Christian Vanneste: «Un diputado católico no puede callarse sobre el matrimonio gay»
Tras su sexta victoria judicial contra asociaciones gays y contra la Fiscalía, Christian Vanneste explica, en exclusiva para Alfa y Omega, las distintas etapas de su vía crucis judicial y por qué no se arrepiente de que sus palabras le costasen su escaño
«Seis a cero, como si fuese el resultado de un partido del Real Madrid». El ex diputado francés Christian Vanneste no oculta su alegría tras su sexta victoria judicial consecutiva: no es delito denunciar, como denunció en febrero de 2012, el peso del lobby gay en los medios de comunicación.
Además, en este caso la victoria no ha sido solo frente a las asociaciones gays sino también frente a la Fiscalía, que había interpuesto un recurso contra una primera sentencia absolutoria. «No defiendo intereses personales, sino el derecho a defender ideas que pertenecen a la tradición nacional y cristiana así como su libre expresión».
Lo lleva haciendo desde hace varios años, contra viento y marea. En 2004, cuando aún era diputado, se atrevió a decir que la heterosexualidad era «moralmente superior a la homosexualidad» y las asociaciones gays se le abalanzaron encima. Ganó en la Corte de Casación —el Supremo francés— si bien solo recuperó apenas un cuarto de la cantidad que tuvo que adelantar en concepto de multas e indemnizaciones.
En 2012, todo empezó de nuevo a raíz de una entrevista concedida a la web de una asociación católica en la que dijo, uno, que durante la ocupación alemana de Francia entre 1940 y 1944, no hubo deportación generalizada de homosexuales, salvo en las provincias anexionadas de Alsacia y Lorena; y dos, criticó el peso de los gays en los medios de comunicación. Dos querellas, una campaña en su contra y un partido, la UMP —el que preside Nicolas Sarkozy— que le retira de la lista de candidatos para las elecciones legislativas de junio de 2012.
Según cuenta Vanneste, los jueces piden dos informes para determinar la veracidad histórica de sus declaraciones. Ambos concluyeron a la ausencia de deportación de homosexuales. «Exactamente lo que yo dije». El segundo sí que destacó que seis o siete deportados eran homosexuales, sin que su condición fuera el motivo del castigo. «Nada que ver, por lo tanto, con el Holocausto y los 78.000 judíos franceses que fueron deportados». Entre tanto, la ex juez y política ecologista Eva Joly le llamó negacionista —que niega la existencia del Holocausto— y también fue condenada.
Así las cosas, solo quedaba querellase en base a sus declaraciones sobre la presencia de los gays en los medios de comunicación. Hasta la absolución de la semana pasada. Vanneste se la esperaba y explica el maratón judicial por «el narcisismo propio de algunos homosexuales, como lo ha explicado monseñor Anatrella en sus trabajos».
¿Cree que esta victoria suya abrirá, por fin, una brecha o solo es una gota en un océano mediático en el que cada vez es más difícil criticar el estilo de vida gay?
Soy muy pesimista al respecto. Mi ejecución hizo mucho ruido y mis victorias judiciales y la solidez de mi posición pasan desapercibidas. Desde entonces la ley del matrimonio gay ha sido votada. Incluso sus oponentes empiezan a aceptar la idea del reconocimiento de un vínculo y de un contrato de unión entre personas del mismo sexo, también en ámbitos católicos. El poder del lobby ha tomado una importancia inmensa.
¿Por ejemplo?
Se ha hecho con el control de sectores estratégicos de la comunicación y ha logrado banalizar un comportamiento que existía desde hace tiempo, pero que no es nada natural ni nada que sea compatible con el Bien Común, como han escrito varios autores. Dos motivos de sentido común para oponerse a su propagación y a su institucionalización.
¿No liberaron la palabra los debates y las manifestaciones masivas de 2013 en Francia contra la legalización del matrimonio gay?
Esos debates no liberaron en absoluto la palabras. Esas muchedumbres se movilizaron en vano. Algunos parlamentarios de derechas fingieron oponerse al texto al tiempo que estaban encantados de que saliera adelante, sabedores de que cuando gobiernen no volverán sobre el asunto. España sabe algo de eso. A eso se añade que muchos cargos electos de “derechas” son homosexuales, o están secundados por homosexuales, o apoyan sus reivindicaciones para dar una buena imagen en los medios.
¿Y la Manif pour Tous?
Me mantuvo a distancia y ha actuado con una inconsecuencia que la he llevado, de retroceso en retroceso, a admitir la legitimidad de la homosexualidad primero, la del estatuto jurídico de las uniones después; ya solo rechaza la idea de una «familia homosexual» con hijos. Ya no es posible en Francia cuestionar la igualdad de la homosexualidad con lo que ahora se llama la heterosexualidad. La estupidez conceptual ha invadido nuestro país.
¿No hubiera sido más hábil por su parte callar sus declaraciones de febrero de 2012 para después de las elecciones de ese año?
Charles Péguy decía que quien no chilla la verdad cuando la conoce se convierte en cómplice de los mentirosos y falsarios. Un parlamentario católico no tiene derecho a callarse sobre ese tema. Benedicto XVI fue muy claro al respecto. De ahí que mi reelección como diputado no hubiera cambiado nada.
Un escaño en el Parlamento sigue teniendo su importancia.
El Parlamento y los parlamentarios son como hojas muertas: es el viento el que hace la ley. Lo comprobé durante tres legislaturas.