Recuerdo de mi infancia las salidas al monte y los hornos de leña de las panaderías del Pirineo navarro-aragonés. La palabra pan evoca muchas de las experiencias humanas más hondas. Allí donde se halla la casa-del-pan allí se encuentra también la casa-de-los-hombres.
En el siglo V antes de Cristo, Esquilo expresó bien algo de la felicidad que los humanos desean: «Hermoso es vivir una larga existencia en confiada esperanza, mientras nutre el corazón una alegría sin sombras». La frase está tomada de su tragedia Prometeo encadenado. El titán salva a los humanos de la muerte segura al robar para ellos el fuego. Sin embargo, más tarde Prometeo tuvo que otorgar un segundo regalo para evitar de nuevo la extinción de los hombres: había que impedir que cayeran en la desesperación al contemplar su condición mortal. Por eso fue necesario concederles el don de la esperanza ciega. El fuego simboliza el progreso. Es verdad que el hombre ha logrado tantos medios que hacen la vida más grata. Pero experimenta la fragilidad de sus logros, la debilidad de su condición y el hambre de belleza, verdad y una vida plena de sentido. Esquilo plantea con lucidez la gran pregunta humana por la felicidad, pero reconoce que carece de respuesta.
La Navidad nos recuerda que el ser humano no es una mota de polvo inteligente perdida en el espacio. La noticia del nacimiento del Señor nos da a conocer que somos destinatarios de un Amor sin límites, que está al comienzo, en el medio y al final de nuestra vida.
El propio nombre de Belén es un símbolo de este nuevo comienzo que se ofrece a los humanos. Belén procede del hebreo Beth-Lehem, Casa-del-pan. Cuando la Biblia alude a Belén, lo hace con frecuencia en relación con peregrinos o emigrantes. Así sucede, por ejemplo, con Rut, que regresa a Belén con su suegra, Noemí, porque «el Señor se había ocupado de su pueblo, dándole pan» (Rut 1,6). Belén era ya por entonces Casa-del-pan y meta del peregrinaje de los hombres. Sin embargo, el Antiguo Testamento anuncia que había de serlo en un sentido incomparablemente más profundo. «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel» (Miqueas 5,2).
En aquella Belén, Dios infinito nació hecho hombre por amor a los hombres. «Es bien apropiado –escribe san Gregorio Magno– que el Redentor nazca en Beth-Lehem, porque Beth-Lehem quiere decir Casa-del-Pan. En efecto, Él dice de Sí mismo: “Yo soy el Pan vivo bajado del cielo”. El lugar donde nacería el Señor había sido llamado ya antes Casa-del-Pan, porque allí debía hacerse visible el que reconforta el alma de los elegidos saciándolos por dentro».
Juan Ignacio Ruiz Aldaz
Profesor de la Universidad de Navarra