Cartas a la redacción - Alfa y Omega

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Dos recuerdos con el Papa

La primera vez que me encontré personalmente con Juan Pablo II fue en el verano de 1980, durante una peregrinación a Roma. En aquella época, antes del atentado del 13 de mayo de 1981, el Papa no utilizaba el papamóvil para saludar a los peregrinos de la Audiencia del miércoles; lo hacía dirigiéndose hacia nosotros a pie. Aquella tarde, el Papa se detuvo conmigo unos minutos. Le regalé el libro que tenía entre mis manos (Amigos de Dios). Me habló en español. Me preguntó de dónde era y me bendijo. Entonces me di cuenta de que era verdad lo que él siempre repetía al comienzo de su pontificado: Dios ama a cada ser humano. Me sentí querido de modo irrepetible por Dios a través de la figura de este hombre bueno. Fueron unos minutos, pero me bastaron para descubrir que en ese tiempo la única persona que le importaba al Papa era ese seminarista de 20 años que estaba delante de él. En noviembre de 1986, pude celebrar misa en la capilla privada del Papa. Éramos algo más de 30 concelebrantes. Llegamos a las 6:30 de la mañana a las dependencias del Santo Padre, y pronto nos preparamos para la celebración. Entramos en silencio a la capilla, y el Papa estaba en oración profunda delante del sagrario. Ni se movió. Había un gran silencio. De rodillas, el Papa rezaba con la cabeza entre las manos. Después de un largo tiempo, se levantó y, sin perder recogimiento, se revistió y empezó la celebración. Cada oración, cada gesto, era una ofrenda a Dios. No tenía prisa y gozaba con los momentos de silencio. Aquella Eucaristía con el Papa me enseñó a celebrar la Santa Misa mejor que el más completo tratado teológico.

Vicente Martínez Martínez
Vicario episcopal en Orihuela-Alicante
Elche

Utilizó con acierto las llaves de san Pedro

Karol Wojtyla, el Papa de la modernidad, el Príncipe de los pobres, contribuyó a extender la palabra del Señor. Fue un verdadero gancho para que numerosas personas se rindieran ante el mensaje del Creador. Supo utilizar con acierto las llaves de san Pedro. Nos ayudó a entrar en la morada de Jesús para reconciliarnos con el Padre. Juan Pablo II ha sido uno de los embajadores más eficiente que ha tenido la Iglesia en los momentos de mayor dificultad para los católicos. Su contribución a que el mundo sea más justo está fuera de toda duda. Por eso, tenemos el deber y hasta la obligación de reconocer su labor. Su tarea debe ser plasmada de forma destacada para que sirva de ejemplo a los hombres; para que el mundo sea la antesala del reino de Dios.

Fernando Cuesta
Álava

Versos para Juan Pablo II

En el 25 aniversario de su pontificado, le dediqué un poema a Juan Pablo II. Recuerdo un par de estrofas ahora, tras su beatificación: Qué buen ejemplo das, continuamente,/ al no escuchar las voces insistentes/ para de tu calvario desprenderte,/ y señalas, vibrante, a Jesucristo/ que el cáliz del dolor, sobradamente,/ bebió por redimirnos,/ sin atender a quienes le pedían:/ Baje ahora de la cruz, si es el Mesías./ ¡Abrid puertas a Cristo¡ ¡No tengáis miedo!/ son tus gritos, de ahora y del comienzo,/ para que a nadie falte esa semilla/ que esparces, a voleo, de orilla a orilla;/ para que reconozcan al Dios tan bueno/ que a los hombres ama hasta el extremo./ Corazón indomable, recio, valiente./ ¿De dónde la energía que te sostiene?/ De estar sólo en las cosas de Dios metido/ sin otros horizontes, ni otros caminos,/ que no sean el norte/ de conducir las almas a su destino.

José María López Ferrara
Internet

El Papa y España

España y los españoles tenemos una deuda de gratitud hacia el ya Beato Juan Pablo II. Probablemente, ha sido el Papa que más veces visitó España. Innumerables han sido las muestras de cariño y comprensión hacia todas las personas (jóvenes y adultos; ricos y pobres; intelectuales y trabajadores; sanos y enfermos…), y sus enseñanzas se han referido con frecuencia a asuntos de actualidad para las familias. Depositó su confianza en los jóvenes, para que fueran «los protagonistas de los nuevos tiempos, y tengan la voluntad de no defraudar ni a Dios, ni a la Iglesia, ni a la sociedad de la que provienen, y que sean constructores de Europa y solidarios con el resto del mundo, porque se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo». A ellos les animó a resistir «a la tentación de la mediocridad y del conformismo. Sólo así podréis hacer de la vida un don y un servicio a la Humanidad; sólo de este modo contribuiréis a aliviar las heridas y los sufrimientos de tantos pobres y marginados como sigue habiendo en este mundo nuestro tecnológicamente avanzado». Por estas cosas, siento el deseo de agradecer a Juan Pablo II su entrega, generosidad y ejemplaridad en todo su pontificado.

Plácido Cabrera Ibáñez
Jaén

No se bajó de su cruz

La vida de Juan Pablo II fue un inmenso a Dios, tal y como quedó patente en la hora de su muerte. En un mundo que no entiende el sufrimiento y reniega del dolor, Juan Pablo II no se bajó de su cruz particular. Nos mostró que el sufrimiento aceptado por amor a Dios y a los demás, es una fuerza redentora, una fuerza de amor no menos poderosa que los grandes actos que había realizado en la primera parte de su pontificado. Llegó al final del camino de cualquier ser humano navegando en las aguas de la enfermedad. Aquejado de serios problemas de salud desde el atentado de 1981, vivió las últimas semanas, hasta su muerte, una larga agonía con altibajos esperanzadores, desarrollada bajo los objetivos de las cámaras de televisión de todo el planeta. No ocultó en ningún momento el dolor ni el sufrimiento. Gracias, Juan Pablo II, por tu ejemplo, y no te olvides de los que sufren también el dolor de una enfermedad, para que sepan llevarla con el Amor que tú nos enseñaste.

Elena Baeza
Málaga