia del libro de los proverbios: «Una lengua suave quiebra hasta un hueso» (25, 15). Parece que la humanidad no consigue aprender el valor y el poder de la moderación, de la prudencia, de la mesura y de la ponderación, que consiste en el poder desarmar los ánimos y de encauzar caminos de diálogo y de reconciliación. Por lo que propone «comunicadores dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen por desmantelar la psicosis bélica que se anida en nuestros corazones».
No perdiendo la ocasión para referirse al gran profeta de la cultura de la paz que fue san Juan XXIII el pasado siglo XX, que en su encíclica Pacem in Terris explica que la paz verdadera solo puede apoyarse en la confianza recíproca, aprovecha esta idea para implorar a los periodistas con unas palabras desgarradoras, constituyendo a mi modo de ver uno de los clamores más dramáticos de la misión profética del Papa Francisco en estos diez años de su pontificado, solo comparables con las veces en las que ha clamado por el auxilio humanitario a los inmigrantes rechazados a los que se mata por omisión de auxilio. El Papa les dice que esta confianza de la que hablaba san Juan XXIII para resolver los conflictos «necesita comunicadores no ensimismados, sino audaces y creativos, dispuestos a arriesgarse para hallar un terreno común donde encontrarse». Y les dice, sin tapujos ni miramientos, que «uno se queda horrorizado al escuchar con qué facilidad se pronuncian palabras que claman por la destrucción de pueblos y territorios. Palabras que, desgraciadamente, se convierten a menudo en acciones bélicas de cruel violencia». Y es cierto, porque la información y la opinión periodística en una guerra nunca es neutral, pero no porque no pueda serlo en cuanto al posicionamiento en uno o en otro lado del enfrentamiento, sino porque o bien promueve la paz y salva vidas, o bien promueve la guerra, su continuidad y su brutalidad, su agravamiento y su impunidad, haciéndose cómplice de la muerte de personas y de la destrucción de los pueblos.
El clamor del Papa a los comunicadores se torna en humilde propuesta, tan desgarradora como el clamor: «He aquí por qué se ha de rechazar toda retórica belicista, así como cualquier forma de propaganda que manipule la verdad, desfigurándola por razones ideológicas. Se debe promover, en cambio, en todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para resolver las controversias entre los pueblos».
El mensaje de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año 2023 resume las claves principales del magisterio del Papa sobre la comunicación humana en general y sobre las comunicaciones sociales en particular en estos diez años de su pontificado, así como recoge los ejes principales de todo su magisterio y de toda su impronta en la renovación de la Iglesia y de su misión en el mundo. Porque este mensaje nos muestra la propuesta de una comunicación interpersonal, grupal y social capaz de llamar la atención, conmover y atraer a todos los hombres y mujeres de hoy, creyentes y no creyentes, al coincidir con ellas en la propuesta de una toma de conciencia de la responsabilidad de todos ante los grandes desafíos de nuestro tiempo. Porque este mensaje es signo de una Iglesia que sale al encuentro de ese mundo, un mundo en el que la comunicación ha tomado un protagonismo sin precedentes, creando una sociedad de la información y transido globalmente por una cultura mediática. Porque este mensaje propone una espiritualidad abierta, profundamente evangélica, basada en la primacía del amor al prójimo y que dirige a la consecución de un mundo mejor en el que se abra paso la cultura del encuentro y de la paz. Porque, en definitiva, se trata de un mensaje que toca el corazón y compromete el corazón, un mensaje del que nadie en su sano juicio puede dejar de sentirse interpelado, porque en todos los hombres anida un deseo infinito de amar y de ser amados.