A pesar de contar con un apabullante elenco de actores —Gloria López, May Pascual, José Olmo y Orencio Ortega— y de unas interpretaciones de lujo, el director argentino Daniel Veronese (Los hijos se han dormido) no consigue engrasar suficientemente el material del dramaturgo americano Donald Margulies (premio Pulitzer 2000), Cena con amigos, texto maniqueo que se atropella en los temas sobre la amistad y la incomunicación, hasta ofrecer una mirada encasquillada, ligera y desenfocada sobre las relaciones adultas en la pareja.
Tras los tres montajes teatrales de la compañía Gloria López Producciones —empresa sevillana fundada en 2004 por las actrices Gloria López y May Pascual— El tren del holandés (2005), El pelo de la dehesa (2008) y La reina de belleza de Leenane (2011), la cuarta propuesta de la productora, Cena con amigos, no remonta el vuelo de los trabajos anteriores, a cada cual mejor.
Cena con amigos cuenta la historia de dos parejas, Karen (May Pascual) y Gaby (Orencio Ortega), por un lado, y Bea (Gloria López) y Tomás (José Olmo) por otro. La primera de ellas celebra en su casa una cena a la que asiste Bea, quien —entre risas y brindis por los buenos tiempos— les cuenta que ha roto con Tomás. A partir de esta premisa argumental arranca la historia y desde entonces se empieza a resquebrajar la típica serenidad de estas familias, económicamente acomodadas, burguesamente constituidas y existencialmente satisfechas. Los efectos de la disolución marital produce que todo —lo que parecía en su lugar y era tan tranquilizador— se resquebraje. Como piezas de dominó la caída traerá aparejada una estampida que derretirá los cimientos de eso que parecía tan bien construido.
Cena con amigos, del laureado Daniel Veronese —no se sabe si porque no ha sabido recoger las esencias y la tradición del realismo norteamericano de Donald Margulies a la escena madrileña, o bien porque el texto no ofrecía suficientes trazas como para sugerir algo ya muy trillado en el teatro español, o por ambas cosas—, funciona a trompicones, y eso que su detonante es lo suficientemente poderoso como para rasgar las emociones de cualquier ser humano de un plumazo y dejar al espectador envuelto en una atmósfera inquietante. Pero no es así.
Principalmente, por los argumentos que describe primero Bea, una de las víctimas en el conflicto, que destapa los sinsabores de una vida que no sabe muy bien por dónde dirigir. No tanto en el caso de Tomás, su marido, que la ha abandonado, y que tampoco sabe lo que quiere; ha tenido hijos con ella y se ha ceñido a los convencionalismos, pero no termina de convencer de los hechos sobre la disolución de su matrimonio con sus argucias verbales ni a su amigo Gaby ni a su mujer Karen puesto que, tras separarse, se refugió inmediatamente en los brazos de una azafata, con quien dice que ha encontrado el amor verdadero.
Sin embargo, no son menos culpables la otra pareja. Karen quiere controlar todo lo que está a su alrededor y Gaby prefiere adoptar la postura de hombre conciliador y templar gaitas en todo momento. Inevitablemente, las dos parejas, casadas y con hijos pequeños, chocan cuando son conscientes de que no se conocían tanto como presumían. En este punto, sí resulta interesante el meollo del culebrón, siempre y cuando el enfoque de estos amigos se vea de modo independiente, puesto que cuando interactúan los cuatro la escena se estanca, no progresa, no fluye y cuesta entender las razones de todos en grupo. Es decir, Cena con amigos da por sabidas algunas cosas que en ningún momento se le ofrecen al espectador, de modo que hay cabos que se desatan pero no vuelven a atarse nunca, además de la vaga descripción que se hace de los hijos de las parejas, sin que se ofrezca una idea acabada de cómo son.
De este primer fallo es responsable su autor y, más que él, el director. Ha presumido intuir lo que ocurría, pero no ha tendido puentes para indicar, paso a paso, los temas que quiere ir destapando. El otro fallo -ligado al anterior- también es asunto del autor, puesto que no consigue que algunos diálogos, exclusivamente entre las actrices, funcionen bien, dado que se carecen de argumentos previos que pongan al espectador en situación. Y lo peor de todo es el pesimismo, puntualmente trufado de nihilismo, el que poco a poco va conquistando a nuestros protagonistas hasta dejarlos irreconocibles. Por tanto, Cena con amigos es una propuesta gris sobre la hipocresía familiar, que mira hacia fuera y muy poco hacia adentro, es decir, bucea en los sentimientos ajenos e intenta que los personajes se descubran primero a sí mismos, antes de intentar aconsejarse unos a otros sobre el devenir o el porvenir en sus vidas. De este modo se puede afirmar Cena con amigos es un alegato a la incomunicación, a la indiferencia, porque más que del amor, lo que pone en entredicho son las amistades auténticas, esas que se creían únicas y verdaderas.
En cuanto a la dirección de actores, Veronese realiza un muy buen trabajo, considera que los actores no deben salir de escena tras sus parlamentos, aunque no interactúen entre sí y se queden pétreos hasta que regresan al escenario. Ya allí los mueve por todo el espacio y con ellos alcanza algunos momentos dramáticos brillantes como ocurre cuando desarrolla un flashback que intenta justificar cómo son y qué quieren cada uno para sus vidas, algo parecido a poner en primer término lo que en el teatro se denomina «la circunstancia previa». Tal vez sea un sutil homenaje a La herida del tiempo, de J. B. Priestley, que en cualquier caso ayuda a que la aventura vaya encontrando sus porqués.
Por otro lado, Cena con amigos desarrolla una sobria, aunque suficiente puesta en escena gris, sólo añade algo de color a través del vestuario en el flashback, y son los mismos actores los que introducen o retiran de la escena los elementos necesarios para cada situación. A pesar de la celeridad en estos actos, es inevitable que el tempo dramático se vea afectado, sobre todo cuando los cambios son más largos de lo habitual debido al montaje que ha previsto Veronese.
Finalmente, se puede confirmar la clara propuesta descafeinada y derrotista de Cena con amigos, que plantea preguntas pero no las contesta y ni si quiera propone salidas dignas al amor, de poder recuperarlo o de luchar por él. Y ese carácter de insatisfacción personal deja en un lugar poco favorable el resultado general del conjunto —desarrollado en poco más de una hora— que se conforma con presentar un problema y girar sobre él hasta que las preguntas se terminan.
Una lástima, porque Cena con amigos es de esas obras que goza de un prestigio actoral y unas interpretaciones de premio, que podría dar más de sí si Veronese hubiera detectado las deficiencias argumentales antedichas y no hubiera abusado tanto de los tópicos en torno al sexo, su fundamento y su definitiva propuesta nihilista.
★★☆☆☆
El Sol de York
Calle Arapiles, 16
Quevedo
OBRA FINALIZADA