Cobo: «No podemos vivir anestesiados ante las guerras»
El arzobispo de Madrid presidió en la catedral de la Almudena una vigilia de oración por la paz en el mundo. «Pidamos la luz del Resucitado que nos ayude a ser testigos de su paz», clamó
Intenso silencio orante en la catedral de la Almudena este lunes, 7 de octubre, a las 20:00 horas, cuando las campanas tañían por la paz en el mundo. El sonido elevaba al cielo una plegaria: «Oh Dios, creador del mundo, que extiendes tu preocupación paternal sobre cada criatura […]. En un mundo dividido, renueva en nosotros la maravilla de tu misericordia, envía tu Espíritu sobre nosotros para que los enemigos puedan empezar a dialogar, para que las personas puedan encontrar entre sí la armonía, para que se elimine todas las disputas, para que el perdón venza el deseo de venganza».
Era el ecuador de la vigilia de oración por la paz convocada por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, siguiendo el llamamiento del Papa Francisco a los cristianos del mundo entero. En una catedral de la Almudena con una abundante presencia de fieles Ignacio María Fernández, consiliario de Justicia y Paz Madrid, entidad encargada de organizar la vigilia junto con la Delegación Episcopal de Ecumenismo, resaltaba el objetivo de la celebración: pedir al Señor el don de la paz, la conversión de los violentos, por las víctimas («todas las víctimas», remarcaba) y por la paz en los corazones, en las familias y en las comunidades.
El marcado carácter ecuménico de la celebración quedó reflejado en la amplia representación de distintas confesiones cristianas presentes en el ámbito de Madrid. Así, junto al cardenal Cobo, arzobispo de Madrid, que presidía la celebración, se dieron cita Timotei Lauran, obispo de España y Portugal de la Metropolía Ortodoxa Rumana de Europa Occidental y Meridional; Bessarion, metropolita de España y Portugal del Patriarcado de Constantinopla; el padre Shnorqh Sargsyan, vicario de la Iglesia apostólica armenia; la pastora Esther Ruiz, de la Iglesia evangélica española; el pastor Ramiro Arroyo, de la Community Church; la reverenda Sally McDougall, de la Iglesia anglicana; y el reverendo Busquets, de la Iglesia reformada episcopal.
Asimismo, estuvieron presentes el cardenal Carlos Osoro, arzobispo emérito de Madrid; los obispos auxiliares de Madrid Vicente Martín y José Antonio Álvarez; el rector del Seminario Conciliar de Madrid, Antonio Secilla, junto con vicarios episcopales y sacerdotes.
Como afirmaba la reverenda McDougall poco antes de comenzar la celebración, «la catedral es un sitio de reunión para todo el mundo; en ocasiones para celebrar, esta noche para orar». Y la convocatoria, una forma de acoger a todos. Precisamente esta referencia a la casa de todos fue con la que abrió la celebración el cardenal Cobo, quien además saludó al pueblo de Dios congregado en la catedral haciendo especial énfasis en la palabra paz.
«La guerra siempre es una derrota»
Ya en su homilía, el arzobispo de Madrid, que en varias ocasiones se refirió a Jesucristo como Príncipe de la Paz, afirmó que los creyentes «no queremos vivir ciegos ni insensibles ante el llanto» de los hijos de Dios. «Necesitamos en medio de la noche la luz del Resucitado ante tantos calvarios que hay en el mundo».
El cardenal denunció los conflictos que asolan el mundo en tantos sitios: Siria, Yemen, África, Ucrania… Y al verlo extenderse en Tierra Santa, «la tierra que escuchó la palabra del Maestro, se nos parte el alma». Unas guerras, dijo, «alimentadas por una carrera armamentística que crece a expensas del sufrimiento humano». Muchas de ellas son consecuencia de la «desigualdad» y de la «injusticia social». Pero la guerra, aseguró, no «traerá nunca la solución del problema». Más bien «siempre es una derrota», «un fracaso de la humanidad».
Porque los conflictos, continuó, crean «barreras entre las personas y destruyen la fraternidad universal». «Con el llanto de los pobres esta noche, juntos, no sabemos más que orar». Rezar, afirmó, para «manifestar nuestra fe en el Dios de la vida»; rezar «porque creemos en Jesucristo, Príncipe de la Paz», porque «nos sentimos llamados a bajar de la cruz» a los inocentes afectados; orar a Dios «porque queremos y necesitamos estar cerca de quienes están cerca de ti»; también porque «necesitamos el don de la conversión para poder perdonarnos» y «para que Dios arranque de nuestros corazones todo sentimiento cainita».
Las víctimas, abundó el cardenal Cobo, «son esta noche nuestros maestros de oración» porque enseñan que «la oración es la única fuerza del hombre que confía solo en Dios». En este sentido, el arzobispo de Madrid alertó: «Con seguridad estas guerras terribles van a provocar desplazamientos forzosos». Por eso, hizo un nuevo llamado a las instituciones religiosas para poner a disposición espacios de acogida.
La luz del Resucitado
La liturgia preparada para la vigilia tuvo un momento especial cuando los representantes de las iglesias cristianas en Madrid encendieron velas que colocaron junto al cirio pascual, a la vez que pedían a Jesucristo, Príncipe de la Paz, por la conversión de la mente y el corazón de todos los violentos; la paz para todos los pueblos en guerra, para todos los responsables de las naciones, para todos los creyentes, para todos los heridos, mutilados, desplazados y «para que a nosotros nos dé entrañas de misericordia, acogida y hospitalidad». Imploraron también el don del perdón, la reconciliación, la fraternidad y la paz, y por todas las personas que han muerto víctimas de la guerra.
«Hoy, en esta catedral solo hay una luz insustituible, la de Cristo resucitado que vence a la muerte», sostenía el cardenal Cobo. Y añadió: «No podemos vivir anestesiados ante las guerras: pidamos la luz del Resucitado, que nos ayude a ser testigos de su paz». También hizo suya una petición: «Señor, ayúdanos a ser testigos de tu paz», esa paz «que nos das por medio de tu Hijo, que nos amó hasta el extremo». El arzobispo concluyó recordando que la oración «siempre es eficaz, no lo olvidéis», y animando de nuevo a pedir el don de la paz: «Él nos la da, pero depende de nosotros acogerla en nuestro corazón y en nuestra vida».