China y EE. UU. han observado con avidez el viaje papal
Pekín «ha vigilado los pasos de Francisco en Asia porque sabe que han tenido gran repercusión en la zona», asegura un experto
Para avistar la razón que catapultó al Papa a casi 33.000 kilómetros de distancia de Roma hay que situarse cuatro días antes de que partiera. El subsecretario del Dicasterio vaticano para la Cultura y la Educación, Antonio Spadaro, que le acompañaba en el avión, comparó las etapas del extenuante periplo pontificio con el itinerario del portaaviones Cavour de la marina militar italiana, un símbolo de su potencia naval. El símil —que acompañó con dos gráficos en la red social X— era, en realidad, una forma sutil de remarcar la relevancia estratégica y geopolítica de la zona geográfica elegida por Francisco, que las grandes potencias de China y Estados Unidos observan con avidez. El viaje debe ser visto como algo más que «una simple visita del Papa a las periferias de la Iglesia», asegura un miembro de la delegación papal.
El reto físico descomunal, que ha cumplido el Papa sin signos de fatiga a pesar de que cumplirá 88 años en apenas tres meses, arrancó en Yacarta, la capital de un país de mayoría musulmana que no reviste sus leyes de islamismo. Francisco se presentó en este oasis de tolerancia insólito en esta región —con ejemplos rampantes de radicalismo como Brunei, donde rige la sharía— como un auténtico antídoto frente al extremismo. El beso que le dio el gran imán Nasaruddin Umar fue prueba de ello.
Pero en ese encuentro interreligioso, el Papa también apuntaló la defensa de la casa común, otro de los arquitrabes de su pontificado. Con discreción, deslizó una discreta mención a la mina de Grasberg, situada en la parte indonesia de Nueva Guinea y cuya explotación por parte de la empresa estadounidense Freeport-McMoRan ha provocado la expropiación de sus tierras de miles de papúes, tierras que han acabado totalmente deforestadas. «Si es verdad que ustedes albergan la mayor mina de oro del mundo, sepan que el tesoro más precioso es la voluntad», señaló en referencia a este gigantesco yacimiento de cobre y oro. No fue la única vez. En Port Moresby Francisco instó a los líderes políticos a «encontrar una solución definitiva» a la cuestión del estatuto de la isla autónoma de Bougainville, escenario de la sangrienta guerra civil desencadenada por las violentas protestas de sus habitantes ante la falta de reparto de los beneficios de la mina de cobre de Panguna, que duró hasta que cesó sus actividades en 1989.
En Timor Oriental, el Papa tapió una de las grietas más peligrosas para la resistencia de las estructuras eclesiales: el clericalismo. En este país, donde el 98 % de la población se declara católica, exigió a los sacerdotes que nunca abusasen de «su posición». Sin embargo, evitó mencionar el nombre del obispo Carlos Felipe Ximenes Belo, premio Nobel de la Paz en 1996, que fue sancionado en secreto por la Santa Sede tras dar por válidas las denuncias de abusos sexuales en su contra. Preguntado por este caso en el avión, el Papa lamentó que hay personas «que hacen el bien… y luego, con tanto bien hecho, se ve que esa persona es un mal pecador».
La alabanza de los misioneros ha sido otra de las claves de este viaje. Su visita a la remota diócesis de Vanimo —tal y como señala el editorialista del Vaticano, Andrea Tornielli— lo atestigua. El Papa «anhelaba este viaje al lugar más periférico del mundo». También elogió a la figura de los catequistas. En Yacarta le pidió a una que permaneciera a su lado tras haber agotado su discurso y, en Dili, Francisco escuchó con atención el relato apasionado de un catequista timorense de 89 años.
En Singapur, marcado por los excesos de una economía feroz, alzó la voz para pedir un salario digno para los trabajadores inmigrantes. El Papa ha transitado por «los contrastes pasando de la pobreza extrema de Timor Oriental y Papúa Nueva Guinea al exuberante crecimiento de Singapur. Pero en todos los lugares ha expandido su mensaje de justicia y paz social», asegura el teólogo y antropólogo, Michel Chambon. Al analista, del Asia Research Institute & Initiative, tampoco se le escapa que «Pekín ha vigilado de cerca los pasos de Francisco en Asia porque sabe que han tenido una gran repercusión en la zona». Un símbolo positivo a pocas semanas de que se renueve el acuerdo entre el Vaticano y China para designar obispos.