Cómo la Iglesia ha construido (y construye) la identidad histórica de nuestro país. El alma de España - Alfa y Omega

Cómo la Iglesia ha construido (y construye) la identidad histórica de nuestro país. El alma de España

La presencia de la fe católica en nuestro país durante siglos ha sido tan intensa que ha configurado un determinado modo de ser español. La religión, lejos de ser un elemento añadido externo, es la fuerza que, desde dentro, ha articulado la milenaria identidad de nuestro pueblo

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Durante siglos, en cualquier rincón de nuestra geografía, se ha nacido y se ha muerto igual: bajo el signo de la Cruz. En la foto: la catedral de Toledo preside la ciudad.

Se quiera o no se quiera reconocer, no se puede negar que el ADN de todos los españoles ha sido configurado por la presencia, desde hace siglos, de la fe católica. Parafraseando a Juan Pablo II, se podría decir que España es tierra de María, tierra de Jesucristo. Y, por lo mismo, se trata de una herencia doble -ser cristiano y ser español-, que no se puede desperdiciar sin caer en una grave irresponsabilidad.

La fe católica ha actuado como dinamismo catalizador, desde dentro, de la configuración de España tal como los españoles nos conocemos hoy. «Sin la presencia de la Iglesia —afirma el historiador don Luis Suárez—, en la península Ibérica habría otra cosa, pero no España. Sólo España ha dado el paso decisivo de adoptar el cristianismo como forma cultural. Es una forma de cultura basada en que el ser humano es una persona —no un individuo de una especie cualquiera— que se trasciende hacia los demás y hacia Dios».

Ofrenda floral a la Virgen del Pilar, el pasado 12 de octubre.

Para don Nicolás Álvarez de las Asturias, profesor de la Facultad de Derecho Canónico, de la Universidad San Dámaso, es clave la participación de la Iglesia en las grandes empresas comunes que han forjado nuestra identidad: «Podemos pensar en el valor para la construcción de España que tuvo la Reconquista, o en el modo concreto de vivir nuestra vocación europea en los siglos XVI y XVII, para darnos cuenta de la imposibilidad de entender nuestro país al margen de la Iglesia». Y no duda en afirmar que, de estos procesos que han configurado nuestra identidad, «quizás el más significativo y permanente es el de la Conquista de América, que, precisamente por ser también evangelización, determinó de modo sustancial los modos de proceder en dicha gesta, y ha permitido que la religión sea, junto a la lengua, el gran elemento que nos une con todos esos pueblos».

Siempre en los momentos de crisis

Pero la fe de la Iglesia no sólo ha estado presente en acontecimientos tan históricamente significativos; también ha acompañado la intrahistoria de tantas crisis económicas y sociales, como la que estamos viendo en la actualidad. «La historia de España —continúa don Nicolás Álvarez de las Asturias—, rica en grandes acontecimientos, es también pródiga en momentos de dificultad. Crisis sociales y económicas han marcado nuestra historia desde sus mismos orígenes. La red asistencial de la Iglesia —que es la misma que su red de culto y predicación— ha hecho posible, en períodos tan convulsos como los de las guerras civiles de Castilla en los siglos XIV y XV, o la carestía fruto de la crisis social y económica del XVII, que esas situaciones de dificultad no degeneraran siempre en conflictos abiertos. Asimismo, su red hospitalaria y educativa permitió, en los primeros momentos del desarrollo urbano e industrial, un servicio a los hombres que el Estado no estaba en condiciones de garantizar».

Algunos ejemplos

El historiador don Luis Suárez es el autor de Lo que España debe a la Iglesia católica (ed. Homolegens), un espléndido manual que recoge las principales contribuciones de la Iglesia a la construcción social e histórica de nuestro país. Entre muchas otras cosas, cita las bibliotecas de los monasterios: «La primera la creó san Isidoro de Sevilla, y luego se fueron fundando en los monasterios de toda España. Se trata de una herencia de un valor enorme: en San Juan de la Peña, se descubre el número cero; y en Ripoll, se formó la primea biblioteca con más de cien ejemplares. Todo ello supuso una maduración cultural muy importante para España y para Europa», explica don Luis. Y alude asimismo a que la universidad también fue un invento de la Iglesia en España: «Fue otra de las grandes aportaciones de san Isidoro: enseñar leyendo un libro y explicar lo que se lee. El Estudio General, lo que luego sería la universidad, nació en España, indudablemente».

