Clase de Matemáticas en el huerto de una rectoral
Los alumnos del Colegio Diocesano San Lorenzo – Seminario Menor de Lugo ponen en práctica lo aprendido durante las clases en una finca de la diócesis. Allí, cultivan verduras, crían gallinas y se alejan de las pantallas
La flora y las matemáticas o la fauna y la tecnología parecerían mundos antagónicos si no fuera por aquellos problemas del colegio en los que había que calcular el número de gallinas que hay en el corral y la producción diaria de huevos si tenemos 56 patas, cada animal cuenta con dos y pone tres huevos al día. Ambas realidades se unen también en la figura de Miguel Leiva, que ejerce de profesor en el Colegio Diocesano San Lorenzo-Seminario Menor de Lugo y es, además, el responsable del huerto escolar y de los animales que pululan por allí.
«Los problemas que hacemos en clase de Matemáticas son reales. No calculamos los metros o la cantidad de fertilizante que se necesita para un huerto genérico, sino para el nuestro», explica Leiva a Alfa y Omega. En clase de Tecnología, lo mismo. Miguel y sus alumnos han diseñado y construido la estructura que sostiene las tomateras o el gallinero donde se refugian los animales a los que cuidan por la tarde. Una encarnación que ha logrado que los estudiantes adquirieran una serie de destrezas manuales «muy necesarias y que se están perdiendo por culpa de las pantallas», asegura Leiva.
Todo comenzó cuando el colegio decidió participar en las actividades de Voz Natura, un programa de educación medioambiental financiado por La Voz de Galicia: «Un par de veces al año hacíamos una excursión para reconocer la exuberante naturaleza en torno al río Miño o plantábamos árboles en algunas fincas conocidas». Ante el éxito de esa experiencia, el colegio decidió aumentar la periodicidad de las salidas y terminó convirtiendo el plan en una actividad extraescolar más. En este contexto, empezaron con el proyecto del huerto gracias a la propuesta de un misionero de la diócesis, «que nos animó a recuperar la finca de una vieja casa rectoral a las afueras de Lugo que estaba en situación de semiabandono».
El grupo transformó por completo un terreno repleto de malas hierbas hasta que de él brotaron lechugas, berzas o nabos, entre otras verduras y hortalizas. Productos que antes de la pandemia se entregaban al comedor escolar y a un centro social cercano, pero que, en la actualidad, se reparten entre los participantes. «Ahora exigen la trazabilidad de cada producto. En el colegio, por ejemplo, no podemos utilizar los productos de la huerta o los huevos de las gallinas por el tema de la seguridad alimentaria», lamenta Leiva.
Setas y petroglifos
La actividad, enraizada en la propuesta del Papa en favor del cuidado de la casa común, va más allá del huerto. En ocasiones, el grupo va a contemplar petroglifos [grabados en roca], a identificar árboles o a recoger setas. Otra de las tareas es atender a las gallinas, animales que ayudan a Leiva a transmitir a sus alumnos un sinfín de aprendizajes. Los chicos, según el profesor, están muy acostumbrados a interactuar con cosas inanimadas, como las pantallas, pero en esta actividad se tienen que hacer cargo de un ser vivo. Las gallinas son perfectas, porque «son muy autónomas». Aun así, «hay que alimentarlas». Y protegerlas: «Antes, por ejemplo, teníamos más, pero entró un zorro y mató a cuatro».
Además de las gallinas, a Leiva le gustaría tener algún otro animal. Esto se podría hacer realidad con un segundo terreno en el que acaban de empezar a trabajar, que está en el centro de Lugo. Se trata de un antiguo convento que ha sido recuperado por la diócesis para montar un Centro de Orientación Familiar y que cuenta con un jardín delantero y una huerta trasera. «Y, claro, al estar más cerca, podríamos visitarlo más asiduamente. Eso nos permitiría tener algún animal tranquilo. El único problema es que no me puedo multiplicar y, hasta que no acabemos de sembrar en el otro terreno, no nos podremos meter de lleno en este», concluye el profesor.