Como cordero llevado al matadero
Miércoles antes de la Epifanía / Juan 1, 35-42
Evangelio: Juan 1, 35-42
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
«Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
«¿Qué buscáis?».
Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?».
Él les dijo:
«Venid y lo veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)».
Comentario
«Este es el Cordero de Dios», había dicho Juan. Juan siempre usaba siempre expresiones que condensaban toda la historia de su pueblo en los acontecimientos presentes. Al escuchar esta expresión la figura de aquel hombre al que apuntaba empezó a henchirse de significado. En Él veían ahora a todo el pueblo de Israel saliendo de Egipto, cruzando a pie enjuto el mar Rojo, escapando de las garras del faraón. Era el Cordero de Dios, el Cordero de la Pascua, el salvoconducto de Israel a la Tierra Prometida. Era la luz de la salvación. Pero no por ello estaba menos teñido por el oscuro sufrimiento del Siervo de Yahvé, «cordero llevado al matadero». Esa ambivalencia de luz que brilla en las tinieblas espesaba de un modo misterioso las espaldas de aquel hombre, al que empezaron a seguir, del que empezaron a esperarlo todo.
¡¿Como Jesús «les pregunta: ¿Qué buscáis?»?! ¡Qué no buscarían en Él! Buscan todo, esperan todo. Es el hombre al que han esperado siempre, al que esperaron sus padres y sus abuelos y todos los hombres. Es el hombre al que busca todo hombre, por cada camino de la propia humanidad, por todos los cruces del corazón humano. Su rostro divino es el que tratamos de adivinar por todas partes.
Por eso le responden: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». No buscan algo, le buscan a Él. Quieren saber dónde vive. Quieren estar con Él, quieren vivir junto a Él, quieren que la vida de Jesús sea también suya. «Venid y veréis». Vayamos, pues, adonde Él está. Busquemos su rostro.