¿Qué se demanda a los cristianos en un mundo como el nuestro? Esta pregunta surge imperiosa ante el contrastado alejamiento de Dios como un fenómeno de masas, tal como ya advirtió Leonardo Rodríguez Duplá, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. Se ha intentado resolver este problema desde muchos puntos de vista, pero acometerlo desde la perspectiva intelectual se ha vuelto una necesidad. En gran medida, la batalla contra el poscristianismo hay que librarla en el campo de las ideas.
Los seres humanos debemos pensar la realidad de un modo responsable y comprometido, como dice el catedrático de la Universidad Pontificia Comillas Miguel García-Baró. Por esto, los cristianos tenemos la obligación de pensar la fe y de debatir con argumentos las cuestiones planteadas en el mundo actual, dando prioridad al diálogo entre la fe y la cultura.
Encubrimiento y verdad: algunos rasgos diagnósticos de la sociedad actual, publicado en EUNSA, es un intento de mostrar esta actitud. La reflexión suscitada en esas páginas se decanta en tres acciones que resumimos en estas líneas. La primera acción es transmitir la fe en una cultura que ha sido vaciada de ella. Este es el reto inicial que tenemos los cristianos en una modernidad que ha conseguido vaciar la cultura cristiana que antes la alojaba. Porque hay una cultura cristiana a la que se le ha arrebatado el propio cristianismo, pero que sigue existiendo de un modo latente.
Estamos viviendo unos momentos en los que brilla una especie de amnesia histórica que ha erradicado de la conciencia una serie de valores cristianos en su origen, y que ahora se vivencian en este mundo moderno, pero sin su relación con la fe.
Siguiendo al filósofo Rémi Brague, parece claro que, a lo largo de los últimos siglos, muchos de los elementos de la cosmovisión cristiana han pasado al patrimonio de la humanidad moderna, pero desgajados de su origen. Tales valores trasplantados (por ejemplo, la dignidad humana, la libertad, etc.) se reforzaron con el conocimiento científico y una razón humana convencida de sí misma, deseosa de ser plenamente autónoma.
Vistas las cosas de esta manera, sectores de la opinión pública ven la fe cristiana como algo irrelevante para la conservación y promoción de los valores que componen nuestro mundo. Es más, parece que la religión —la fe de los católicos— se ha convertido en un enemigo de esos mismos valores que nacieron en ella, tachándola de oposición obsesiva e irracional frente al progreso de la humanidad. Ante esta situación, es particularmente urgente formarnos en el sentido verdadero que posee la tradición cristiana, especialmente en el ámbito familiar. Esta es una dura batalla social en la que nos encontramos todos los cristianos.
La segunda es pensar la fe: explicar por qué es razonable creer lo que creemos. Pero, ¿qué significa esto de pensar la fe? Lo entendemos como una llamada a entrar en diálogo con la cultura y el pensamiento en el que estamos imbuidos para, apreciando sus aspectos positivos, desentrañar sus contradicciones y, de este modo, esclarecer y rescatar esos valores cristianos que se encuentran ahora aislados y sin contexto que los iluminen.
¿Cuál es la hoja de ruta de la reflexión que proponemos? Se encamina hacia tres grandes consecuencias de la modernidad —y su culminación posmoderna—, que demandan para hacerles frente una buena comprensión intelectual de la fe cristiana. La primera es la disolución del sujeto, del ser humano, en una racionalidad meramente técnica que lo ha llevado a convertirse en un objeto manipulable frente a cualquier tipo de poder. La segunda es profundizar en las raíces de la renuncia a la verdad, que nuestra sociedad ha llevado a cabo al confinarla en la funcionalidad de la técnica y de los resultados pragmáticos inmediatos, dejando al sujeto a merced de sus propios sentimientos y condicionando la experiencia humana a los prejuicios. Hablar de una vida verdadera se ha vuelto algo ilusorio. La tercera es el adiós a la historia que el pensamiento moderno lleva proclamando desde hace siglos, donde el pasado se ha vuelto irrelevante para el presente. Todo esto está configurando una cultura que mira al cristianismo como algo muy ajeno a ella.
Finalmente, la tercera acción podría entenderse desde la idea de que evangelizar en la sociedad actual es también tratar de facilitar espacio a Dios a través de la reflexión antropológica y ética. Con este término, facilitar, nos referimos a la necesidad de dar cauce a Dios en el tupido bosque de las ideas y proyectos modernos e iluminar su relación con los hombres; dar cauce a Dios en toda su realidad viva, desde la perspectiva intelectual, porque la secularización que hemos sufrido en los últimos siglos ha dejado a Dios encerrado en el ámbito privado de la conciencia.
Intentar mostrar la relación de Dios con los hombres, para que el contenido de la fe cristiana sea reconocido como una ayuda al desarrollo y a la convivencia de la sociedad, se convierte así en una tarea intelectual prioritaria de todos los cristianos.