Juan Manuel de Prada: «Chesterton disuelve las ideologías modernas»
Al autor de El hombre que fue Jueves o El hombre eterno —afirma uno de sus grandes defensores en lengua española— la mirada profunda de la fe le permitió ver que «detrás de toda cuestión política o social hay una cuestión religiosa»
Juan Manuel de Prada, una de las plumas que más ha contribuido a dar a conocer a G. K. Chesterton en España, no se ahorra epítetos ante la decisión del obispo de Northampton de no abrir la causa de canonización del autor inglés. Además de «lastimosa y decepcionante», cree que denota «angostura mental». «Me dio pena —afirma— cómo se puede abordar de una manera tan roma a un personaje tan interesante». Le enfada, por ejemplo, el criterio «burocrático» de exigir que haya culto local. «¡Es que la diócesis de un escritor son sus lectores! Y ha habido santos, como Charles de Foucauld, cuya santidad ha sido secreta». Además –continúa– el milagro de Chesterton es que «transforma a las personas».
Considera una «contaminación del protestantismo» la «obsesión por las particularidades espirituales» que, según monseñor Peter Doyle, no se encuentran en su célebre diocesano. Y también le indigna que, al admitir las acusaciones de antisemitismo, ha entrado en «un juego en el que cualquier consideración no laudatoria de los judíos por alguien de esa época ya es sospechosa, por lo que ocurrió luego. En ese tiempo, la cuestión judía era tratada por todos los grandes intelectuales en unos términos que no tienen nada que ver con los que se han usado después de la II Guerra Mundial». En comparación con ellos, asegura, Chesterton no fue particularmente duro.
El escritor español llegó hasta su colega inglés de la mano de Jorge Luis Borges, que era admirador suyo, «si bien un poco amputado». El argentino se centraba sobre todo en sus relatos policiales y fantásticos, sin ver que una obra como El hombre que fue Jueves es «una alegoría teológica». La fascinación para De Prada comenzó cuando cayeron en sus manos los libros de ensayo y los artículos, «que es donde Chesterton es grande».
¿A qué libro suyo vuelve siempre?
El que más me ha marcado es El hombre eterno. Es una visión de águila sobre la historia humana y sobre la economía divina y el papel del hombre en los planes de Dios. Resulta verdaderamente emocionante. Es además una refutación del materialismo, del evolucionismo, y de todos los –ismos que ha ido generando la modernidad.
Una obra difícil de leer, por la abundancia de referencias históricas.
Hoy en día la gente lee para entretenerse, cuando un libro lo que hace es abrirte puertas que no conoces. Y tiene que plantear dificultades. Chesterton las plantea, no ya por sus alusiones culturales, sino por su propio estilo, que es muy alambicado, con paradojas y juegos de palabras.
De un santo se espera, sobre todo, un legado espiritual. Más allá de la admiración intelectual, ¿a usted se lo ha dejado?
Sí, aunque no de la misma forma transformadora que a un converso. Sobre todo, me ha ayudado a entender mejor la vocación del escritor. Por eso creo que sería tan importante que fuera canonizado. La Iglesia nunca ha canonizado a un escritor profano. Los que hay en el santoral son teólogos, apologetas, místicos… Pero nunca a un escritor que se ha desenvuelto en el mundo.
Los grandes debates de su tiempo
¿Llama «profano» a un escritor de cuya obra gran parte es apología del cristianismo, como El hombre eterno?
No es un escritor religioso en el sentido de un teólogo o un místico, aunque en su obra hay teología, mística y apologética. Chesterton estuvo constantemente debatiendo (más que dialogando), entrando a todos los grandes debates de su tiempo. El hombre eterno es una refutación del Esquema de la historia universal, de H. G. Wells. Lo que pasa es que él tenía la visión abarcadora de la realidad que da la fe. Desde esa profundidad de campo, ve que detrás de toda cuestión política, económica o social hay una cuestión religiosa. Esa mirada es la que no tiene hoy el pensamiento católico.
Como candidato a la santidad que lo considera, ¿se encomienda a él?
Siempre he pensado que Chesterton estaría más solicitado, y por eso recurro más al argentino Leonardo Castellani. Además, a pesar de la infinita admiración hacia Chesterton, me siento más próximo a otro tipo de escritores más desgarrados y con facetas más agónicas, como el mismo Castellani o Leòn Bloy. Chesterton es más luminoso, más bienhumorado.
¿Ese es su rasgo más distintivo?
En él, la fe es el motor de una visión transmutadora y poética de la realidad. Tiene la capacidad de descubrir en la realidad mostrenca, muchas veces sombría, tosca o encanallada, esa luz de la divinidad; y posee la gracia de convertir los dogmas en fábulas, los preceptos en versos. Tiene un modo juguetón, circense, de hacer malabares con las palabras y hasta con los dogmas. Resulta muy hermoso que cuestiones que suelen ser abordadas de forma árida y muy doctrinal se traten de forma poética. Y es alguien que está convencido de que el Evangelio es un manual para transformar el mundo. Atrae por esa visión poderosamente disolvente de las falacias de las ideologías modernas. Es como si entrara una riada en tu cabeza y barriera por completo toda la morralla ideológica. Y te sientes limpio, ves la realidad de una manera distinta.
La herejía del capitalismo
¿No son sus planteamientos socioeconómicos la faceta de su obra que menos éxito tuvo?
No creo. Pero el conservadurismo católico ha tratado de ocultarlos. Se dice siempre que estaba tanto contra el capitalismo como contra el comunismo. Pero contra lo que más arremete es contra el capitalismo, que es lo que estaba vigente en su tiempo y lugar. Él decía que el capitalismo es una herejía, porque en los dones de Dios ve un bien con un precio. También repetía que no es solo una doctrina económica, sino que tiene detrás una antropología destructiva, igual que el comunismo, porque amputa al hombre su faceta sobrenatural. Chesterton vio, ya hace un siglo, que el capitalismo necesita el desarraigo, la desvinculación y el antinatalismo.
Pero la alternativa que proponía, el distributismo, no llegó muy lejos.
Eso es otra contaminación del pensamiento conservador, que para desprestigiarlo intenta hacer creer que el distributismo es una fórmula económica alternativa al capitalismo y el comunismo. Eso es falso. Chesterton nunca aspiró a ello. Él llegaba a lo que podía, que era tomar las encíclicas de León XIII y hacer una lectura política que se pudiera aplicar a la situación concreta con sentido común. Defiende que la única manera de construir un mundo justo es distribuir la propiedad para que esta no se concentre en muy pocas manos, condenando a masas cada vez mayores a una vida de miseria. Cuando le pedían concreción daba algunas ideas, pero no era un técnico. Aun así preconizó cosas de sentido común, como por ejemplo la economía de proximidad: decía que la forma más rápida de tener manzanas no es el ferrocarril sino cogerlas de tu jardín. Que se trate de opacar esto es especialmente triste porque su pensamiento resulta muy atractivo para personas de izquierdas.