El próximo 12 de mayo se celebran las elecciones catalanas, que resolverán las incógnitas de quién gobernará, quién se catapultará como el supremo cabecilla independentista, o quién liderará el bando no nacionalista. Unos comicios precedidos de una campaña en la que los partidos nacionalistas centran todo su discurso en torno al ejercicio del derecho a la autodeterminación y a la celebración de un referéndum de independencia, obviando que sus líderes han sido juzgados, y luego indultados (o a la espera de una amnistía), por los hechos delictivos cometidos en 2017.
En particular, el candidato de Junts, Carles Puigdemont, realiza su campaña electoral fuera de España, pues pesa en su contra una orden de detención nacional; y se promociona como futuro presidente de la Generalitat, jactándose de que se ha escapado de la justicia y de las autoridades españolas y proclamando que «vamos a hacer lo que nos dé la gana, porque durante seis años y medio ya lo hemos hecho».
Estas elecciones son un ejemplo más de que este tipo de nacionalismos fanáticos se sostienen por una élite que ha venido elaborando, no desde ahora sino desde hace muchos años («Fer poble, fer Catalunya», escribía Jordi Pujol), un relato de hostilidad, construyendo un imaginario mental y una identificación de grupo que, supuestamente, le ofrece protección frente al enemigo y, al mismo tiempo, un mayor (falso) progreso. No importa qué políticas públicas educativas, sociales, laborales, sanitarias, de transporte o vivienda se llevarán a cabo. Estos nacionalismos se caracterizan por una superioridad moral que elimina la razón y legitimidad democrática y se erige en representante único de un pueblo.
Este domingo los catalanes tienen una nueva oportunidad y responsabilidad para no seguir alimentando una ideología radical y no democrática. Hace unos días, se recordaban en el auditorio de la Fundación Pablo VI, en una jornada sobre Europa, las palabras de Konrad Adenauer: «Una época de paz, progreso y cooperación solo tiene cabida si las ideas reaccionarias, integristas y nacionalistas se excluyen de la política».