Cinco horas con la educación especial
El Colegio Hospital San Rafael, uno de los centros amenazados por la ley Celaá, abre sus puertas a Alfa y Omega para mostrar su día a día. Allí se forman y son felices Guille y Rocío
10:00 horas. Es viernes 9 de abril. Comienza la jornada en el Colegio de educación especial Hospital San Rafael, de los Hermanos de San Juan de Dios. Allí se escolarizan 43 alumnos con discapacidad motora, intelectual y otros trastornos. En la segunda planta, tras una puerta morada, se abre la clase de Guille, de 12 años. Está en brazos de una auxiliar con la que manipula una masa hecha con harina, sal y agua. Sus padres, Ángel Francisco García y Charo García, nos cuentan su situación: sufre parálisis cerebral. No habla, no camina, se alimenta por una sonda, necesita oxígeno las 24 horas y que le aspiren las secreciones varias veces. Hacen 200 kilómetros al día —vienen de Chinchón— para que pueda estar aquí. Lo hacen felices.
11:00 horas. En la clase nos recibe su tutora, Sacramento Carrasco, que explica el día a día. Guille protesta. Es normal, uno es un extraño. «Fran ha estado hablando con papá y mamá. Ha venido a verte y quiere saber cómo trabajas con nosotras», le dice. Guille emite un pequeño sonido que las profes traducen: «Es una sonrisa, una aprobación». Y sigue su trabajo con esa especie de arcilla, una actividad sensorial que lo ayuda a relajarse sin esfuerzo.
Sacramento nos cuenta que su día a día depende mucho de su estado de salud. Ese es el principal hándicap, aunque tiene otros: por ejemplo, no tolera la silla de ruedas. Eso implica que apenas pueda estar en ella, pues se pone muy nervioso y le afecta a su salud. Hay jornadas completas que las pasa en brazos. Así, con él hay dos prioridades: que no tenga dolor y la silla de ruedas. Cuando está bien, sigue una serie de actividades programadas. También utiliza la pizarra digital con la que nos pone música. «Nuestro objetivo es proporcionarle el máximo bienestar y, desde ahí, avanzar todo lo posible», resume su tutora.
11:25 horas. Toca el aula naranja. Allí está Rocío, de 6 años. Su madre, Lorena Raboso, nos explica que su pequeña arrastra las secuelas de ser una gran prematura. No anda y tiene problemas de movimiento y lenguaje. Además, lleva dos implantes cocleares. Cursa Educación Infantil junto a otros cinco niños, cada uno con su programación personalizada. Cuando cruzamos la puerta están haciendo un taller sobre la primavera. Con su tablero de comunicación nos dice quién es y nos presenta a su familia y compañeros. En el aula entran y salen terapeutas que se llevan a los niños a sus sesiones de logopedia y fisioterapia. Rocío tiene hoy las dos.
11:45 horas. Patricia Peñas es la logopeda de Rocío. La que la ayuda a que su comunicación sea lo más funcional posible. Para ello necesita un sistema aumentativo, que en su caso tiene un doble soporte: papel y digital. En el primero señala con el dedo, en el segundo lo hace con los ojos a través de un ratón óptico. Nos hace una demostración. Primero elige escuchar música, de Los Guachis, las estrellas de la Navidad de Torrejón, su ciudad, y, luego, un cuento. También una actividad para trabajar agrupaciones en categorías.
12:10 horas. Es el turno para Isabel Rojas, que recoge a Rocío y se la lleva a la sala de fisioterapia. Aquí el trabajo va orientado a regular las distonías –movimientos incontrolados– que presenta. Y, por tanto, a que se mueva de forma correcta. Sentada sobre un banco bajo el abrazo de Isabel, la pequeña va construyendo una ciudad con figuras sobre un espejo. Así, trabaja la coordinación y el control de tronco y cabeza. Además, desde fisioterapia también se aborda el control postural con el resto de profesionales y con las familias. Hecho este y otro ejercicio más, termina la sesión. Es la hora de comer.
12:41 horas. Volvemos a logopedia con Guille y con Patricia Peñas. Desde que está en el cole ha aprendido a manifestar el sí —movimiento con el brazo o sonido— y el no —ausencia de respuesta o la lengua fuera—. Patricia ha traído sus cuentos favoritos y le pregunta si quiere leerlos. Contesta con su brazo derecho. Hay que buscar un peluche. Está tranquilo, hoy es un buen día, pero también cansado. Son muchos esfuerzos para él, la respiración se lleva una buena parte de sus energías.
13:00 horas. En el comedor, Rocío toma arroz con la ayuda de una terapeuta. Mano a mano. Ella se esfuerza por hacerlo sola. Lo mismo con las croquetas. Prefiere fruta en el postre. También recoge: con ayuda de la terapeuta, que empuja la silla, lleva los desperdicios a la basura y deja los platos y cubiertos en el fregadero.
13:30 horas. La sesión de fisioterapia de Guille es doble. Primero una parte respiratoria en la que Mónica Albi, su fisioterapeuta, ayuda a la enfermera en la aspiración de secreciones. Luego, ya en la sala de fisioterapia, Guille disfruta del momento de relax del día sobre la pelota. Mónica lo pone así en posiciones que no tolera, elonga la musculatura, estira las caderas y alivia el dolor. De la pelota al banco, Guille consigue sostenerse sentado con un punto de apoyo que le da un auxiliar mientras busca las teclas de un piano de juguete para hacer sonar la música. Cuando termina, Mónica lo lleva a su aula, donde la luz tenue y la música relajante invitan al descanso. Guille se queda a gusto en su colchón.
15:00 horas. Tras hablar con Raquel Fernández, la directora del Colegio Hospital San Rafael, que nos cuenta los malabarismos que hacen para financiar un centro así —la Administración solo cubre el 50 % del personal y, por tanto, lo que resta lo tienen que poner los Hermanos de San Juan de Dios y, en menor medida, los padres, con sus aportaciones voluntarias—, abandonamos el centro. Han sido cinco horas, pero a los chicos todavía les queda hora y media para volver a casa. Y uno no puede dejar de pensar en el miedo de los padres a que cierren estos colegios. «Antes que a un ordinario nos lo llevamos a casa», nos confesaron por la mañana los padres de Guille. «Estos niños necesitan algo más que un colegio ordinario con apoyos. Aquí es feliz. Hasta llora el fin de semana porque quiere venir al colegio», completó la mamá de Rocío.