¿Cómo evoluciona la televisión?
Muchas veces me he puesto a cavilar, y siempre con cierto empeño, sobre cómo hacer una mejor programación televisiva. Yo creo profundamente en el valor de ese servicio directo que hace la imagen en la retina traspasada del espectador, y que se cuela en el alma sin apenas filtros. La imagen en movimiento siempre nos brinda aprendizaje, pero sólo cuando se refiere a algo que reconocemos como nuestro y nos pone en el empeño de crecer (porque la sola imagen puede ser irreal y vacía, como la ostra sin su perla). Me dice un amigo que trabaja en el cine que a la industria del celuloide, tal y como la hemos entendido hasta hoy, le quedan dos telediarios. Steven Spielberg, después de haber visto la serie archipremiada Breaking Bad, quiso comprar los derechos para hacer una secuela que pudiera verse por móvil, previo pago de dólar por capítulo, y que no durara más de ocho minutos. Me parece una mera estrategia de mercado, no un paso en el terreno de la belleza de la imagen y su profunda humanidad. En el cine sigue triunfando la tiranía de los efectos especiales, la gratificación sensual del momento los reventones de tierra son diseñados con una perfección que abruma, y las batallas campales se estiran gratuitamente en el metraje. A veces, el espectador asiste como una víctima más a las calamidades que ve en la pantalla. Por su parte, en la televisión los picos de audiencia los siguen marcando las excentricidades, las escenas de abandono de plató por parte del contertulio molesto, o el grito del invitado desaforado, que se ve encerrado en un acoso que nunca sospechó que le ocurriera.
La televisión tendría que mejorar, como mejoran los estilos en pintura. En ellos no existe evolución técnica, sólo una profundización, una nueva mirada, diferente. De la Virgen románica se pasa a la gótica por una nueva reflexión sobre la humanidad del Hijo de Dios. Las cosas valiosas avanzan de esta guisa. No es asunto de técnica, de mejoramiento de los mármoles en las canteras, sino de mirada. La invención del pianoforte no desbancó al clavicémbalo. El cine no pisoteó al teatro, que sigue airoso; no hay más que ir a Almagro en verano para disfrutar de un festival que sigue ganando adeptos años tras año. Y lo mismo ocurre con la televisión: no es una cuestión calidad HD la que hará sobrevivir al medio, sino un tratamiento de lo humano con absoluta veracidad y dignidad. Por eso creo en una televisión exigente y no consoladora, no la que te pide prestada el alma, sino la que te la pone en el brete de tomar decisiones.