Celeste. Hacienda somos todos y nos alegramos - Alfa y Omega

Celeste. Hacienda somos todos y nos alegramos

Isidro Catela
Sara Santano, interpretada por Carmen Machi, investiga a la cantante Celeste
Sara Santano, interpretada por Carmen Machi, investiga a la cantante Celeste. Foto: Movistar+.

No sé ustedes, pero yo cada vez abro menos el buzón y lo hago con mayor temblor. Salvo a mi querido Julián del Olmo (el histórico director de Pueblo de Dios), a la gente ya no le da por escribir cartas y si hay algo en tu buzón es publicidad, es una multa o es una carta de Hacienda. No falla. Y, aunque la carta sea una notificación inocua, el susto te lo llevas y dejas de querer escribir y que te escriban, que para eso tenemos el simulacro del WhatsApp incesante. Todo este preámbulo para decirles que, por una vez, todos somos Hacienda y, además, nos alegramos de serlo. Se encarga de que así sea Celeste, una serie recién estrenada en Movistar Plus+ que apunta buenas maneras y, sin embargo, a mí se me queda a medio camino entre lo que pudo haber sido y no fue. Y eso que Carmen Machi vuelve a estar inconmensurable en el papel de Sara Santano, una inspectora que, en un inesperado servicio a la causa, tiene que redimir sus heridas profesionales y personales con un último caso: perseguir el supuesto fraude de una conocidísima cantante que no paga impuestos en España, cuando se supone que debería hacerlo.

Diego San José está sobrio en la dirección y, aunque la Machi pone un listón imposible al resto, Manolo Solo (en el papel de un paparazi —paparazzo, dice él con precisión—) y Andrea Bayardo (Celeste) están sobresalientes. Verán por ahí que se trata de una comedia. No se lo crean. Celeste es un thriller tributario. Si eso no existe como género, Diego San José se lo ha inventado. Son seis capítulos, de apenas media hora de duración cada uno, que se digieren al ritmo lento de un gato que quiere aplicar aquello de «vísteme despacio que tengo prisa» para cazar a su ratón preferido. Tiene un tono general sombrío y algo desesperanzado, pero al menos termina abriendo cortinas y mirando al mar. Bien está si es para gritarle al mundo que las facturas no mienten y que hay en la vida verdad que va más allá de la verdad fiscal.