Parafraseando a Juan Pablo II, se podría decir que España es tierra de María, tierra de Jesucristo.

Asimismo, para don Luis Suárez, la principal contribución del Camino de Santiago, que cruza España de este a oeste por el norte de nuestro país, «es la constatación de que no hay pecado, por grave que sea, que no pueda ser perdonado si hay arrepentimiento». Y ello ha tenido consecuencias incluso hasta en la configuración del Derecho en la actualidad: «Éste es el principio de la libertad jurídica; por eso, Europa se llena de iglesias dedicadas a Santiago». En esta misma línea, España fue el país pionero en el reconocimiento de los derechos humanos, mucho antes de la Declaración que aprobó Naciones Unidas en 1948: «Los Reyes Católicos prohibieron reducir a nadie a esclavitud, por lo que España fue el primer país del mundo que abolió la servidumbre. Fue un adelanto a su tiempo, y sucedió por influencia inequívoca de la Iglesia», señala don Luis.

Bajo el signo de la Cruz

Las relaciones, durante siglos y siglos, de los españoles con Dios han conformado nuestra identidad. Por eso, don Nicolás Álvarez de las Asturias habla del alma de España, y afirma que «nunca los hombres se han entendido a sí mismos tan sólo bajo categorías económicas; la vida humana es mucho más. Nacimiento y muerte, amor y fracaso, personas y Dios, conforman el universo verdaderamente humano en el que vivimos. En todos los acontecimientos de la vida ha estado presente el cristianismo, hasta el punto de que, en esas dimensiones tan importantes, es la Iglesia la que ha unificado interiormente a los españoles. Durante siglos, en cualquier rincón de nuestra geografía, se ha nacido y se ha muerto igual: bajo el signo de la Cruz y con idénticos ritos. Se han celebrado las fiestas por los mismos motivos (religiosos), y se ha rezado y creído lo mismo. Por encima de otras particularidades, es un hecho que la fe ha sido un factor determinante de unidad, y no precisamente externo».

Don Eudaldo Forment, catedrático de la Universidad Central de Barcelona, sobre los nacionalismos: «El bien común implica la paz, no la discordia»

¿Hay razones históricas, y éticas, para que una Comunidad Autónoma se separe de España?
Quisiera dar una sola razón histórica, que es también ética y hasta metafísica, para que ninguna parte de España se separe de las demás. Se encuentra en la obra de Josep Torras i Bages, La tradició catalana, escrita en catalán, en 1905: «España es el conjunto de pueblos unidos por la Providencia». En el siglo anterior, otro pensador catalán, Jaime Balmes, notaba que, si la Iglesia penetró en las culturas de los pueblos europeos y contribuyó decisivamente al desarrollo de las naciones europeas, como lo confirma el hecho de que no se puede dar un paso por Europa sin tropezar con algún monumento religioso, en España, además, creó, desde el principio, un espíritu de nacionalidad. Lo que se podría llamar la esencia de la nación española ha tenido tanta importancia, que no sólo se pudo conservar durante la invasión musulmana, sino que fue su motor. Además, sirvió para la recuperación de la unidad de España y para explicar la heroica guerra de la Independencia, cuya enseña era el grito de rey y religión, en la que la región catalana, y más concretamente Gerona, tuvo un importantísimo papel.

Los obispos españoles han llamado a los católicos a «proceder responsablemente, sin dejarse llevar por impulsos egoístas ni por reivindicaciones ideológicas». ¿Cómo se concreta esto?
En la reciente declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, en su anexo Sobre los nacionalismos y sus exigencias morales, se invita a todos los católicos, y también a los que conservan los valores propios del humanismo, fundamentado y desarrollado por la Iglesia, que, cada uno en su ámbito, y en su momento con el ejercicio del voto, actúe con veracidad y buscando siempre el bien común. Como enseña la doctrina social de la Iglesia, el bien común no es sólo la razón de ser de la autoridad del Estado, sino también es un deber de todos y cada uno de los miembros de la sociedad. Creo que más concretamente hay que recordar que el bien común implica la paz, no la falta de armonía ni la discordia. En este sentido, si España es un conjunto de pueblos que, «juntos, hacen un todo», como decía también Torras i Bages, «la Providencia nunca yerra: ni cuando les pone en un territorio y los une». No están así unidos para el odio, que siempre destruye, sino para la equidad fraternal, fruto del amor, que siempre edifica.