Colocar los zapatos para cambiar el mundo - Alfa y Omega

El mundo se está poniendo feo. Pese a mi naturaleza esperanzada, observo por todas partes una escalada de la violencia y a veces me sorprendo siendo pesimista. La sensación es la misma que cuando miras el cielo y ves en el horizonte una montaña de nubarrones negros. Lo mismo si me asomo al futuro más inmediato.

Ayer me dije, hurgando en Instagram: «Un mundo en el que Sofia Coppola tiene menos seguidores que la Pombo no es el mundo que me gustaría. Es un mundo enfermo. De hecho, la Pombo tiene tres millones de seguidores y Sofia Coppola dos menos».

Pero enseguida se me pasó el disgusto. Porque es verdad que algo va mal, pero en realidad es lo de siempre. Cervantes murió pobre y Lope no, y hoy nos acordamos menos de Lope que de el Quijote. Siempre ha sucedido: la gominola tiene un sabor más adictivo que el puchero de casa. Aunque el puchero está elaborado con tiempo y cuidado, la gominola, hija de la prisa, tiene aditivos que la convierten en un sabor explosivo. Es un placer rápido, que no requiere iniciación ni esfuerzo. Por eso siempre será para la mayoría. Lo mismo pasa en el arte, da igual de qué siglo hablemos: una película de Sofia Coppola exige más tiempo que las estanterías sin libros de la Pombo.

Decía que el mundo se está poniendo feo: la masacre en Palestina, el auge de los radicalismos en el terreno político, los incendios, la violencia que infesta los telediarios. Y, sin embargo, lo bueno de este momento histórico es que supone una oportunidad. Cuando la sombra se intensifica, la luz se distingue con más facilidad. Es más rotunda.

Estos días traduzco para una editorial, El Gallo de Oro, uno de los libros más preciosos de Christian Bobin; que, al contrario que Cervantes, pudo vivir de su literatura, pero que será siempre un autor secreto por no ser una gominola. Sus palabras, a propósito del momento histórico que vivimos, son muy oportunas. Transcribo aquí algunos fragmentos a vuelapluma:

«Diría que es una oportunidad para el espíritu que la sociedad se encamine a la ruina y ya no se preocupe por lo espiritual. De hecho, el peligro más grande sería que la sociedad le haga sitio. Las épocas en las que la religión prosperaba eran quizá las más peligrosas para el espíritu».

El cristianismo comenzó a desvirtuarse al ser institucionalizado por Roma. No digamos ya con el franquismo, sin irnos tan lejos. Por eso me dan miedo los influencers de la fe, esos que sueñan con que todo el mundo sea creyente. Porque la mucha luz tiene el mismo efecto que la oscuridad: nos deja ciegos. Oriente supo desde hace mucho que hace falta la oscuridad para que exista la luz. Al contrario que Occidente, que tiene la manía de rehuir la oscuridad atribuyéndole únicamente una connotación negativa. En Asia, la oscuridad y la sombra son tan necesarias como la claridad. Y eso Bobin lo sabía de sobra, pues su fe no se circunscribía a su tradición, sino que bebía de tradiciones como el zen y el sufismo.

Dice también: «Precisamente porque hoy en día todo está perdido, la resurrección puede por fin comenzar».

Por otra parte, creo que todos nos preguntamos en estos días qué podemos hacer para aliviar la fiebre del mundo, más allá de compartir en redes los vídeos que llegan desde Gaza. En el zen se dice que el destino del mundo depende de cómo coloques los zapatos a la entrada de casa. Hasta en los detalles más ínfimos está en juego la realidad. El universo entero, por tremendista que suene esta afirmación.

Por eso, últimamente me ha dado por cuidar de mis macetas con más atención. Las riego sabiendo que todo cuanto hago a solas repercute en el universo. Eso lo tengo claro. En un acto literario, impartiendo mis clases, cuidando de los niños, ligando o pidiéndole una cerveza al camarero. Todo cuanto hago cambia la postura del mundo, lo mueve. Lo que soy a solas aflora cuando estoy con los demás. No hay engaño. Es como la prueba del algodón.

Así que mi única manera de mejorar el mundo, o de contribuir a su felicidad, es estando atento a lo que tengo entre manos. Prestar atención. Aunque parezca que uno está a su bola y a veces hasta pueda sentirse culpable por seguir con la rutina mientras hay gente que muere brutalmente en otras latitudes.

La verdadera compasión empieza aquí y ahora, en el terreno de cada uno, con lo que tengo a mano. Amar a mi prójimo, al final, significa amar todas mis circunstancias. No solo a esa persona que tenemos al lado y no nos cae. Amar significa prestar atención. No despistarse. Quien es fiel en lo poco lo es en lo mucho, se dice en los Evangelios. Y yo lo interpreto así: no salvar el mundo con grandes propósitos, sino fregando los platos.

A propósito de esto, escribe Bobin: «La vida espiritual no es quizá otra cosa que la vida material realizada con cuidado, calma y plenitud: cuando el panadero realiza perfectamente su trabajo de panadero, Dios está en la panadería».

Volviendo al zen, se dice que en el tiempo de chasquear los dedos hay millones de instantes. Si nos duele el mundo, amemos cada uno de esos instantes. Hagamos lo de siempre, pero prestando atención.